Dramaturgia occidental /0

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Prólogo

Acostumbrado a hacerlo en soledad y silencio, ir escribiendo ahora ante tus ojos, lector curioso, supone una novedad y un incentivo para mí. El resultado puede que se titule, o no, Dramaturgia occidental y puede que se termine o no, que se publique o no, como lo que quiere ser desde el principio, un libro, ese objeto —de papel, claro— que, de Platón a hoy, contiene toda nuestra cultura. Que llegue a serlo dependerá de ti: de que lo leas, de que te interese y de que lo sigas.

            Lo mismo podría titularse Canon del teatro universal. Pero a costa de incurrir en tres peligros. Primero, de arrogancia, por confundir la parte con el todo, es decir, nuestro lugar en él con el mundo entero. Ello no significa, ni mucho menos, que comparta esa pose antioccidental de estirpe anglosajona que cunde como moda descerebrada y suicida… ¡precisamente en Occidente! Frente a tal idiotez, pienso —mejor dicho, sé— que la aportación cultural de Occidente es inconmensurable y mucho más benéfica que nociva. (Se advierte así, de paso, que lo más incorrecto de este libro soy yo, su autor.)

            La imprecisión es el segundo peligro. Porque teatro no es lo mismo que dramaturgia. Haber gastado neuronas y palabras sin cuento pensando y escribiendo —que es lo mismo o debiera serlo— sobre teoría dramática ha de servir al menos para poder decir con claridad y sencillez qué sea la dramaturgia. Veamos. Dramaturgia es la práctica del drama. Y drama es el encaje de una fábula, argumento o contenido en una puesta en escena. Así que dramaturgo será quien hace dramas o practica la dramaturgia. Pues bien, de eso trata este libro: de pasar revista, lacónicamente, a las dramaturgias más relevantes.

            Y el tercer peligro es la solemnidad que parece evocar la palabra canon. Que en realidad significa «lista», pero que carga también con el peso de «regla o precepto», de manera que el sentido más propio en este caso sería la acepción 5 del DRAE: «Catálogo de autores u obras de un género de la literatura o el pensamiento tenidos por modélicos»; definición que, aplicada al teatro, o mejor, a la dramaturgia, ni me molesta ni me asusta para el libro que aquí empieza a gestarse.

            A fuer de sincero, sí me incomoda un poco el cariz autoritario, cerrado, que parece implicar lo preceptivo o modélico del canon. No concibo la que aquí da comienzo como la lista, sino como una posible lista de la dramaturgia occidental. Pero no porque suscriba el relativismo, el todo vale, la posverdad y otras naderías posmodernas del pensamiento débil. Muy al contrario, asumo sin reservas el criterio del valor estético, y lo hago responsablemente, o sea, respondiendo de él con mi selección; abierta, porque no estarán todos los que son; pero de la máxima exigencia, porque sí serán todos los que estén. ¿Serán qué? De la más alta calidad. A eso me comprometo.

            Importa que este prólogo sea tan conciso como las entregas que, sin seguir el orden cronológico, irán tejiendo, con tu permiso, lector paciente, el canon en cuestión. La primera será «Sófocles: Edipo rey». ¿Alguien tiene algo que objetar? ¿Alguien puede?


José-Luis García Barrientos, doctor en Filología (UCM), Profesor de Investigación del CSIC, profesor de posgrado en la UC3M, es autor de libros, traducidos algunos al árabe y el francés, como Principios de dramatología, Cómo se analiza una obra de teatro, Teatro y ficción, La razón pertinaz, Drama y narración, Anatomía del drama o Siete dramaturgos, tres de ellos publicados por Paso de Gato. www.joseluisgarciabarrientos.com

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5 COMENTARIOS

  1. Qué gran proyecto, José Luis, y qué gran aportación será para el mundo del teatro cuando vea la luz. A mí me encantan los cánones, porque, aun cuando se les pueda achacar que no incluyen «todo» lo que cuenta u otras carencias, son necesarios como guía; y, elaborado por ti, será una guía muy segura.

    Qué importante también que remarques el ingrediente imprescindible de la calidad… Bordwell y Thormpson la cifraban en la coherencia y unidad de una obra; en su complejidad; y, aunque en menor medida, pues sin las dos anteriores no tiene gran valor, en su originalidad. Es decir, que la calidad no es algo subjetivo en absoluto; y, ¿quién mejor que tú, que conoces tan profundamente la dramaturgia y la amas con aún mayor profundidad, para ofrecernos el regalo de esa cuidada selección?

    Mucho ánimo con el ambicioso plan, que espero de corazón culmines con el mayor de los éxitos.

  2. Siempre pensé reservar un lugar en cada capítulo para añadir apostillas que pudieran enriquecer la publicación final. El mejor recipiente de ellas me parece ahora este de los comentarios o respuestas. Yo lo utilizaré para ir proponiendo sobre la marcha las reglas del juego y para lo que haga falta. Pero invito sobre todo a los lectores a colaborar en esta «obra abierta» dejando aquí las opiniones que los textos consigan suscitarles. Serán agradecidas.

  3. Cómo no celebrar que al mejor estilo de Harold Bloom en su «Canon occidental», alguien que ha dedicado su vida a leer, observar y analizar la escritura para la escena, como es el caso de García Barrientos, maestro de tantos a ambos lados del Atlántico, se decida a formular su propio canon. La defensa del valor estético en la batalla cultural actual resulta provocadora y necesaria. Celebro con todo entusiasmo esta publicación.

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