Souvenir asiático

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Resultado de una investigación de la autora sobre migrantes de diferentes países, esta obra presenta de manera poética las difíciles condiciones de su tránsito en busca de una mejor vida. Esta obra fue realizada gracias a la beca de dramaturgia teatral del Ministerio de las Artes, las Culturas y los Saberes de Colombia 2016 y narra siete conmovedoras aventuras de inmigrantes de México, Corea del Norte, África, China, Siria y Colombia.

A la deriva el inmigrante que cada uno es en este mundo.

Personajes:

Benjamín y Óscar (Colombia)

Roberto y Pedro (México)

Chao y Zhou (China)

Soly y Birham (Senegal)

Abdelhay y Ghanim (Marruecos)

Oula y su madre (Siria)

Policía (Colombia)

Myoung-Hee (Corea del Norte)

Ollah y Yusuf (Siria)

I. Lego de containers

Veo un planchón flotante ubicado no muy cerca de la costa, sobre el que reposa un “lego” de containers.

Voy flotando en un bote hinchable, junto con otros inmigrantes. A la expectativa: somos espectadores. Frente a nosotros, el escenario: ese puerto de llegada al que lentamente nos acercamos y que definirá nuestra situación.

La penumbra es profunda.

Es la hora imprecisa de un momento impreciso: una hora del tiempo en la que no se está cerca del día ni de la noche; un momento de la vida en el que no se sabe si se está más cerca de la muerte o de la vida.

Veo gente de seguridad que revisa la zona con linternas.

Un barco se acerca. No puedo verlo porque el lego de containers lo oculta, pero la luz del barco produce un contraluz sobre la pila de containers, que hace ver marcados los relieves y los siluetea como una mole de edificios.

Escucho el sonido del barco mezclado con otros sonidos: el movimiento de las olas del mar, perros vigilantes que ladran, radioteléfonos que dan órdenes.

Todos estamos impávidos.

Y no sabemos qué pasará.

Sólo veo lo que veo. Escucho lo que escucho.

Somos cuatrocientas personas montadas en un plástico mal hecho. Si alguien se mueve cae al agua y no hay forma de sacarlo.

Creo que estoy parado encima de dos o tres cadáveres envueltos en vómito, pero ni siquiera puedo agacharme para saber si están muertos o desmayados. Porque no hay espacio y si me agacho, así sea para ayudar, puedo quedar ahí atrapado y no salir más.

 Si alguien llora o se llena de pánico es echado al agua.

He permanecido sin moverme porque no hay manera de moverse en este hacinamiento. Todos mirando al frente. De pie, entre horas de horas y horas.

Y es en este momento en el que mi mente comienza a repasar una serie de visiones que he tenido durante este viaje en un océano negro.

Una mezcla de las historias que he escuchado entre estas personas. Una mezcla de lo que imagino. Una mezcla de mi adrenalina, de mis sentidos abiertos y mi vómito.

Mis visiones.

Container # 4 —

Veo cuatro personas.

Abdelhay y Ghanim, miembros de las Fuerzas Auxiliares Marroquíes, fuman un cigarrillo plácidamente.

Dos hombres de raza negra, Soly y Birham, al parecer están prisioneros y hablan entre ellos algunas palabras. Algo de lo que conversan se deja escuchar.

Soly: No importa, yo volveré a hacerlo.

Abdelhay apaga su cigarrillo y se acerca a Soly y a Birham.

Abdelhay: ¿Quién habló?

Soly levanta la mano.

Abdelhay: ¿Dijiste algo? ¿En español?

Ghanim también apaga su cigarrillo. Ya no hay cigarrillos, ya no hay placidez.

Abdelhay: Creí que sólo hablaban francés.

Birham y Soly están nerviosos. Abdelhay habla en un tono que produce eso, nervios.

Abdelhay: ¡Les estoy hablando!

Birham y Soly asienten.

Abdelhay: Lástima que ya no lleguen a España para terminar de aprender. Vamos a reconducirlos a la frontera. Eso es lo que sigue.

Soly frota sus manos con angustia y con ellas frota después su cabeza y su cuerpo.

Soly: ¿Hay alguna otra forma de resolverlo?

Abdelhay contempla esa posibilidad, en su infinito cinismo.

Abdelhay: Sí, quizás… quizás… hubo una forma de resolverlo en realidad. Que no vinieran hasta aquí. Pero ya estando aquí, no sé… No se me ocurre. ¿A ti se te ocurre algo, Ghanim?

Ghanim parece no querer saber de nada. En realidad, Ghanim: ¿qué eres tu si no más bien como una sombra?

Abdelhay: ¿A ustedes qué se les ocurre? ¿Me quieren negociar? ¿Cuánto tienen?

Soly y Birham sacan ávidamente de sus bolsillos y de entre sus pocas pertenencias lo que encuentran. Pero Abdelhay interrumpe la búsqueda con su voz.

Abdelhay: No tienen que negociarme nada. Si yo quiero les quito todo lo que tienen, que igual los dejamos en la frontera otra vez.

Birham: ¿Por qué nos retienen aquí?

Abdelhay: Tú, negro, ¿dijiste que volverás a hacerlo?

Abdelhay, un hombre extraño.

Abdelhay: Oye, responde, negro, ¿volverás a hacerlo? ¿Eso dijiste?

Soly: Tengo miedo. Se dicen muchas cosas cuando se tiene miedo.

Abdelhay: Tú te tienes que ir de aquí suplicando y repitiendo que no volverás a hacerlo. Tengas o no tengas miedo. ¿Está claro?

Soly de nuevo frota sus manos, frota, frota, frota. Abdelhay mira, mira, mira a sus prisioneros como si fueran un par de jabalíes. Una cosa para comer o montarse en ellos.

Abdelhay: Los retengo aquí porque antes que cualquier cosa voy a pedirles un pequeño favor. Algo para mí.

Abdelhay, insisto, un hombre extraño, que también puede hablar con dulzura.

Abdelhay: Quítense la ropa. Desnúdense.

Ghanim da un pequeño salto como si fuera a él a quien le hubieran pedido desnudarse. Soly y su compañero no reaccionan a estas palabras, porque a lo mejor en su español simple estas palabras no existen. O acaban de desaparecer de su español simple.

Container # 7 —

Veo a Chao y Zhou. Asiáticos, por sus ojos, sus pómulos, su tez. Escucho el sonido de un río que debe estar no muy lejos. Los veo maltrechos y muy golpeados. Como si un camión les hubiera pasado por encima. Tienen envueltas en bolsas plásticas unas poquitas cosas.

A la espera de.

En la espera de.

Sobre la espera de.

Por la espera de.

En espera.

Veo que Chao, desde un condón, extrae un celular. Lo enciende. Busca algo en el aparato. Cuando al parecer tiene una imagen en pantalla, ríe.

Chao: Maritza…

Chao ríe aún más. Se acerca a Zhou y le enseña la pantalla señalándole la imagen, con el entusiasmo de un grandioso descubrimiento.

Chao: Maritza…

Zhou: Oh… Maritza…

Entonces Zhou ríe también y ríe más, hasta que ambos ríen más de lo que habían reído.

Chao: ¡Maritza!

Container # 6 —

Veo a una mujer hermosa con un vestido de boda árabe y con hiyab. Y veo otra mujer más mayor que lleva también un hiyab.

Oula: ¿Qué haces aquí?

Madre de Oula: ¿A qué horas vienen?

Oula: No sé. En cualquier momento.

Madre de Oula: Te ves linda.

Oula: Gracias.

Veo muy confusa a esa mujer más mayor.

Oula: ¿Pasa algo? No hace falta que estés aquí, mamá.

Madre de Oula: Te ves linda.

Oula percibe que algo está confuso con su madre.

Oula: Ya me dijiste eso.

Veo que sigue confusa la madre de Oula.

Madre de Oula: Quítate ese vestido y nos vamos.

Container # 13 —

Veo un hombre. Por su atuendo, policía.

Veo una mujer. Por sus ojitos, asiática.

Ella parece que está retenida. Está sentada en una silla.

El está con un radioteléfono.

Voz en radioteléfono: Encontramos otro bus cargado de chinos como arroz. Carretera Buenaventura-Cali. ¿Al tanto?

Policía: Al tanto. Estoy con una de las civiles del primer bus que interceptaron. Pero no todos son chinos. Tengo aquí a una norcoreana.

Voz en radioteléfono: ¿Y cuál es la diferencia? Ésos son todos la misma cosa: ¡chinos!

Policía: Estoy en las bodegas del muelle porque no hubo cupo para trasladarla. ¿Qué hago con la civil?

Y no hay más respuesta.

Ella se desenreda el cabello con los dedos. Algunos de los cabellos que se le desprenden quedan enredados en sus dedos. Ella hace bolitas de cabellos. Una bolita de cabellos que logra armar en enredos y una bolita que deja caer al piso. Logra hacer varias bolitas de cabello que ve caer y que luego ve sobre el piso.

El Policía está pendiente del radioteléfono, de la joven mujer, de las bolas de cabello. Ambos suspendidos en su no se sabe qué pasará.

Container # 11 —

Un niño de cinco años, Yusuf, juega sobre un derrumbe. Un edificio aplastado.

