Calderón de la Barca: La vida es sueño
Goethe y los románticos alemanes lo encumbraron a la cima del teatro universal junto a Shakespeare. Admiradores suyos son García Lorca, Beckett o Camus. Según Ignacio Arellano, su obra es «más profunda que la de Lope y más compleja que la de Shakespeare». Y sin embargo…
Persiste, con esa tozudez del prejuicio analfabeto, una imagen negativa de Calderón de la Barca: la de un clásico dogmático, monolítico, antipático. Nada más lejos de la realidad ni más refutado por sus textos. Para poner en evidencia el infundio basta leer o ver representadas (bien) sus obras. Pero hay que tomarse la molestia, que se trocará en placer sorprendente, inolvidable y de la máxima calidad.
Calderón es un dramaturgo universal ―el más universal de nuestra lengua― y un genuino hombre de teatro que dirige algunas de sus piezas y se involucra en lo espectacular. Poeta trágico capaz de explorar los laberintos de la opresión ideológica, política y social, es a la vez uno de los más grandes maestros del género cómico. Fue también un hombre de su tiempo y mucho menos casticista que hombre de Europa. Escritor original, irrepetible, merece más que nadie en nuestra literatura, salvo quizás Cervantes, el título de genio.
La vida es sueño habla de tú a tú, en la cumbre, a Edipo rey, con la que tiene muchas afinidades. Pasa por ser un drama filosófico hondo y complejo, y lo es; pero sin resultar difícil ni aburrido sino, al contrario, apasionante, milagrosamente al alcance de cualquiera y teatral hasta decir basta. Ya notó José Bergamín cuánto tiene de obra de aventuras, de intriga y amor: «porque todo se acabó / y eso solo no se acaba» dice Segismundo refiriéndose a su amor por Rosaura. Del merecido éxito de una reciente puesta en escena, que prueba lo que digo, no se destaca bastante el mérito principal: que, en vez de emborronarlo, transparenta el fastuoso texto de Calderón.
El rencor de la mediocridad contemporánea tiene dos bases firmes: el catolicismo de Calderón y la perfección de su dramaturgia. Ambas irremediables. Mucho más difícil que depurar de marxismo el teatro de Brecht es privar el de Calderón de cristianismo. Sin él, nada se entiende de La vida es sueño, por más cargada que esté, y lo está, de conflictos humanos; ni de El príncipe constante o de cualquier otra obra, por no hablar de los autos sacramentales.
La idea de perfección, ligada a las de artificio, rigor, cultura, técnica, dificultad o consciencia, puede oponerse en arte a las de naturalidad, inspiración, duende, arrebato, facilidad o (relativa) inconsciencia. En esta alternativa —Góngora o Lope, Borges o García Lorca— Calderón se alinea, para bien y para mal, con los artistas más plenamente conscientes. Pero también el teatro: más parecido al soneto o la octava real que al romance o el verso libre, para entendernos.
Así que cuesta imaginar quién pueda exceder a Calderón ―¿Sófocles, Racine?― en perfección dramática.
José-Luis García Barrientos, doctor en Filología (UCM), Profesor de Investigación del CSIC, profesor de posgrado en la UC3M, es autor de libros, traducidos algunos al árabe y el francés, como Principios de dramatología, Cómo se analiza una obra de teatro, Teatro y ficción, La razón pertinaz, Drama y narración, Anatomía del drama o Siete dramaturgos, tres de ellos publicados por Paso de Gato. www.joseluisgarciabarrientos.com
Cada uno de los mini- ensayos de García Barrientos que he leído hasta aquí, en estas publicaciones, son un delicatessen de la Historia del teatro occidental que demuestra su conocimiento, su vigencia y la (difícil) capacidad de síntesis que da el aplomo de la experiencia. Son, también, una invitación a re-visitar de algún modo las obras y autores que por algo ocupan un lugar de privilegio en la historia del teatro. La escritura directa, amena y concisa de un fuera de serie sobre las obras innegablemente más importantes de la historia de occidente: una oferta imposible de obviar para cualquier verdadero amante del teatro.
Muchas gracias, Germán, por hacerme saber que hay alguien al otro lado, que me lee y hasta se molesta en comentar lo que escribo. Y no digamos por tu excelente opinión, seguramente inmerecida, pero que finjo creer a pies juntillas para animarme a continuar, y con más bríos. Cierto que yo «no necesito castañuelas para bailar», como dice el refrán; pero si me las tocan, y tan bien como tú, es que no paro. Una confidencia a cambio (aunque espero verte más por aquí, y más crítico): ya tengo escrito el «mini-ensayo», como tú lo llamas, correspondiente a tu idolatrado J. M.: el autor más actual, por el momento, de mi canon. Y una demanda de colaboración: ¿qué autores-obras argentinos incluirías tú en la lista (digamos de 50)?