Un acto de fe

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Un sentimiento reiterado en la comunidad artística en México es el de la necesidad
de una dignificación de las y los creadores frente al desdén que han mostrado las instituciones hacia su labor. Sixto Castro Santillán hace aquí un llamado a la comunidad artística para no abandonar la resistencia y defensa de los derechos culturales.

Cleansed, de Sarah Kane, dirigida por Sixto Castro Santillán (2022). Foto: Héctor Ortega.

El periplo agobiante de las y los artistas que, enarbolando el coraje como estandarte, desafiamos la apatía de las instituciones culturales y políticas, es una realidad que revela la profunda contradicción entre el ya sabido potencial transformador del arte y la indiferencia de aquellos que deberían ser sus principales aliados. Creadores y creadoras lidiamos con una apatía que se ha vuelto la respuesta acostumbrada de las instituciones políticas y culturales a nivel nacional. Y la apatía ha escalado a estadios de insensibilidad y burla. Como artistas, estamos en un loop contra la burocracia, la falta de financiamiento y una visión cortoplacista que medio entiende el valor del arte, pero subestima el valor de los artistas.

Hacer teatro es un acto de resistencia. Y ustedes, instituciones culturales, que deberían ser bastiones de apoyo y desarrollo, frecuentemente se desvían de sus responsabilidades, priorizando agendas políticas que arrinconan a la comunidad artística hacia las cuerdas de la invalidez. Durante seis años hemos sentido su desprecio, y no como una falta de compromiso (además), sino como una visión reduccionista que confunde el impacto profundo que las y los artistas tenemos en los procesos restaurativos de, para y desde la sociedad.

Pasamos años siendo, además de artistas, gestores, activistas y defensores de nuestra propia existencia. La lucha por mantener vivo al teatro en el horizonte de una perpetua agonía es una batalla por la supervivencia económica y una defensa del teatro. Somos artistas y no pertenecemos a ninguna mafia del poder, existimos y sobrevivimos, somos motor de reflexión crítica, transformación social y construcción de identidades y colectividades, somos el puño que golpea con el martillo la realidad (ya lo diría un alemán). La cultura no es un lujo ni una herramienta de ornamento demagógico, sino un derecho constitucional y humano.

El desdén de las instituciones, lejos de extinguir la creación, parece fortalecerla. Es nuestra determinación la que desafía las adversidades con un espíritu indomable y nos sobreponemos casi al trato ridículo. Hacer teatro en nuestros días es un acto de fe, y seguiremos derribando las barreras que nos imponen ustedes. Este coraje ha transformado el hacer teatro en un espacio de resistencia y rebeldía en un entorno hostil.

El teatro, como fenómeno intrínsecamente político y social, posee una capacidad única para cuestionar, confrontar y proponer. Jacques Rancière nos recuerda que el teatro no es político por lo que expresa, sino por el espacio y tiempo que construye. En México, este espacio se ha vuelto cada vez más difícil de mantener frente a una administración que, pese a prometer un cambio estructural, ha tropezado reiteradamente con el obstáculo de su propia ecpatía.

Rancière nos recuerda que el arte, puede adoptar una dimensión política mediante su capacidad para ofrecer un horizonte alterno, una postura crítica ante las circunstancias actuales, no obstante, este horizonte está siendo amenazado por una Secretaría de Cultura que ha fallado por su incompetencia; el señor presidente se ha mostrado desinteresado, y nuestra institución teatral se ha mostrado insípida. La “austeridad” ha resultado en recortes presupuestales devastadores que han dejado a muchas iniciativas culturales al borde de la desaparición y se han aniquilado otras tantas. Las pocas convocatorias que quedan para producir teatro en México, son indolentes y completamente distanciadas de la realidad de las y los artistas. Y aún con todo, seguimos siendo un faro de esperanza, y antes de rendirnos, buscamos mantenernos vivos, vivas y presentes.

Es fundamental el papel de la comunidad artística en la defensa del derecho al arte; la movilización colectiva de los artistas, el establecimiento de redes de apoyo mutuo y la creación de plataformas independientes son respuestas necesarias a la falta de apoyo institucional. Estas acciones no sólo fortalecen la resiliencia del teatro, sino que también envían un mensaje claro a las autoridades: la cultura es un bien común que trasciende las políticas de austeridad y las fluctuaciones gubernamentales.

La supervivencia del teatro no es un lujo prescindible, sino una necesidad imperiosa. La verdadera transformación cultural no es un acto que se puede delegar a discursos políticos vacíos, sino que surge del compromiso auténtico con el arte y la creación (y el compromiso requiere presupuesto). Aunque el camino esté lleno de dificultades y la institucionalidad cultural parezca cada vez más alejada, el teatro seguirá siendo un testimonio de la fuerza que habita en la resistencia de sus creadores. La supervivencia del teatro es un acto político que exige un panorama futuro más justo y equitativo. En los márgenes y en las sombras, continuaremos creando, cuestionando y ofreciendo una alteridad. Somos un acto de supervivencia, un desafío directo a las estructuras de poder, a los modelos de producción, en esa esperanza podemos reimaginar un futuro donde la comunidad artística sea central en la reparación de la nación y, de paso, las y los hacedores nos dignifiquemos en el camino.


Sixto Castro Santillán. Director, es maestro en Dirección Escénica y licenciado en Actuación por la Escuela Nacional de Arte Teatral. Actualmente es profesor de tiempo completo de la Escuela de Danza, Teatro y Música de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos.
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