Veo una montaña de escombros grises y el niño mismo cubierto de polvo gris. Hace torrecitas de piedra y juega a tumbarlas. Ollah, otro niño se le acerca. Tiene un animal de juguete colgado de uno de sus bracitos. Ollah, de seguro, tiene la misma edad.

Ollah: ¿Por qué estás aquí solo?

Yusuf: Estoy esperando a que mis papás salgan.

Ollah: ¿De dónde?

Yusuf: De ahí abajo.

Ollah: ¿Están ahí abajo?

Yusuf: Todo se cayó.

Ollah: ¿Te acompaño?

Yusuf: Bueno.

Ollah: ¿Tienes algún juguete?

Yusuf: No. Estoy jugando con estas piedras.

Ollah: ¿Puedo jugar contigo?

Yusuf: Sí.

Ollah: Yo tengo éste.

Yusuf: ¿Una araña?

Ollah: Un cocodrilo, se llama Samir.

Yusuf: Parece una araña.

Ollah: Es que está muy sucio.

Yusuf: ¿Y tus papás?

Ollah: No sé dónde están.

Yusuf: ¿Será que también están abajo?

Ollah: No creo porque por la noche nos vamos en una nave espacial con mi hermana. ¿Quieres ir?

Yusuf: ¿Una nave espacial?

Ollah: Sí. A otro planeta.

Yusuf: ¿Y en el otro planeta hay juguetes?

Ollah: No sé, yo creo que sí.

Yusuf: Todos se están yendo de aquí. Me gustaría ir.

Ollah: Ven con nosotros. Aquí a veces pasan cosas malas.

Yusuf: Tengo que esperar a que mis papás salgan. Tengo que pedirles permiso.

Ollah: Esperemos a que salgan y les pides permiso.

Yusuf: Ojalá salgan rápido. Y si me dejan ir, ¿de verdad me llevas?

Ollah: Sí. Hay bastante espacio. Es una nave espacial.

Y juegan ambos a tumbar torrecitas de piedras.

Container # 3 —

Racimos de banano.

Racimos de banano.

Racimos de banano.

Racimos de banano.

Racimos de banano.

Banano por doquier banano, inmaduro verde.

Dos hombres de raza negra en medio de racimos de banano. Dos pasajeros clandestinos en las neveras de un barco, en medio del por doquier de banano, se encuentran imposibilitados para grandes movimientos.

Los sonidos de motores del barco son ensordecedores la mayor parte del tiempo, aunque ahora de repente se detienen.

Óscar: Esto es horrible, me voy a quedar sin orejas con ese ruido de motores. Yo me estoy desesperando… yo me estoy desesperando… yo me estoy desesperando… ¿Te queda algo de panela?

Benjamín: No. Sólo agua.

Óscar: Es que siento que ha pasado más del tiempo que se supone.

Benjamín: Voy a ver si alcanza a encender el celular, así sea por dos segundos y ver la fecha.

Óscar: Quiero gritar, salir corriendo. El ruido de esos motores me va a volver loco.

Benjamín: De un momento a otro llegamos, no te desesperés. Estirate un poquito.

Óscar: No, vos no sabés lo que yo estoy sintiendo.

Benjamín intenta encender el celular. Presiona una y otra vez el botón de encendido.

Benjamín: Ya no enciende ni dos segundos. Yo calculo que vamos en cinco días.

Óscar: Cinco días… Dios mío… ya deberíamos haber llegado. Qué será lo que pasa…

Benjamín: Por eso te digo que de un momento a otro llegamos.

Óscar: Hace mucho frío. Esta raza no va con el frío. Me siento mal, Benjamín, me siento mal. En cualquier momento van a sonar esos motores otra vez, voy a enloquecer.

Benjamín: Calmate, guardá energías.

Óscar: ¡No quiero, no quiero calmarme!

Benjamín: Óscar, hablá bajito por favor. No vamos a última hora a dejarlo todo abandonado. Vamos a coronar. Sabíamos que no iba a ser fácil.

Óscar: Pero es que este frío es muy hijueputa. Muy hijueputa. ¿Y ese olor de mierda? Siento que se me derritieron las fosas nasales. Me quiero salir de aquí. ¿Y si nos morimos?

Benjamín: No digás eso.

Óscar: ¿Será que la vida se trata de esto solamente y ya?

Benjamín no sólo está rodeado de banano sino de preocupación.

Óscar: ¿Benjamín?

Benjamín: ¿Sí?

Óscar: Tengo miedo. Y ya no orino.

Benjamín: Tengo agua.

Óscar: Sí. Dame agua.

Benjamín: Hay que tener fe.

Óscar: La cabeza me da vueltas, se me pone pesada. Me siento mareado, estoy muy nervioso. Y me da esta pensadera y esta pensadera. ¿Y para qué? ¿Pa’ qué esta pensadera?

Benjamín tiene racimos y racimos de preocupación.

Óscar: ¿Benjamín?

Benjamín: Sí, aquí estoy.

Óscar: No me vayás a dejar solo.

Benjamín: ¿Cómo te voy a dejar solo? A ver, ¿cómo te voy a dejar solo?

Óscar: No me vayás a dejar solo.

Benjamín: Que no te voy a dejar solo. ¿Para dónde me voy a ir?

Óscar: No sé, de pronto te volás.

Benjamín: ¿Volarme?

Óscar: Sí, puede ser, ¿no?

Benjamín: ¿Volarme yo? Vos si estás pensando ya mucha pendejada. ¡Dejá la bobada!

Óscar: ¡No son bobadas, lo que pienso no son bobadas, dejá más bien la pendejada vos!

Benjamín: ¿Pero cuál pendejada?

Óscar: ¡Pues esa que yo estoy pensando!

Benjamín: ¿Nos vamos a agarrar por una pendejada que vos estás pensando? ¡Véanme éste!

Óscar trata de contener sus pensamientos porque se le están desbordando y podría naufragar en ellos.

El sonido de motores inicia.

Óscar: Perdoná, Benjamín, es que me da la pensadera porque qué más me pongo a hacer.

Benjamín: ¿Qué? ¡Hablame más duro que esos motores no dejan!

Óscar: ¡Que perdoná, que es que me da la pensadera porque qué más me pongo a hacer!

Benjamín: ¡Más bien tomá agua… tomá agua y dejá la bobada!

Sonido de motores.

Container # 7 —

Chao y Zhou han practicado muchas formas de la espera.

Y siguen practicando formas de la espera.

Chao vuelve a extraer del condón su celular. Enciende la pantalla. Observa y ríe.

Chao: Maritza.

Chao suspira alegre y ríe.

Chao: Maritza.

Chao le acerca la pantalla a Zhou, quien toma el celular en sus manos.

Chao: Maritza.

Zhou: Oh… Maritza…

Chao y Zhou se ríen.

Los veo y escucho ese nombre, y logro entender que un mismo nombre pronunciado mil veces puede tener mil significados distintos.

Una sola palabra dicha tantas veces se convertirá en otras palabras nuevas.

Container # 13 —

Myoung-Hee: Usted me tiene que ayudar. Escóndame, o haga algo. No puedo regresar de donde salí. No puedo. Usted tiene cara de buena persona.

Policía: No le entiendo, me puede decir lo que quiera que no le entiendo. No sé lo que habla, chino, japonés, no sé, no entiendo su idioma.

Myoung-Hee: Ayúdeme, por favor, ayúdeme.

Policía: No entiendo nada de lo que dice. ¿Puede quedarse en silencio? Me pone nervioso.

Myoung-Hee: Yo no entiendo lo que usted me dice, pero creo que lo que está queriendo decir es que no entiende lo que le estoy diciendo, ¿cierto? Usted no está entendiendo nada de lo que estoy diciendo. Pero debe imaginarse que le estoy pidiendo ayuda, mire mis manos, mi cuerpo, toda yo entera le pide ayuda.

Policía: Ay, pero por Dios…

Myoung-Hee: ¿No entiende? ¿No entiende? Míreme, yo… soy una persona, ¿entiende? Persona. Una vida humana, una persona. He corrido. Mire los zapatos. Mire mis zapatos. Salí de un lugar corriendo y he corrido todo el tiempo. Con los zapatos, vea. Huyo.

Policía: Ay, Dios mío, a mí por qué me tocan estas cosas. Mire, niña, no entiendo lo que está diciendo. Yo no hablo lo que usted habla. Su lengua, ¿entiende? Lengua, yo no. Mi cerebro no. Yo no sé nada. Mejor dicho, yo no entiendo la vida.

Ella se arrodilla en actitud suplicante. Él la levanta y la vuelve a poner en la silla. Él niega con la cabeza. Ella llora.

Myoung-Hee: “Arroz chino”.

Policía: ¿Qué dijo?

Myoung-Hee: “Arroz chino”.

Policía: ¿Arroz chino? ¿Es lo que sabe decir en español? ¿Arroz chino?

Ella ya no llora. Él afirma con la cabeza.

Policía: ¿Tiene hambre? ¿Ganas de comer?

Él hace señas de “comer”. Ella hace señas de que “comer no”. Él suspira. Ella suspira. Él de nuevo con el radioteléfono.

