Carlos Espinosa, Todo Teatral

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El escritor, crítico literario e investigador cubano Carlos Espinosa Domínguez murió en Aranjuez, España, se informó el pasado sábado 6 de julio

Carlos Espinosa. Foto: Cibercuba.com

Confieso que escribo estos párrafos sin querer creer la noticia, que me llega de fuente segura,
confirmando el fallecimiento en España del crítico e investigador Carlos Espinosa Domínguez.
Riguroso siempre, generoso e incansable, había nacido en Guisa, en 1950. Graduado del Instituto
Superior de Arte, en la especialidad de Teatrología, trabajó en Teatro Estudio y en Casa de las
Américas, y se radicó fuera de Cuba, primero en España desde 1986, y luego en Estados Unidos,
donde ofició también como profesor de español, al tiempo que ampliaba sus estudios. Aún
retirado en Aranjuez, siguió recopilando antologías y recopilaciones sobre cultura cubana, creando una bibliografía imprescindible.
Si bien fue la literatura su principal inclinación, y a la que confesó haberse querido dedicar
completamente, el teatro se hizo parte de su vida de manera ineludible tras dar a conocer sus
primeras críticas en el diario Juventud Rebelde, en 1975. Es por ello que así como preparó
volúmenes y antologías sobre autores como José Lezama Lima, Virgilio Piñera, Gastón Baquero,
Jorge Mañach o Lino Novás Calvo, eso se combinó con su trabajo como crítico de escena, desde el
cual destacó por su agudeza, su manera diplomática de señalar elogios y errores en los
espectáculos que comentaba, así como por alentar un diálogo desde dicho quehacer que eludía al
rol del crítico como juez o voz que presume de conocer las verdades más absolutas. Algo que
siempre caracterizó a Carlos Espinosa fue su interés en establecer puentes de diálogo, por encima
de mentalidades estrechas y la poca visión que a ratos abunda en el panorama donde se expresó.
Al radicarse en Estados Unidos de América, a partir de 1998, se graduó como Doctor en Español
por la Universidad Internacional de la Florida (FIU). Se desempeñó también como profesor, y
alternando entre ese trabajo y su participación constante en revistas como La Ma´Teodora y
Encuentro de la Cultura Cubana, se concentró en organizar un mapa de la literatura cubana en el
exilio mediante títulos como El peregrino en comarca ajena (2002) y La pérdida del sueño (2001).
En cuanto a la dramaturgia, había aportado en 1992 un libro de referencia, la antología Teatro
Cubano Contemporáneo, concebida para la serie que por el 500 aniversario del encuentro entre el
Viejo y el Nuevo Mundo se concibió como una serie publicada por el Fondo de Cultura Económica.
Ese libro, que fue discutido en su país natal, ayudó a fijar una cronología amplia, que contenía
contraluces y logros de dicho panorama, al tiempo que apelaba por la presencia en un mismo
concepto de autores cubanos más allá de posiciones políticas y sitios de residencia.
En Lo que opina el otro (2000) esbozó una aproximación al oficio del crítico y sus paradojas, así
como de sus exigencias al respecto, a fin de alejar mitos relacionados con dicha profesión. Como
fue en este caso, publicó a expensas suyo libro bajo los sellos de Término Editorial o Las Cuatro
Estaciones, según hiciera para dar a la imprenta su recopilación de entrevistas Todos los libros, el
libro. Regresando a Cuba en varias ocasiones, organizó y publicó las críticas de cine de Eduardo
Manet, y pudo al fin publicar en el 2003, con el sello Unión, Virgilio Piñera en persona, un proyecto
coral acerca del mayor dramaturgo cubano que fue reeditado en el 2012 y cuenta además, con
edición del autor, publicada en Cincinnati.

Los que conocimos a Carlos Espinosa recordamos además su simpatía, su entrega permanente a
aquello que le interesaba, su afán por seguir alentando proyectos editoriales por encima de
cualquier obstáculo o disgusto. De él aprendí, aprendimos, que el rigor del investigador es un
arma infaltable, que la precisión en la búsqueda de datos y el uso creativo de los mismos es lo que
distingue a alguien que solo organiza información y la persona que desde esos referentes
reconstruye la imagen de una cultura. En mis libros acerca del teatro cubano, siempre hay una
línea de agradecimiento a su nombre, y a él está dedicada mi conferencia «Las máscaras de la
grisura: teatro, silencio y política cultural en los años 70″, dictada y publicada en el 2009 a través
del Centro Teórico Cultural Criterios, que aborda los desmanes que durante el quinquenio gris se
cometieron contra el teatro y la cultura cubana en general. Lo despido con gratitud, y con un
dolor que me hará pensar en él durante este y muchos otros días.
Lo que Carlos Espinosa fue, es un guardián de nuestra cultura. No como alguien que celosamente
impidiera su expansión, sino como quien la abrió ante nuevos ojos y nuevas mentes. Hizo su obra
calladamente, pero con el paso firme de quien sabía necesaria esa labor de rescate y de
replanteo. Siguió atento al teatro y a la cultura de la Isla, fue un acompañante más allá de la
distancia, y nunca dejó de mantener viva esa curiosidad. Prueba de ello fue su presencia en una de
las funciones de La Celestina, el nuevo montaje de Carlos Díaz sobre el texto de Fernando de
Rojas, en Alcalá de Henares el pasado año, y la crítica que firmó sobre dicho espectáculo. Pero ese
es un ejemplo, entre los muchísimos más que podemos recordar y agradecerle. Entre sus libros
más recientes estuvieron tomos dedicados a Antón Arrufat, y al teatro del joven autor Yunior
García. Ayer mismo, al pasar por la librería Fayad Jamis, me alegró ver ejemplares de su volumen
dedicado a Héctor Quintero, publicado por Tablas-Alarcos en 2015. Siempre entre la literatura y el
teatro, supo mantener y ampliar ese puente entre ambas expresiones, prueba de su cultura y de
su afán por dilatar lo que, desde lo cubano, se ha aportado en tantas dimensiones. Y no solo desde
lo cubano: a su paso por Perú publicó varios libros que recogen importantes testimonios de
numerosos artistas escénicos de dicho país.
Todavía me resisto a creer que ya no recibiré sus correos, en los que filtraba lo mismo su humor,
sus quejas contra casi todo lo que parecía ineficaz e inoperante, y las noticias de sus nuevos
empeños. Ya lo extraño. Lo extraño mucho. Como a un amigo y como un maestro. A través de su
vida, vivía también nuestra cultura. A través de su inteligencia, su sagacidad, su devoción nunca
cegadora de lo que admiraba en su país. Que esa devoción crítica y al mismo tiempo apasionada
por lo mejor de nuestra cultura sea su legado. Y también sea el gesto y el mejor lugar, donde
podemos agradecerle y recordarle.

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