Sófocles: Edipo rey

En la Poética, que es el texto fundacional y todavía fundamental de la teoría del teatro, de la literatura y del arte —sin ser siquiera un libro, sino un conjunto de notas para desarrollar oralmente—, Aristóteles eleva Edipo rey a la cima de la creación, de la poesía, de la tragedia. Y con razón.
Curiosamente, tal juicio de valor, que no desmentirá cualquier lectura o representación a la altura de la obra, la pone de actualidad y hasta la sitúa en el centro de la polémica teatral cuando algunos ―los menos, pero que se hacen pasar con éxito por los nuevos― se empeñan en practicar un teatro posdramático, es decir, no dramático. Aparte de lo contradictorio o hiperbólico del empeño, se entiende perfectamente que Sófocles y Edipo rey les molesten y hasta los desesperen. Porque son precisamente el paradigma de la perfección dramática.
Nunca, antes ni después, se ha tramado un argumento mejor, se mire como se mire. Un juez justo y benéfico emprende la indagación de un crimen que contamina a la ciudad, al Estado, y la impulsa con implacable celo hasta descubrir con horror que el criminal es él mismo. Un hombre puro y piadoso, apenas conoce por el oráculo el destino funesto que le aguarda, se dispone con todas sus fuerzas a evitarlo; pero cada paso que da para huir de él lo conduce inexorablemente a cumplirlo. Un rey afortunado y feliz, salvador de la patria, amante de su mujer y de sus hijos, descubre que, sin saberlo, es el asesino de su padre, el esposo de su madre y el hermano de sus hijos.
Edipo es ese rey, ese juez, ese hombre. Y su peripecia es puesta en escena por Sófocles de forma insuperable. Nos hace asistir al momento final de la investigación, al descubrimiento o toma de conciencia —«anagnórisis»— de que el terrorífico destino se cumplió sin remedio. Y sin culpa. Se toca fondo así en la inhumana, sagrada o monstruosa, oscuridad del misterio. Pero se hace ―y éste es el logro artístico supremo de Sófocles― mediante las palabras más claras, racionales, luminosas o equilibradas que se hayan nunca escrito. Por decirlo con Nietzsche: las más bellas palabras apolíneas ante el más negro abismo dionisíaco.
Los posdramáticos cultos esgrimen a Esquilo para revolverse contra Sófocles; poniendo en entredicho, por cierto, la presunta novedad de su empeño con este paso atrás; que los lleva a un gigante, sí, pero anterior, más primitivo. Un paso en falso, inteligente aunque equivocado.
Porque lo portentoso no es que Aristóteles acertara, como es habitual, y tuviera razón entonces, sino que sigue teniéndola hoy. Y lo cierto es que Edipo rey de Sófocles sigue encabezando el canon del teatro occidental de todos los tiempos, sin que ni siquiera Shakespeare se atreva a disputarle ese número uno.
No hay obra ni más grande ni más perfecta.
José-Luis García Barrientos, doctor en Filología (UCM), Profesor de Investigación del CSIC, profesor de posgrado en la UC3M, es autor de libros, traducidos algunos al árabe y el francés, como Principios de dramatología, Cómo se analiza una obra de teatro, Teatro y ficción, La razón pertinaz, Drama y narración, Anatomía del drama o Siete dramaturgos, tres de ellos publicados por Paso de Gato. www.joseluisgarciabarrientos.com
J. I Cabrujas decía que Sófocles sí que era un dramaturgo. Y los demás como él (JIC) simples escribidores de teatro…….esa palabra dramaturgo solo aplica para muy pocos….
Saludos y felicitaciones por el libro profe. G.B
Jose Ontiveros
Muchas gracias, José Ontiveros. Por esa opinión de Cabrujas, que me interesa mucho, y por hacerme sentir que hay alguien al otro lado. Su comentario me sugiere la posibilidad de incorporar de alguna forma (¿como notas?) al libro, si llega a ser, aportaciones de los lectores como la suya. Serán bienvenidas también las discrepancias. Un amigo colombiano al que admiro, por ejemplo, sostiene (pero en privado) que «Antígona» es superior a «Edipo rey»… Lo invitaré a argumentarlo por aquí.
Encontré la cita exacta de Cabrujas, que procede de una entrevista televisiva. Vale la pena transcribirla. En un momento determinado se refiere a la palabra «dramaturgo, palabra terrible, una palabra divina, una palabra misteriosa, una palabra que inventaron los griegos para designar a aquel artista capaz nada menos que de imitar a Dios, es decir, de crear vida. Yo todavía no me siento dramaturgo y creo que me moriré sin serlo; yo soy un señor que escribe comedias, que escribe teatro, un escritor de teatro. Pero un gran dramaturgo era Sófocles, un dramaturgo es Shakespeare» («La otra cara de José Ignacio Cabrujas (1995)», Grupo Actoral 80, YouTube, min. 18:45-19:18). Gracias, José Ontiveros, por la referencia.
Confieso, maestro, que suscribo la afirmación de Hegel cuando en sus «Lecciones sobre la estética» sostiene que «Antígona», la tragedia de la hija de Edipo, es incluso mejor que la del propio padre. Y si el orden es cronológico: ¿la «Orestíada» no debería ser el comienzo? Es la única trilogía que conservamos y esa Clitemnestra me sigue pareciendo colosal (creo que es ella y no Agamenón quien la protagoniza, aunque el título de Esquilo sea equívoco). Incluso yo consideraría, por su extrañeza y singularidad, por ser todavía más canto arcaico y dionisiaco que “teatro”, invocación y rito, empezar por «Las suplicantes», aunque entiendo que no soy yo quien toma la decisión y que si queremos poner una “primera piedra” en esta catedral, más nos vale que sea una monumental… Mejor dicho: quedémonos con «Edipo rey».
Gracias, Juan Sebastián. Es lo que quería: suscitar un hervidero de ideas. Las tuyas, siempre interesantes. El orden no será el cronológico para que las ocurrencias puedan visitarme con más libertad. Pero desplazar la cuestión del tiempo al valor me pone a pensar y a releer… ¿Edipo o Antígona? ¿Sófocles o Esquilo? Creo que empezaré así mi próximo capítulo, retóricamente, no porque lo dude: ¿Shakespeare o Racine?