Policía: ¿Qué hago con la civil?

No hay respuesta. El policía va de un lado a otro. Ni él sabe qué hacer, ni ella tampoco. Ni él sabe de qué hablar, ni ella tampoco. Pero se miran y se miran a los ojos, como si quisieran contarse muchas cosas. Y el policía continúa yendo de un lado a otro.

En un momento, él coloca sobre una derruida mesa el radioteléfono y el arma de dotación.

Myoung-Hee está muy nerviosa y no despega los ojos del arma.

Myoung-Hee: Debería darme esa pistola.

Policía: No entiendo lo que dice.

Myoung-Hee: No estoy hablando con usted. ¡Estúpido, idiota, tarado!

Policía: No sé qué está diciendo, pero no me gusta esa actitud.

Myoung-Hee: Estoy hablando para mí misma, ¿o no puedo hablar para mí misma? No tengo un lugar en el mundo. Muchos no tenemos un lugar en el mundo. Para qué le voy a hablar a usted si sé que no me entiende. Sólo sabe qué es “arroz chino”.

Policía: ¿Arroz chino? ¿Tiene hambre?

Él hace señas de “comer”. Ella hace señas de que “comer no”.

Myoung-Hee: ¡¡¡Estúpido, idiota, tarado!!!

Policía: ¡¡¡Pues… pues… pues…!!! Yo no sé qué está diciendo, pero no puedo hacer nada. Sólo soy un policía. Y no la puedo ayudar, no me la puedo llevar a mi casa. Sus ojos son una cosa difícil. ¿Entiende? Mire: sus ojos son una cosa difícil. Hay lugares donde un negro o un asiático no pasarían desapercibidos.

Ella se arrodilla.

Myoung-Hee: ¡Ayúdeme por favor!

Él la pone en la silla de nuevo y de nuevo toma el radioteléfono.

Policía: ¿Qué hago con la civil? Por favor, alguien responda, ¿qué hago con la civil? Llevo tres horas con una civil extranjera, ¿díganme qué debo hacer?

Mientras tanto ella se ha ido quitando su ropa sin perder tiempo. Quiere seducir al Policía, agotando las posibilidades que trascienden el idioma.

Él deja el radioteléfono. Cuando ve a la joven casi desnuda, grita de sorpresa. Se pone nervioso, trata de no mirarle esas partes del cuerpo que se quisieran mirar y con demasiado afán y ternura se acerca a ella y le acomoda la ropa.

En ese idioma, que es ninguno, le da a entender que no puede hacer nada en esa situación.

Ella llora. Y llora y llora y llora y llora y llora, hasta que se lanza al piso en una pataleta.

El Policía trata de controlarla para volver a ponerla en la silla, pero Myoung-Hee lo muerde en una mano.

Policía: ¡Me mordiste! ¿Me mordiste? Ve, esta hijueputa me mordió. ¿Vos qué te estás creyendo? ¿Ah? ¿Vos qué te estás creyendo?

El Policía llora con rabia porque al parecer la mordida fue una mordida que hace llorar de rabia. Retoma el radioteléfono.

Policía: ¿Qué hago con la civil? ¡Me mordió! ¡Estoy con una civil peligrosa! ¡Envíen al menos refuerzos! ¿Hay alguien ahí? ¿Qué hago con la civil?

Ella se acerca al Policía haciendo viento con sus labios y viento con sus manos para calmar el dolor de él.

Policía: No se me acerque. ¡Qué! ¿Me va morder otra vez o qué?

Myoung-Hee: ¡Perdón!, ¡perdón!, ¡perdón!, yo no quise hacerlo, perdón…

Policía: ¡Y ahora me insulta! Esta hijueputa, de repeso me insulta. ¡Vaya, siéntese y no me joda más!

El Policía resopla como un toro. Está seriamente ofuscado. Myoung-hee está asustada.

Se miran como en un duelo.

Se preguntan con los ojos algunas cosas y se responden con los ojos otras cosas.

El policía toma su celular, busca una información y marca un número.

Policía: Hola… no… no… espera… ¡domicilio no! Bueno, domicilio sí, mejor dicho, te llamo en un momento, necesito hablarte de algo.

Container # 6 —

Oula se mece con su traje de novia.

Madre de Oula: ¿Por qué hacerlo otra vez?

Oula se mece con su traje de novia.

Madre de Oula: No me dejes acá parada sin decirme nada. Como si yo no existiera. ¡Te estoy hablando!

Oula: ¿No habría sido mejor morir con ellos? ¿Haber muerto con mi hermanito y mi papá en el mar? ¿No habría sido mejor? ¿Por qué el mar no nos tragó a todos por igual? Estamos de sobra por la vida, ¿no sientes que estamos de sobra por la vida?

La madre de Oula se queda estrangulada en estas preguntas. Se le estrangulan también los labios, los ojos.

Oula: ¡Tú aceptaste! Antes y ahora: aceptaste.

Madre de Oula: Cuando esa mujer me buscó otra vez para contarme que había un cliente, te pregunté y me dijiste que sí, y yo dije que sí, sin pensar. Pero ahora pienso que no y por eso estoy aquí.

Oula: Aceptaste, antes y ahora. Aceptaste. Antes tenía doce. Apenas doce. Ahora voy a cumplir catorce. Mañana, mañana los cumplo. ¿Lo recuerdas?

Madre de Oula: ¿Por qué no lo voy a recordar? No compliques esto. Habíamos cerrado ese tema cuando volviste. Pasaste mucho tiempo sin querer hablar, sin querer comer, sin querer nada. Tus preciosos ojos verdes sólo miraron al piso durante meses. Dijiste que no volverías a hacer esto de venderte a los saudíes en esos casamientos. No me reproches que acepté, porque tú también aceptaste.

Oula: ¿Qué otra opción tenía y qué otra opción tengo ahora?

Madre de Oula: ¿Sientes que te abandoné? ¿Es eso? ¿Que te arrojé a ese abismo? Me insististe en que lo hacías por todos, que no te importaba sacrificarte. No repitamos esto, Oula. Me insististe, pero podemos seguir así ¿entiendes? No tienes que irte.

Oula: Pero ya estoy lista, mírame. En cualquier momento aparece ella a decirme que llegaron por mí.

Madre de Oula: Todavía estás aquí.

Oula: En todo caso me voy a casar. Es bueno, ¿no? Vestirse de novia, casarse… ¿de verdad quieres que no me vaya?

Madre de Oula: No te vayas.

Oula: ¿Te arrepientes de algo?

Madre de Oula: No, Oula, ¿de qué?

Oula: De haberme dejado ir la primera vez.

Madre de Oula: Sufriste mucho. Yo también.

Oula: ¿Tú? ¿Y por qué? ¿Se te acabó el dinero rápido? Por eso habrás sufrido. ¿O por qué más?

Oula se exaspera.

Oula: ¡Yo me odio totalmente! ¡Yo me tengo asco totalmente! ¡Yo me aborrezco! ¿Por qué me pasó eso? ¿Ése es el destino que Dios fijó para mí?

La madre se acerca a su hija, la abraza para ver si logra calmar su exasperación.

Madre de Oula: Te amo, hija.

La madre de Oula suelta el abrazo y la toma de una mano para arrastrarla fuera del lugar. Oula le hace fuerza para no moverse de ahí, mientras el movimiento de canutillos brillantes y cristalitos murano del vestido hacen juego a los canutillos brillantes y cristalitos murano que ruedan copiosamente por sus mejillas.

Oula: ¿Tienes cómo pagar este vestido si no me voy?

Esa novia maravillosa se seca las mejillas con las manos y se esfuerza por darse a sí misma un nuevo semblante. Se pasea con ese vestido que han usado tantas novias y gira sobre sí como si quisiera convencerse de alguna forma de que le alegra consumar ese matrimonio.

Oula: Campos Elíseos. Mamá, la calle de enfrente se llama igual que una calle en París. ¿No es eso una paradoja? Aquí, en este refugio polvoriento, los Campos Elíseos.

Madre de Oula: Oula, no te vayas, te lo pido.

Sí, en ese lugar hay una calle que se llama igual que una calle de París. Eso me hace pensar que hay una persona que se repite en todos los lugares del mundo. Tú la ves y dices: me acuerda de mi madre, me acuerda de un gran amigo. Que hay una calle principal que se repite en todas las ciudades del mundo. Tú la ves y dices: me acuerda de Lima, me acuerda de Moscú. Que hay un alma que se repite en todos los seres del mundo. Tú la ves y dices: soy yo mismo.

Container # 4 —

Abdelhay se suelta la correa del pantalón.

Ghanim, un hombre incómodo. Una sombra, un cero a la izquierda, una nada.

Soly y Birham lánguidamente se están quitando su ropa.

Soly: ¿Qué van a hacer con nosotros?

Abdelhay: ¿Qué crees? ¿Qué crees que va a pasar, cariño? Quítense toda la ropa.

Birham y Soly se desnudan y ponen sus posesiones al frente. Abdelhay requisa minuciosamente esos cuerpos desnudos con su mirada. Después requisa esas posesiones.

Abdelhay: ¿Sólo 250 dírhams? Esto no es nada. Una miseria. ¿Con esto pensaban negociar?

