
A últimas fechas, se han abierto conversaciones en torno a la pertinencia de montar textos dramáticos denominados como clásicos. Ya sea por la manera en que se representa a la mujer, por tener posturas claramente misóginas u homófobas, por presentar discursos violentos que enarbolan la figura heteropatriarcal machista, o por ensalzar el clasismo o racismo, obras como La Fierecilla Domada o El Mercader de Venecia de William Shakespeare, La Señorita Julia de August Strindberg, o El Misántropo de Moliere, por mencionar algunas, están siendo denominadas, en el menor de los casos como problemáticas, en el peor como sencillamente inmontables.
Ciertamente, el presentar una obra donde hombres en posición de poder discuten la imperiosa necesidad de “domar” a una mujer por el hecho de que ella tiene la osadía de pensar por sí misma y expresa sus opiniones abiertamente resulta aberrante en pleno siglo XXI. Peor aún, cuando dicha obra del bardo inglés fue escrita como comedia y termina con un largo monólogo donde dicha mujer termina aceptando con sumisión su rol de obediencia con el hombre a quien habrá de llamar marido.
Sin embargo, La Fierecilla Domada tiene algo que decir a un público contemporáneo, pero para ello se requiere de una propuesta de puesta en escena que cuestione las palabras de Shakespeare, las ponga en riesgo y aporte un punto de vista directamente ligado con el presente. De ahí que la Compañía Nacional de Teatro, bajo la dirección de Aurora Cano, presentó a mediados de 2023 el montaje de Fieras, adaptación de dicha obra bajo la pluma de Estefanía Norato y Xhaíl Espadas, esta última fungiendo también como directora.
Ahí, no hay trazas de comedia. Muy al contrario, la propuesta escénica buscó presentar el texto original bajo el tono de tragedia, decisión que inmediatamente resignificó las palabras isabelinas y las conectó con discursos en contra de la violencia de género, tan necesarios hoy en día. Aunado a esto, Fieras también insertaba dentro del texto las opiniones propias del elenco de la obra, donde les intérpretes disertaban sobre su sentir al tener que decir textos cargados de misoginia. Más allá de los resultados finales del montaje, la propuesta misma habla de una experimentación donde los creadores se apropian del texto, lo ponen en tela de juicio y traen una de las dramaturgias más controversiales de Shakespeare a un contexto urgente que, sin duda, es pertinente con públicos actuales.
Este mismo fenómeno se puede apreciar en una segunda propuesta de la Compañía Nacional de Teatro estrenada en el segundo trimestre de 2024, Juan y Julia Nunca Supieron Cómo, adaptación de Juan Carlos Franco a Señorita Julia del dramaturgo sueco August Strindberg,bajo la dirección de Daniel Giménez Cacho.
Escrita a finales del siglo XIX, la obra de Strindberg ha sido cuestionada por su discurso clasista en torno a la relación entre ama y servidumbre, así como a elementos misóginos, donde una mujer con poder es orillada al suicidio al verse imposibilitada a rebelarse contra una sociedad heteropatriarcal. Estos conflictos en la dramaturgia sirven como plataforma para que Juan Carlos Franco ponga en voz de los personajes una larga retahíla de denuncias racistas, clasistas y misóginas, entre otras, no sólo en Señorita Julia, sino también en la sociedad mexicana del aquí y ahora. Aún cuando esta decisión prioriza el discurso por encima de la progresión dramática, Juan y Julia Nunca Supieron Cómo deja en claro el sentir de muchos creadores escénicos quienes no están satisfechos con meramente llevar clásicos a la escena, muy por el contrario, demandan una revisión minuciosa de dichas palabras para disertar sobre su pertinencia.

Montar una dramaturgia con más de un siglo de existencia sin un punto de vista, sin algo que cuestionarle, o buscando su relevancia con el aquí y ahora, meramente para presentarlo como se hacía en aquellas épocas casi de forma antropológica, es, en mi opinión, una buena forma de alienar al público. Pedirle a un espectador que tome una butaca para ver una obra escrita en el siglo XVII, en verso, podría ser una buena vacuna contra el teatro. Sin embargo, tal y como lo demuestra a manos llenas la adaptadora y directora Aurora Cano con el más reciente montaje de la Compañía Nacional de Teatro Los Empeños de una Casa de Sor Juana Inés de la Cruz, estrenada en mayo de 2024 en el Palacio de Bellas Artes, dicho empeño puede ser por demás exitoso cuando hay un pleno entendimiento de lo atemporal en los clásicos, cuando se sabe el valor del entretenimiento por encima de la intelectualidad, cuando una creadora escénica es capaz de conectar tanto con el verso de la llamada décima musa como con los boleros del siglo XX o Miley Cyrus.
Al inicio de cada acto de Los Empeños de una Casa, aparece Sor Juana Inés de la Cruz junto a María Luisa Manrique de Lara y Gonzaga, la entonces virreina de la Nueva España y quien se sospecha era dueña de los afectos de la religiosa dramaturga. Haciendo uso de los sonetos de Sor Juana, Cano inserta dentro de la obra un primer discurso de amor entre dos mujeres, un acto de inclusión y visibilidad que no pasa desapercibido. La idea del amor en todos sus colores, algo que en el siglo XVII existía más no se podía mostrar, es desplegado en esta propuesta con el personaje de Hernando, criado de Don Rodrigo, quien en manos de Cano se presenta como une persone no binarie enamorado de su amo. Una vez más, la inclusión se inserta inteligentemente dentro de la misma dramaturgia, sin ser forzada, más bien orgánica.
La promesa de un amor es cantada por Doña Ana con Quizás, quizás, quizás; el despecho de un corazón roto no es dicho en versos del siglo de oro, más bien son palabras de Armando Manzanero, específicamente Esta Tarde vi Llover; una declaración de independencia femenina, misma que será cuestionada por la misma Sor Juana, se presenta con una versión en español y en bolero de Flowers de Miley Cyrus. Importante de mencionar es que, en algunas de las canciones, específicamente las que cierran cada acto, se invita al público a cantar, transformando el teatro en un multitudinario karaoke. La inserción de boleros en la obra en sustitución de las canciones que Sor Juana compuso y el acto colectivo de cantar, son otras dos maneras en que Los Empeños de una Casa logra conectar los sentimientos atemporales que la dramaturga compuso en verso barroco con un público del siglo XXI.
“Los puntos de vista han cambiado, pero los sentimientos son los mismos”. Esta frase la dijo Aurora Cano en un conversatorio dirigido a estudiantes de teatro antes de una función de Los Empeñas de Una Casa. Tal postura revela el entendimiento y la importancia de seguir llevando a la escena los clásicos, pero con un evidente entendimiento de que ya no estamos en el siglo XVII, o en tiempos shakesperianos, ni en Suecia de 1888. Recuerdo en un pasado claramente haber asistido a varios montajes de la Compañía Nacional de Teatro que, justamente, podrían considerarse como antropológicos, Sin embargo, hasta esta venerable institución ha evolucionado y en manos de Aurora Cano nos ha permitido explorar el teatro de tiempos vetustos con la mirada del 2024.
