Dramaturgia occidental /2

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La Celestina

La Celestina, basada en la obra de Fernando de Rojas, creación y dir. de Robert Lepage (Teatro Español de Madrid, 2004). Foto: Daniel Alonso.

La Celestina es una obra-isla desde el punto de vista teatral, que me parece, amén de pertinente, el más interesante. Rodeada de agua por todas partes, de nada que permita explicarla en su radical y soberbia singularidad, como si de nada procediera ―ni siquiera de su autor― ni condujera a nada, se levanta solitario e inaccesible este monumento literario y teatral ―sobre todo teatral― que alcanza las alturas de las creaciones míticas.

             El primer prodigio es la creación de ese gran personaje que acaba apoderándose también del título. Y siendo de los raros que pasan a la lengua como nombres comunes. Cualquier hispanohablante, aunque no haya leído un solo libro y menos esos, entiende lo que es ser un quijote, un donjuán o una celestina… Y poco más: sí, con menor alcance, un lazarillo, pero no un segismundo ni una anaozores ni un maxestrella, etcétera.

            El checo Jiří Veltruský elige con astucia La Celestina para demostrar su tesis de que el drama se lee exactamente igual que la novela y el poema, como pura literatura. No es verdad, pero sí un buen estímulo para descubrir, a la contra, la apabullante y misteriosa teatralidad de la obra. Qué importa que fuera escrita para ser leída en voz alta. Lo que cuenta es que rezuma teatro por todas sus costuras, que está pidiendo a gritos —y consiguiendo a veces— escenarios y actores en los que revivir.

            La Celestina es un clásico entre los clásicos. Eso nadie lo duda, pero quizás tampoco acierte nadie a explicar el porqué. Además de la creación de ese personaje gigantesco que rebasa la talla de la obra y se escapa de ella, nada justifica el lugar eminente que ocupa, con toda pero enigmática justicia, en nuestra cultura: ni la dicción, excelente pero no sublime, ni la ficción, que deja mucho que desear, con una trama regida por la casualidad y unos personajes ―los demás― olvidables fuera del universo mágico de la obra.

            Ante las especulaciones sin cuento que ha suscitado el concepto de clásico, la idea más sencilla y cierta es la de algo que sigue vivo, en uso. El concepto se torna aún más preciso para el teatro. Son clásicas las obras que siguen superando la prueba de la escena. Y, que yo sepa, La Celestina ha dado siempre muestras de la máxima vitalidad sobre las tablas; la última que recuerdo, la dirigida por Robert Lepage y protagonizada por Nuria Espert. 

            El enigma de La Celestina se cifra en una palabra. Vida es la respuesta a todas las preguntas. Ninguna obra entabla una relación más honda y más directa con la vida, la refleja y se nutre de ella con tanta intensidad. Y el teatro es el arte viviente por excelencia.


José-Luis García Barrientos, doctor en Filología (UCM), Profesor de Investigación del CSIC, profesor de posgrado en la UC3M, es autor de libros, traducidos algunos al árabe y el francés, como Principios de dramatología, Cómo se analiza una obra de teatro, Teatro y ficción, La razón pertinaz, Drama y narración, Anatomía del drama o Siete dramaturgos, tres de ellos publicados por Paso de Gato. www.joseluisgarciabarrientos.com
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2 COMENTARIOS

  1. Suscribo lo afirmado. «La Celestina» es pura vitalidad. De hecho, recuerdo que en esa obra pensaba yo cuando leída aquel concepto de «totalidad épica» de Hegel en sus «Lecciones sobre la estética» y también cuando leía en Lukács aquello de la «totalidad vívida». Ambos, Hegel y Lukács, se referían a la narrativa (en sus modalidades de epopeya y novela) cuando formulaban esos conceptos, pero en mi idea de la literatura es una obra dramática («La Celestina») —no una obra narrativa— la que mejor los demuestra, sobre todo con su juego de espejos internos: mismos motivos en doble registro social (el amor entre los señores y entre los criados; la fe entre los señores y los criados; la intriga entre los señores y los criados; la brujería entre los señores y los criados, etc.). Creo que «La Celestina» es un verdadero prodigio de la ambición épica en el modo dramático. Y más: creo que el concepto de «novela total» que formula Vargas Llosa en su «Carta de batalla por Tirant lo Blanc» [«Objeto verbal que comunica la misma impresión de pluralidad que lo real, es, como la realidad, acto y sueño, objetividad y subjetividad, razón y maravilla. En esto consiste el «realismo total», la suplantación de Dios], y que él rastrea hasta los libros de caballerías, tomó su primera forma madura en «La Celestina», que es una obra dramática y no narrativa. Me gusta pensar tanto la narrativa como la dramaturgia hacia 1500 en la Península estaba obsesionada con captar esa totalidad, en lograr el tratamiento grave de la realidad corriente en toda su extensión y ambigüedad (o al menos el efecto de tal). Y no: no fue en los libros de caballerías donde eso mejor se logró, si me preguntan, sino en el escenario imaginario hecho para Calixto y Melibea y todos sus acompañantes. Literatura y espectáculo en todo su esplendor.

    • Qué interesante, Juan Sebastián Cruz… Gracias en nombre de los presuntos lectores de este libro a la vista, y de esta página en particular. Ojalá mis escuetos textos iniciales fueran capaces de poner a personas como tú (¿las hay?) en el disparadero de multiplicarlos, enriquecerlos y hasta sepultarlos con sus comentarios.

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