Abdelhay en medio de su requisa encuentra documentos.

Abdelhay: Tenemos a “Soly” y a “Birham”… pasta dental… un pantalón… ¿Y estas cositas?

Soly: Regalos.

Abdelhay: ¿Para quiénes?

Soly: Gente con la que hemos pensado encontrarnos.

Abdelhay toma uno a uno pequeños objetos que tienen un moñito colorido. Abdelhay parece que se transportara a algún lugar de sí mismo. Aunque uno pensaría que ese hombre no tiene lugares.

Soly: Ése es para mi hermana que logró llegar a Bélgica. Ése es para un amigo que está en Francia. Ése es para mi ahijado en España. Son cosas pequeñas que sólo tienen sentido para nosotros. No tienen valor, no valen nada mejor dicho. No son de valor. Son recuerdos.

Abdelhay: Recuerdos… de verdad, ¿qué es lo que piensan de Europa? ¿De verdad creen que allá les irá mejor? ¡Allá los odian!

Soly: Que nos odien es lo de menos. Allá se puede trabajar y se puede comer. Llevo dos años en esta cuestión. Revisando las opciones, entre enfrentar el agua o dar el salto. Sin saber por dónde. En la mitad del Sahara los guías nos abandonaron. Se fueron con el dinero que les dimos para el total del viaje.

Abdelhay: Yo se cómo funciona. Los traficantes de migrantes los dejan botados. El día que apareció ese niño muerto, ese sirio famoso en las costas, los traficantes vieron peligro en el negocio y sacaron una promoción de niños a mitad de precio y bebés gratis. Y un cupo en un botecito de mierda cuesta, mil seiscientos euros que no son cualquier cosa. Es una mafia poderosa. Donde hay gente pobre capaz de hacer lo que sea por algo, hay alguien rico que se va a aprovechar de eso. ¿Para qué me cuentas eso? ¿Y aún así volverás a hacerlo?

Soly: Sí. Algún día voy a salir de aquí. Tengo que regresar con algo. No puedo volver así.

A Abdelhay, algo del determinismo de Soly le exaspera.

Abdelhay: ¿Volverás a hacerlo?

Soly no dice nada.

Abdelhay: ¡Agáchate!

Soly no hace nada.

Abdelhay: ¡Que te agaches!

Soly no tiene más opciones en realidad. Su vida está en esas manos. Así que se agacha. Abdelhay le da una patada en el rostro. Toma por sorpresa a Soly, quien inmediatamente manda sus manos al sector del golpe. Birham aprieta sus puños.

Ghanim, un hombre incómodo. Una sombra, un cero a la izquierda, una nada. Como ya lo había dicho.

Soly: Volveré a hacerlo.

Soly recibe una patada en el rostro.

Soly: Volveré a hacerlo.

Soly recibe una patada en el rostro.

Soly: Volveré a hacerlo. Usted sabe, me recuperaré de los golpes. Andaré escondido, comeré basura y vuelvo a pasarme. Vuelvo a pasarme.

Soly recibe una patada en el rostro.

Ghanim: Mierda… ya…

Abdelhay: Cumplo mi deber. Tú también cumples el tuyo, ¿verdad? Tú lo haces bien, ¿verdad? ¿Por qué me miras así? ¿Lo harías mejor que yo?

Ghanim lo mira. No se sabe si con odio o con miedo, o con un reclamo que diría: no es necesario. En verdad, no es necesario. Hay tantas cosas que no son necesarias. Si este negro va a ser abandonado en la frontera, a que se regrese como pueda, a tierra de nadie, qué tiene que ver su rostro con eso. ¡Déjalo ya! Pero, aunque Ghanim podría decirlo y se le ve en los ojos, no lo dice. Prefiere voltear la cara y dejar guardado lo que piensa.

Abdelhay vuelve a su tema: Soly. No es el mejor momento para decirlo, pero Soly es muy bello. Su alma, su cuerpo. Su hermoso cuerpo. Soly es bellísimo.

Abdelhay: ¿Estás tan mal, tan pobre como para venir aquí a terminar de joderte?

Soly: No estoy tan mal, ni tan pobre. Lo hago porque soy valiente y no me voy a sentar a esperar. Si quiero un cambio, pues me muevo. En realidad, nunca se está ni tan mal, ni tan pobre, ni tan hambriento, ni con tanto frío, ni tan enfermo como para querer morirse. Nunca.

Soly recibe una patada en el rostro.

Birham: Ya no más, ya no más, déjale una cara por lo menos para regresar. Déjale una cara para que los hijos lo reconozcan. ¡Ya no más por favor! ¡Ya no más! Bótanos ahí en la mitad del desierto, en la frontera. ¿Es invierno, no es suficiente? A lo mejor ni alcanzamos a durar un par de horas vivos cuando nos dejen. ¿Tú sabes qué es tener una tierra y una patria y no tener qué comer?

Abdelhay: ¿Por qué me hablas así? ¿Qué piensas para hablarme así? ¿Tú qué sabes qué es lo que yo sé? ¿Tú sabes algo de lo que yo sé?

Birham: No sabes qué es tener una tierra, una patria, y no tener qué comer.

Abdelhay: Para que tú sepas lo que yo sé, tendrías que haber visto lo que yo he visto. Y tú no has visto nada de lo que yo he visto. Si no, no estarías aquí. Qué has visto aquí, Ghanim, ¿qué has visto? Di qué cosas has visto de gente como ellos.

Ghanim: No sé qué pasa hoy.

Abdelhay: Yo tampoco sé qué pasa hoy.

Ghanim: He visto muchas cosas en esta vida, muchas cosas. Muchas.

Abdelhay: Pues díselas. Porque aquí no estamos jugando.

Ghanim: Bien.

Ghanim saca un cigarrillo. Abdelhay saca de uno de sus bolsillos un encendedor y le da fuego. Ghanim se toma su tiempo. Qué lentitud, qué ausencia, qué no emoción, qué perdición en la mirada y en el destino.

Ghanim: He visto inmigrantes incendiarse en altamar porque la patera se voltea y los improvisados motores se incendian. La gasolina se riega y arde en el agua. He visto niños incendiarse en brazos de mujeres embarazadas que también se incendian.

Sangre en las palabras.

Sangre en el humo.

Ghanim: He visto centenares de personas cruzar las vallas de las fronteras y cómo se caen y se parten las piernas y los huesos quedan al aire.

Sangre en las palabras.

Sangre en el humo.

Ghanim: He visto niños tan bonitos y tan niños flotar muertos en aguas tan azules y tan brillantes que nunca he creído que están muertos, sino que son muñecos para que jueguen los delfines.

Sangre en las palabras.

Sangre en el humo.

Ghanim: He visto hombres caerse de trenes pasando la frontera, porque el hambre y el cansancio los vence. Se caen porque se duermen. El tren los parte en dos. Los órganos quedan esparcidos. Supongo que morir dormido es lo que todos queremos, así te partas en dos.

Sangre en las palabras.

Sangre en el humo.

Ghanim: He visto cuerpos de hombres y mujeres jóvenes flotar. Cuerpos que ya no necesitan nadar, ni esforzarse. Cuerpos a los que ya no les importa el sello en un pasaporte.

Sangre en las palabras.

Sangre en el humo.

Pausa en la sangre.

Ghanim: Creo que he visto más de la cuenta.

Abdelhay vuelve a su tema: Soly.

Abdelhay: Aquí te voy a estar esperando. Tu allá el protagonista del Sahara o el protagonista del Mediterráneo, y yo acá el protagonista de la valla, del muro, de la frontera, donde me pongan a cumplir mi trabajo. Y cada uno va a hacer lo mejor que puede. Buena suerte para la próxima. Aquí voy a estar esperándote, maldito pobre. Maldito negro. Maldito inmigrante.

Abdelhay desenfunda una pistola y apunta a Soly y a Birham, quienes todo el tiempo se han esforzado por no dejar al aire sus partes íntimas.

Abdelhay: Dense la vuelta los dos.

Soly se derrumba, llora.

Abdelhay empuña el arma decidido.

Birham, con dignidad, levanta a Soly y lo ayuda para que ambos cumplan la orden.

Container # 7 —

Chao y Zhou improvisan un altar para una ceremonia. Se preparan para acciones ofrecidas a un omnipotente. En el altar no hay grandes ofrendas de frutas y vegetales frescos. Sólo unos pequeños frutos secos. Los diminutos frutos secos que han sido su alimento.

Chao y Zhou piensan. Veo que piensan. Cómo no poder verlo. Dejaron atrás lo que todos dejamos. Lo que todos dejaremos. Pero no dejaron a Dios, porque no cabe en una maleta. Por eso no lo dejaron.

Oran. Cantan. Danzan. Ojos cerrados… movimientos tenues de las manos, de la cabeza… Veo algo que nunca había visto. Fe, devoción, ilusiones, vida, en sus movimientos, cantos y oración. Veo cómo ellos realmente pueden abrir puertas que no están ahí, pero que existen.

Chao y Zhou… a veces en la vida, sólo vas tú, y tú.

Container # 3 —

Óscar: Quisiera volver a cuando era niño. Todo era tan sencillo, tan fácil, tan bonito. No esto. Aquí encerrados. Sin saber si vamos a lograr salir. Dejando atrás familia, hijos, todo. Lo que es el hambre. Yo siento que llevamos más días de la cuenta.

Benjamín: No importa cuántos días. Aquí vamos y como sea llegamos. Tenemos la esperanza de amigos que están mandándole plata a su gente. En eso es en lo que hay que pensar. En lo que viene.

Óscar: ¿Y si no nos va bien, Benjamín?

Benjamín: Lo peor que puede pasar es que nos deporten o nos metan a la cárcel. Hablemos mejor de otras cosas y relajemos la mente. A mí no me hace bien estar hablando de que si nos va a ir mal y esas cosas. Ya estamos aquí y punto.

Óscar: Tenés razón. Solamente me siento desesperado sin poder casi ni moverme, con ese olor… con esos motores… y con esta hijueputa pensadera.

Benjamín: ¿Qué tanto pensás? ¿Otra vez que me voy a volar?

Óscar: No, bobo.

Óscar toma un corto aliento.

Óscar: Pensaba en qué estarían haciendo en este momento Yurani, que ya tiene siete añitos, mi bebé, mi adoración, o el de catorce, o los otros dos, o qué estará haciendo mi mujer. En esas cosas pensaba. En qué andarían haciendo. O en si me piensan.

Benjamín: Yo también pienso en qué estarán haciendo allá en mi casa. Yo creo que están orando por mí. Eso sí fijo. Y no sólo por mí. Por vos también. Para que nos vaya bien.

Óscar: En este momento Milena debe estar fritándose unas cachamas con patacón, una delicia, hasta siento el olor. Darío y Héctor jugando videojuegos. Yurani haciendo tareítas del colegio y Fabricio callejeando.

Benjamín: Yo a veces me doy ánimos a mí mismo, imaginando que hay gente que la está pasando peor que yo en este momento.

Óscar toma un largo aliento. Luego Benjamín toma un corto y un largo aliento. Necesitan mucho aliento.

Óscar: En este momento alguien se está dejando caer.

Benjamín: ¿Al vacío?

Óscar: Sí, de un gran edificio. Porque se siente solo.

Benjamín: Pobre.

Óscar: En este momento alguien está diciendo un chiste.

Benjamín: ¿Y es bueno el chiste?

Óscar: No. Lo dijo y nadie se rio, solamente él mismo.

Benjamín: Qué chiste tan malo.

Óscar: En este momento alguien está en clase.

Benjamín: ¿De qué?

Óscar: De baile de tubo. Una negra bien acuerpada está aprendiendo baile de tubo.

Benjamín: ¿Baile de tubo?

Óscar: Sí, ese baile que hacen esas mujeres como de striptease, y que bailan alrededor de un tubo.

Benjamín: Ah, ya sé cuál es el baile de tubo.

Óscar: Aprende muy bien, ella y el tubo nacieron para estar juntos. Se desliza, hace piruetas ahí, se abre de piernas, se contorsiona, empina ese culo, se restriega las tetas ahí.

Benjamín: Yo no entiendo para qué aprenden baile de tubo. En mi casa no tengo tubo. Nunca he visto un tubo en una casa. Uno nunca va a una fiesta y encuentra una pista de baile con tubos.

Óscar: Ella se siente sexy. Yo tampoco entiendo para qué se aprende baile de tubo. Pero ella está en clase de baile de tubo.

Benjamín: A todos nos gustan cosas.

Óscar: En este momento alguien mira por una ventana.

Benjamín: Qué bonito. Mirará el atardecer o el amanecer. A mí me gusta mirar el atardecer.

Óscar: Mira a alguien que fue ambas cosas. Se divorció y ve cómo meten los muebles en un camión. O sea que fue alguien que fue amanecer y atardecer.

Benjamín: Duro, muy duro.

Óscar: En este momento alguien se confunde.

Benjamín: A mí no me gusta estar confundido.

Óscar: En este momento alguien está recostado en una camilla.

Benjamín: ¿Está enfermo?

Óscar: No. Es un condenado a muerte. Le están aplicando la inyección letal.

Benjamín: Uy, tuvo que haber hecho algo muy malo.

Óscar: Repasa lo que puede de su vida. Repasa lo que lo llevó hasta ahí. Y como nunca se arrepintió, no entiende por qué está ahí. Mató a sus tres hijos pequeños y a la mujer, pero nunca sintió ni dolor, ni tristeza, ni nada por lo que hizo. O sea, hizo algo que nunca pudo entender y por lo que nunca sintió nada.

Benjamín: No necesitaba una inyección letal, sino una inyección de sentimientos y habría sido mejor.

Óscar: En este momento alguien está mirando las estrellas.

Benjamín: Qué bonito. También me gusta mirar estrellas, sobre todo cuando hay bastantes estrellas. Pero cuando hay poquitas también. Ellas tienen algo que hace que uno quiera mirarlas.

Óscar: Las mira porque se siente enamorado.

Benjamín: Me enamoré.

Óscar: En este momento alguien está atrapado.

Benjamín: ¿Cómo?

Óscar: Hubo una explosión y se derrumbó el lugar donde estaba. Quedó atrapado. Está ileso y pide auxilio. Sobre él, aparte de ciertos ladrillos y muros, está la nevera del vecino del tercer piso, el colchón del vecino del segundo piso y unos portarretratos y cuatro inodoros. Pasan socorristas por encima, pasan perros socorristas por encima, pasan voluntarios que ayudan como socorristas por encima, pero nadie lo alcanza a escuchar. Nadie lo va a encontrar nunca.

Benjamín: No hablemos de gente atrapada.

Óscar: En este momento alguien está desesperado.

Benjamín: Estar desesperado no es bueno.

Óscar: En este momento alguien olvidó algo muy importante.

Benjamín: Olvidar algo muy importante no es bueno.

Óscar: En este momento alguien perdona.

Benjamín: ¿Qué perdona?

Óscar: Cachos.

Benjamín: Yo no perdono eso jamás. Eso sí que no se perdona. ¿Cachos? No.

Óscar: En este momento alguien llora.

Benjamín: ¿Qué le pasó?

Óscar: Se murió su papá y alista la ropa que le pondrá para despedirlo. Estaba viejito. Pero fue un buen papá y fue además un buen viejito. Un buen papá con un solo buen hijo. Se adoraron toda la vida. Pero se acabó.

Benjamín: Me hiciste pensar en mi papá.

Óscar: En este momento alguien no puede dormir.

Benjamín: Es horrible tener insomnio.

Óscar: En este momento un niño es violado.

Benjamín: Maldito, que se pudra en la cárcel, que le hagan lo mismo una fila de cien. No sigás, que yo eso no lo resisto. Con los niños no.

Óscar: Con los niños no.

Benjamín: Óscar… sí que pasan cosas en el mundo… justo en este momento. Es que somos muchos.

Óscar: En este momento alguien está saliendo del clóset.

Benjamín: Bárbaro. Severo lío familiar el pobre.

Óscar: Sí. Habla con su madre. Le dice, madre soy gay. Pero ya llevan hablando bastante de otras cosas. Cocinaban juntos mientras esto. Estaban hablando de rábanos.

Benjamín: ¿Rábanos?

Óscar: Sí, de rábanos, recetas con rábanos. Valores nutritivos de rábanos. El hijo este, gay, estudia culinaria. Y antes de hablar de rábanos habían hablado de otra cosa. Estaban hablando de una exnovia que había tenido el muchacho. La madre le preguntó por ella, por esa muchacha. En realidad, lo de los rábanos y cualquier cosa iba a derivar en la confesión. La madre siente una gran preocupación. Ella sospecha, pero quiere pensar que no es verdad. Es su único hijo. Y entonces hablan de la exnovia. A ella le parecía que era una muchacha linda. Pero como había rábanos en la nevera, entonces fue fácil saltar de un tema a otro. Y de cierta forma volver luego. Le dice: madre soy gay. Ahí fue que vino el silencio. Ésa fue su salida del clóset. Y bueno, picaban rábanos ambos. ¿Ves? El sonido de la tabla y el cuchillo. Ta-ca-ta-ca-ta-ca. Hasta que el ta-ca-ta-ca se acompasó con ese dictamen: prefiero un hijo muerto que marica.

Benjamín: Severo.

Óscar: Sí, severo. Y lo suelta así, tajante: prefiero un hijo muerto que marica. Y el muchacho se va pa’l cuarto muy, digamos, alterado. Agitado. La madre se queda ahí digamos, severa, sí, severa. Y luego se escucha un disparo. Los rábanos picados caen al piso. Ella corre al cuarto del muchacho. La preferencia de la madre es una realidad. Ella dijo prefiero un hijo muerto que marica. Y ahí lo tiene, un hijo muerto. Digamos, debería sentirse feliz porque ésa fue su elección. Porque ahora sí puede disfrutar de un hijo tal como lo quería. Pero grita desgarradoramente. Grita de dolor. A lo mejor debió haber dicho, prefiero un hijo marica pero vivo. Y abrazarlo. Abrazar a su muchacho. Pero a veces… a veces no sabemos lo que decimos… en realidad, no sabemos lo que decimos.

Los amigos guardan silencio.

Óscar: ¿Benjamín?

Benjamín: ¿Sí?

Óscar: No me vayás a dejar solo.

Motores.

Container # 11 —

Ollah y Yusuf y las torrecitas de piedras.

Ollah: ¿Por qué lloras?

Yusuf: Extraño a Shaina.

Ollah: Quién es, ¿tu abuelita?

Yusuf: No. Mi perrita. Shaina un día entró para que la vacunaran y no volvió a salir. Lloro por eso.

Ollah: No te preocupes. Cuando te mueras, vas al cielo y volverás a ver a Shaina. No llores más, que me vas a hacer llorar a mí.

Yusuf: Está bien, no lloro más por Shaina.

Ollah: ¿Entonces por qué sigues llorando? ¿No te dije que me vas a hacer llorar a mí también?

Yusuf: Es que me acordé de mi abuelito.

Ollah: ¿También se murió?

Yusuf: Sí.

Ollah: ¿Lo vacunaron?

Yusuf: No. Un día se murió y no sé cómo se murió. Y yo no lo alcancé a conocer. Lloro por eso.

Ollah: No te preocupes. Cuando te mueras, vas al cielo y vas a conocer a tu abuelito.

Yusuf: Sí, eso creo. ¿Pero si uno se muere y va al cielo, cómo puede ver cuando esté en el cielo?

Ollah: Con otros ojos.

Yusuf: Ah, bueno.

Ollah: Tus papás se demoran en salir. No puedo esperar más.

Yusuf: ¿Te vas a ir ya?

Ollah: Sí, de pronto me están buscando.

Yusuf: No te vayas todavía. Esperemos un rato más. Seguro no se demoran.

Ollah: Tengo que irme.

Yusuf: Es que yo quiero ir contigo.

Ollah: Pues después te vas en otra nave. Yo creo que hay más.

Yusuf: Solamente espérate un ratico.

Ollah: Es que ya me aburrí.

Yusuf: Está bien.

Ollah: ¿Puedo llevarme unas piedras de éstas para jugar?

Yusuf: No.

Ollah: Pero si hay muchas.

Yusuf: Está bien. Llévate unas. Pero poquitas.

Ollah se hace a un tesoro de piedritas que se ayuda a sostener con su cocodrilo Samir. Yusuf con la mirada contabiliza que Ollah se lleve poquitas piedras.

Yusuf: A mí me gustaría conocer una nave espacial. Voy a decirle a mi papá que me haga una.

Container # 6 —

Oula toma un fajo de billetes que mantenía oculto y empieza a lanzar uno a uno al aire, por todo el espacio y en otros momentos sobre la cabeza de su madre que yace sentada en un rincón. Los papeles de dinero caen livianamente. La madre de Oula los observa caer.

Oula: Mira, tres mil dólares. ¿No te calma el hambre, la vida, la sed, el gobierno, el refugio? ¿No te calman el hecho de ser madre tres mil dólares?

Esa última pregunta, un agudo dardo en los enmarcados ojos de quien es madre. Oula continúa lanzando billetes.

Oula: Hay tanta gente aquí que muchos se agobian y prefieren regresar a sus países en guerra que quedarse. Tan desesperados la pasan en este lugar esperando a que algún país los acoja y acepten sus papeles. Todos con deseos de trabajar en medio de la nada, de improvisadas carpas, containers, plásticos, palos, bolsas. La arena me cubre las pestañas, el cabello, la lengua cada que voy hablando. Todo es arena en este sitio. Van pasando los años y seguimos aquí. Volverá un jeep a tirarme frente a nuestro improvisado y minúsculo refugio y todo volverá a ser igual, a excepción de estos tres mil dólares. Vas a comer, vas a comprar algo extra de lo que entregan en la ayuda humanitaria. Todo estará mejor por un tiempo. Me voy con un viejo de sesenta y dos años del que sueño no me pegue. Niñas a negociar sus vaginas, no hay muñecas. ¿Alguna vez has pensado que una niña sueñe con casarse con un hombre de cincuenta o sesenta? Pero aquí es el sueño, y que no te pegue. Y las familias con niñas son afortunadas porque tienen una opción de comer. ¡¿No es una maldición nacer con una vagina?! Mamá: ¡¿no es una maldición nacer con una vagina?! Seguro las primeras noches no podré dormir. Es un extraño, es un viejo. A lo mejor me encierra sin comida en un lugar oscuro y me pegará patadas, puños, como lo hacía el otro. ¿Pero qué tal que no sea así? ¿Qué tal que llegara a ser feliz y no volviera nunca?

Por un instante aquella frase se convierte en sueño y aquel sueño en un sueño compartido.

Oula: Dime ahora que estos tres mil dólares que te cubren la cabeza no los necesitas. Dime ahora mismo que no me vaya. Devuélvelos entonces y devuélvete conmigo a casa para arroparnos cinco personas con la misma y única manta.

Oula que ya ha terminado de lanzar uno a uno los billetes, se acerca a su madre y la reta.

Oula: ¡Dime que no necesitas esto, dime que te soy más útil yo que estos tres mil dólares y no me voy!

La madre de Oula recoge uno a uno los billetes esparcidos sin mirar a Oula, quien se mece con su vestido de novia como si bailara.

La madre de Oula guarda los billetes en sus bolsillos y se va. Oula se agacha, mira al piso que ha quedado vacío.

Container # 3 —

Benjamín: ¿Óscar?

El compañero de Benjamín duerme.

Benjamín: ¿Te dormiste?

Benjamín ahora es el alterado.

Benjamín: ¿Óscar? ¿Estás bien?

Benjamín respira hondo. Como puede, se acerca a Óscar y lo toca. Óscar tiene una leve reacción.

Benjamín: Mi Dios, qué susto… yo te siento con fiebre Óscar. Hace rato que no se sienten los motores. O fue que llegamos, o toca salir a pedir auxilio. Tengo mucho frío. No siento las piernas. Hace unas horas que no las siento. No resisto más… me estoy desmadejando. Estoy muy débil. No me importa lo que pensés, yo voy a pedir ayuda. Lo siento, perdóname. No me importa nada, no me digás nada, que pase lo que tenga que pasar, pero aquí no nos podemos morir. No te voy a dejar solo. Sólo voy a ver cómo podemos salir o que nos ayuden, porque esto ya está insoportable. Pero no te voy a dejar solo. Tranquilo.

Benjamín, como puede, sale de en medio de los racimos de bananos y por un pequeño espacio se aleja de Óscar. No lo veo más. Por un largo instante sólo veo a Óscar dormir. Y se oyen unos golpes a lo lejos. Benjamín golpea y golpea.

Benjamín grita: “¡Sáquennos de aquí! ¿Hay alguien ahí? ¿Alguien me oye?”. Benjamín insiste, insiste, insiste, con sus golpes y palabras.

Benjamín regresa, se acomoda de nuevo en el incómodo no espacio que hay entre los racimos.

Benjamín: Óscar hay una pequeña compuerta, me cansé de golpearla. Otra vez están arrancando los motores, Dios mío. Esperaremos, Óscar, esperaremos. La polizonteada va a salir bien. Es sólo cuestión de esperar. Guardemos las energías. Después vamos a estar contando esta aventura y nos vamos a reír mucho. Nosotros hemos sido unos negros buenos, nada malo nos va a pasar.

Benjamín respira hondo. Repasa pensamientos y recuerdos.

Benjamín: ¿Vos de pronto te acordás de Billy Kid? ¿Que iba a mi casa a darme clases de inglés? El polizonte más famoso de Buenaventura. Llegó tres veces a Estados Unidos y nos contaba sus historias de maleantes en Nueva York. Pero despilfarró lo que se ganó y después vio que sólo le quedó una cosa de todas esas aventuras: el inglés. Se dedicó a dar clases en el puerto. Con mi mamá eran imposibles las clases porque ella desde la cocina metía siempre la cucharada. “¡Mesa es téibol!” Y yo no podía pronunciar, Billy Kid era muy paciente, pero mi mamá desde por allá terminaba gritando la clase ella y no me dejaba decir téibol. “¡Concentrate, Benjamín!, por qué sos tan bruto, ¿ah?, yo por qué tuve un hijo tan bruto, téibol, hombre, mesa es téibol, decí eso bien carajo. ¡Pronunciá bien!” Un día no hubo más dinero para llevar a Billy Kid a que me diera inglés, mi mamá terminó pagándole con pescado frito y luego él se cansó de fiarle. Pero pensaba en las historias de matones en Nueva York con Billy Kid y pensaba que un día yo también tenía que irme a probar polizonteada, yo soñaba con eso. Billy Kid un día me enseñó una canción de Elvis Presley que a él le encantaba; no sé ni qué significa, es como de amor. Es que Billy Kid se la pasaba entusado, se ponía la melancolía todos los días con la misma ropa. Era un negro triste. Te la voy a cantar al estilo téibol porque mi inglés es una ruina, pero eso va a cambiar, amigo, téibol. ¡Yo tan bruto no soy!, ¿oíste, ma?

Y empiezo a escuchar cómo un coro afinado de bananos verdes acompaña a Benjamín en una canción mal pronunciada, al estilo téibol. Una canción que él no entiende qué significa, acompañada por un apocalipsis de bananos verdes.

Wise men say

only fools rush in
but I can’t help

falling in love

with you.

Shall I stay.
would it be a sin
If I can’t help

falling in love

with you.

Like a river flows

surely to the sea
darling so it goes
some things

are meant to be.


Take my hand

take my whole

life too
for I can’t help

falling in love

with you.

Like a river flows

surely to the sea
darling so it goes
some things

are meant to be.


Take my hand

take my whole

life too
for I can’t help

falling in love

with you.


For I can’t help

falling in love

with you

for I can’t help

falling in love

with you.

Benjamín: ¿Oíste, Óscar?

Sonido de motores al cien por ciento.

Container # 7 —

Chao y Zhou en ese ritual de la espera. De repente, sonidos, pasos, voces… Chao y Zhou en alerta.

Dos hombres aparecen frente a ellos. Cada pareja de hombres se protege. Los unos no saben quiénes son los otros, y los otros no saben quiénes son ésos. Un gran temor, casi terror, cubre los rostros de todos. Chao y Zhou deciden soltar todas sus pertenencias, y las ponen a un lado como si se lo hubieran pedido. Los otros dos hombres se miran entre sí. Observan en el piso las pertenencias. Y hasta ese momento no se puede saber si esos dos que aparecieron vienen con buenas o malas intenciones. Al movimiento más leve de los hombres que acaban de aparecer, Chao y Zhou reaccionan como si les fueran a dar una paliza. Movimiento leve: reacción. Movimiento leve: reacción.

Roberto: Tranquilos. ¡Oigan! Tranquilos, no les vamos a hacer nada.

Roberto, con gestos, trata de darles a entender que se tranquilicen, y junto con su compañero colocan también frente a ellos unas pocas pertenencias envueltas en bolsas. Chao y Zhou respiran hondo.

Pedro: Pregúntales que si van a pasar el río.

Roberto: ¿Ustedes van a pasar el río?

Pedro y Roberto tienen un claro acento mexicano. Chao y Zhou se miran.

Pedro: Pregúntales que si van a Estados Unidos.

Roberto: Pos obvio…

Pedro: Igual pregúntales.

Roberto: ¿Van para United States?

Chao y Zhou se miran.

Pedro: Pregúntales que si necesitan algo.

Roberto: ¿Y por qué no les dices tú? ¡Acaso me ves hablando muy bien chino o qué!

Pedro: Pos sí. Qué tonto.

Roberto: Ni que yo estuviera traduciendo.

Chao toma su celular y lo enciende. Les señala la pantalla a Roberto y a Pedro.

Pedro: Y esto qué…

Chao: Maritza…

Chao y Zhou ríen. Roberto y Pedro miran la pantalla.

Roberto: Maritza…

Pedro: Maritza…

Se ríen los cuatro.

Zhou: Oh… Maritza.

Pedro: Mi prima se llama Maritza. ¿Estarán buscando a esa Maritza?

Roberto: No seas idiota, Pedro, ¿cuántas Maritzas crees que hay?

Pedro: Estoy muy nervioso, estamos a punto de echarnos al agua y nos encontramos a estos cuates acá, y no sé, güey, no sé. United States está lleno de Maritzas, seguro allá encontrarán una. O ésa, la Maritza que buscan.

Chao: Maritza.

Pedro: Miren, no hay tiempo que perder. Hay que pasar el río. Entonces hagamos una cosa, Roberto. Diles que tú te encargas de él y yo de él y nos vamos a pasar el río.

Roberto: ¿Qué, cómo que “diles”? ¡Pos diles tú!

Pedro: Nos vamos al río. ¡Nadar!

Roberto: Espera. ¿Cómo que yo me encargo de uno y tú de otro?

Pedro: No los vamos a dejar acá solos. Pasamos el río y cada cual verá su destino. Ése es más grande, pos te encargas de él; y ese que es más pequeño, yo. Ya hemos comido mucha mierda para llegar hasta aquí, los coyotes nos dejaron sin ni un peso y estos ojirrasgados se ve que también han comido tanta mierda que hasta idiotas se volvieron preguntando por esa tal Maritza. Seguro que tienen el cráneo astillado. ¿No les ves las caras? ¿No ves cómo lucen? A ambos los han golpeado. O sea, qué más da ayudarlos, qué más da. ¡Solidaridad!

Roberto: Está bien, está bien… para ya con la retahíla. Voy con éste y tu con ése. ¡No hay tiempo!

Pedro: Nadar. ¡Nadar!

Pedro hace señales con los brazos de nadar. Chao y Zhou asienten con la cabeza dando a entender que lo saben hacer. Y hacen lo mismo. Aletean con los brazos.

Zhou repite malamente:

Zhou: ¡Nadar, nadar!

Chao detiene el nado estilo aire de Zhou.

Chao: Chao.

Roberto: ¿Qué?

Chao: Chao.

Pedro: Dice que chao.

Roberto: Sí, ya sé, yo lo escuché. ¿Se estará despidiendo?

Pedro: ¿No van con nosotros?

Chao: Chao.

Roberto: Pues bueno, ¡chao!

Roberto y Pedro, confundidos, hacen gesto con las manos de despedida. Entonces Chao y Zhou hacen los mismo. Pero Zhou vuelve a repetir malamente:

Zhou: ¡Nadar, nadar!

Roberto: No entiendo a estos chinos.

Zhou: Zhou.

Roberto: ¿Qué?

Pedro: Dijo Zhou.

Roberto: Espera, espera, ¿serán los nombres?

Chao estira la mano cordialmente.

Roberto: Chao, ¿tú Chao? Chao, ¿Chao?

Chao: Chao.

Roberto: Ah… Chao. Yo Roberto.

Y se estrechan manos entre los cuatro, porque Chao y Zhou ven con devoción a Roberto y a Pedro. Como si fuera lo que hubieran pedido cuando pidieron algo al cielo.

Pedro: Pedro.

Zhou: Zhou

Unas sirenas se escuchan a lo lejos y ponen a todos en alerta. Destinan su energía a acomodar sus pertenencias. Chao y Zhou van a recoger las de ellos, pero al hacerlo descubren que hay una presencia extra entre ellos.

Pedro: Espera, ¿qué es eso?

Roberto: ¿Qué?

Aparece ese acto de parpadear y parpadear y parpadear para confirmar y confirmar y confirmar si lo que se está viendo es de lo que se trata. Todos se quedan quietos, pasmados frente a un animal que justo está posado junto a las pertenencias de Chao y Zhou.

Pedro: No puede ser. Es un cocodrilo.

Roberto: No puedo creer esto. Un cocodrilo.

Cuatro hombres frente a un cocodrilo del que no se sabe de sus intenciones.

Pedro: Un cocodrilo.

Roberto toma un color pálido verdoso.

Roberto: El problema no es este cocodrilo. El problema es que nos vamos a aventar a un río lleno de cocodrilos.

Pedro: No es un río lleno de cocodrilos. Habrá uno que otro.

Roberto: No me dijiste nada de esto. No nos fuimos por el desierto en parte por los animales venenosos y aquí, ¿cocodrilos? Yo le tengo fobia a los cocodrilos. ¿Sabes lo que es una fobia?

Pedro: Que sí, que no te gustan. Pero no hay de otra.

Roberto: En la vida he hecho cosas con miedo, mucho miedo. Pero un cocodrilo me vence, me supera. Supera a lo que yo llamo miedo. Eso es una fobia.

Pedro: ¿Me tengo que ir solo? ¡No la chingues, güey! No ahora…

Al color pálido verdoso de Roberto se añade un tambaleo como si estuviera a punto de desmayarse. Pedro, confundido, lo sostiene para que no caiga.

Chao consigue un palo en medio de ese monte para tratar de alcanzar las pertenencias. Es un momento muy tenso. Además, Chao y Zhou discuten desesperadamente en su idioma cantonés.

Zhou: Deja las cosas ahí.

Chao: No puedo, es algo para Maritza.

Zhou: Ya hemos hecho demasiadas cosas para llegar hasta aquí, por favor, estás loco, eso no importa, falta lo último y lo logramos.

Chao: Tengo que llevar esto para Maritza, no lo puedo dejar.

Zhou: ¿Entonces nos separamos?

Chao: ¡No me dejes aquí solo!

Zhou: Pero no podemos quedarnos, arriesgamos la vida. Esos ángeles nos quieren ayudar, reacciona ¡vámonos!

Chao, armado con el palo, logra capturar las pertenencias. El cocodrilo sólo reacciona con un violento movimiento: levanta una pata. Todos miran al cocodrilo.

Chao abraza su bolsita de pertenencias y es como si abrazara su gran historia. Y nadie hace nada más por un instante sino ver a un cocodrilo con una pata levantada.

Chao grita, una reacción retardada y todos reaccionan.

Pedro arrastra de una mano a Roberto, que está como una roca fijado al piso.

Chao arrastra a Zhou, quien también permanece como una roca fijado al piso.

El cocodrilo permanece con una pata levantada como si dijera: adiós, buena, suerte.

Zhou pronuncia mala y desesperadamente:

Zhou: ¡Nadar, nadar!

Huyen. Se escuchan chapoteos en el agua del río.

Un amanecer llamado Maritza se apodera de todo el espacio.

Container # 8 —

Veo agua azul. Veo un azul brillante traspasado por la luz del sol. Como si yo estuviera sumergido no muy profundo en el océano. En el agua azul flota un cocodrilo de juguete en varias direcciones. El cocodrilo Samir. Y escucho una voz de niño, pero no puedo verlo. Es la voz de aquel niño que jugaba con torrecitas de piedra y dijo que se iba en una nave espacial.

Voz de Ollah: Mis padres hicieron una fogata a orillas del mar, unas horas antes de irnos a otro planeta. Mientras tanto yo jugaba en la arena. Después estuvimos cantando canciones y hubo muchas sonrisas. Y pensaba en todas las cosas que conozco. Nadie piensa que pienso. Conozco las siguientes palabras: “papá”, “mamá” y frases simples, “estoy jugando”, “estoy comiendo”, “déjame”, “suéltame”, “estoy aburrido”.

Conozco a mis amigos.

Conozco a mi papá.

Conozco a mi mamá.

Conozco los libros de cuentos.

Conozco cómo se inflan las llantas de una bicicleta.

Conozco a mi hermana.

Conozco los huevos.

Conozco cómo se doblan los calcetines.

No conozco cómo las abejas hacen la miel.

No conozco los motores de los carros.

No conozco cómo hacen para sonar los pianos.

No conozco cómo hacen los aviones para volar.

Cuando nos fuimos juntos a otro planeta en un bote, porque la nave espacial no llegó, hubo un momento que vi todo negro, me estaba quedando dormido y yo ya no estaba en el bote, había caído al agua, y la mano grande de mi papá que me sostenía se perdió. Se deslizó de mí. Hice algunos movimientos extraños ahí, hice cosas que no entendía que hice, y de repente una ballena me habló y me dijo: “Estoy jugando”. Y eso sí lo entendí porque, como ya dije, era una de las frases que podía entender. La ballena con su lomo me arrastró un tramo. Un pulpo dorado me acomodó la camisa roja. Una medusa verde me acomodó el pantalón azul. Una estrella de mar violeta me amarró los zapatos cafés. Es que, claro, se me había desacomodado todo con la caída y mis absurdos movimientos en el agua, y las olas. Me acomodaban para el sueño; sí, es hora de dormir, porque es de noche y todo está negro. Me acomodaban para el sueño. Yo empecé a quedarme dormido en una amplia cama de arena suave y una manta de espuma. Pero después reaccioné: a mi ningún pulpo, ni ballena, ni medusa me acuesta a dormir. ¡Mi mamá es la que hace eso! Y me desesperé. ¡Me desesperé! ¿Qué es lo que me pasa? ¡Mamá me estoy congelando! ¡La bañera se puso fría! ¡Sácame ya! ¡Sácame por favor! ¡Sácame!

Container # 4 —

Birham y Soly están de espaldas a Ghanim y a Abdelhay. Abdelhay les apunta. Birham y Soly tienen levantadas sus manos toscas que apuntan al cielo humedecidas de imploración.

Birham: ¡No nos mate! ¡No nos mate! Háganos lo que quiera. Llévese las cosas, llévenos adonde sea, pero no nos mate. No nos haga eso, señor. Escúcheme, no nos mate. No tenemos nada, no nos queda nada, déjenos vivir al menos. ¡No nos mate!

Abdelhay: ¡No me des órdenes! ¡No me des ninguna orden!

Ghanim: ¡No te está dando ninguna orden!

Ghanim saca su arma y apunta a Abdelhay, que le da la espalda. Abdelhay se gira y mira a Ghanim.

Abdelhay: ¡Me está dando órdenes!

Ghanim: Te esta pidiendo que no lo mates, cualquiera pediría lo mismo.

Abdelhay: ¿Estás de parte de estos ilegales?

Abdelhay deja de apuntar a sus rehenes y apunta a Ghanim.

Ghanim: Estoy de parte de no joder más de lo que hay que joder.

Abdelhay: No sé qué pasa hoy.

Ghanim: Yo tampoco sé qué pasa hoy.

Abdelhay: ¿Me vas a matar?

Ghanim: De verdad, no sé qué hay dentro de tu cabeza.

Ghanim guarda su arma y vuelve a su posición de sombra. Soly discretamente empieza a entonar un canto a sus Orishas. Abdelhay vuelve a apuntarles a Soly y a Birham, quienes siguen dándole la espalda.

Ghanim: No nos mate, por favor; no es una orden, es una súplica, no nos mate.

Abdelhay: ¡No sigas! ¡Cállate! ¡Me estás diciendo qué tengo que hacer! ¡Es una orden! ¡No me des órdenes! ¡No me des órdenes! Yo hago cumplir la ley.

Y Birham se une al canto de Soly dedicado a sus amados Orishas. En un tenue volumen vocal, pero con todo el volumen de sus corazones. Mientras que Abdelhay, en un estado de descomposición, se sube a un riel de palabras vertiginosas, viajando desde el norte de la ira hasta el sur del llanto.

Abdelhay: Hoy recibo la orden de rescatar inmigrantes. ¡No! Hoy recibo la orden de matarlos en altamar. ¡No! Hoy recibo la orden de regresarlos dejándolos tirados en el desierto. ¡No! ¡No! Hoy recibo la orden de despojar pertenencias y decomisar dinero. ¡No! Hoy recibo la orden de llevarlos a un centro de detención. ¡No! Hoy recibo la orden de golpearlos por treinta o cuarenta minutos de manera constitucional. ¡No! ¡No! ¡No! Cruzarse media África para embarcarse a España y morir en Tánger. Se ve ahí no más la vida. La noche es hermosa y el brillo de las casas de ese otro país hace brillar el firmamento. ¡No! Hoy recibo la orden de saltar sobre sus espaldas antes de llevarlos al centro de detención a que defequen junto con otros sesenta y ocho ilegales en un cuarto de siete metros cuadrados y darles una porción de pan durante siete meses. ¡No! Amárrenlos y déjenlos a sol y agua, al frío de la noche. ¡No! Disparen al aire para dispersar la multitud, pero a lo mejor, vaya uno a saber, una bala perdida le cae a alguno en la valla y eso no es responsabilidad nuestra. ¡No! ¡No! ¡No! Que la guardia civil española joda a esta gente. ¡No! Hay que violarlos, darles por el culo, sean hombres o mujeres. ¡No! ¡No! Hoy recibo la orden de una amnistía marítima de cuarenta y ocho horas. Me puedo sentar a verlos cómo salen en sus pateras y sus toys y sus botes y fumarme mis cigarrillos y no hacer nada. ¡Son libres de pasar la frontera como pájaros! ¡No!, más bien como focas. ¡Son libres como focas! ¡Váyanse focas! ¡No! Hoy recibo la orden de darles de patadas en los testículos para que orinen sangre durante meses. ¡No! Hoy recibo la orden de ser humanitario, de llevarlos a Médicos sin Fronteras, o a los hospitales de la ONU, o entregarlos a los Human Rights Watch para que les den primeros auxilios, porque casi todos tienen sida o inanición. ¡No! ¡No! Hoy me entregan una madeja de nailon para amarrarles las manos por la espalda, y apretar para que la delgada cuerda corte la piel y llegue hasta el mismo hueso.

Abdelhay desvía la dirección de su mano rápidamente y la conduce hacia su sien. Se escucha un disparo. Un golpe seco. Como un hacha cayendo sobre un árbol grueso. Como un coco que cae desde lo alto de una palmera y estrella en un pavimento. Como un martillo que, clavando sobre una puntilla, termina cayendo con fuerza sobre un dedo.

Un golpe seco en la cabeza de Abdelhay y en los aterrados pensamientos de Soly y de Birham, que al percatarse de que están vivos detienen sus cantos y dejan de dar la espalda a quien podría haber sido su ejecutor. Lo descubren tendido en el piso. Abdelhay es una cabeza rota. Una cabeza a la que se le escapan las órdenes en filas ordenadas.

Ghanim saca un cigarrillo, tiembla. Busca en el bolsillo de Abdelhay inerte, un encendedor, lo encuentra, lo saca y enciende su cigarrillo. Tiembla y fuma.

Ghanim: Hay una mujer de ojos verdes que alguna vez conocí. Una niña, casi una mujer, pero todavía una niña. Creo que voy a los Campos Elíseos para buscarla. Vístanse y se van, los entiendo. Todos alguna vez queremos irnos. No importa el lugar en el mundo en el que estemos, pero en algún momento de la vida queremos irnos a otra parte y ya. A veces con explicaciones o sin ellas. Simplemente irse. ¿Quieren un cigarrillo antes de irse?

Una nube de arena se remece en el lugar y lo cubre todo. Más allá de la mirada.

Container # 13 —

El Policía está sumido en la pantalla de su celular, muy concentrado.

Myoung-Hee, muy concentrada, se saca los mocos y los pega disimuladamente por ahí por donde puede. Muy concentrada se mira las uñas. Muy concentrada hace otras bolas de cabellos.

Cada tanto él la mira. Cada tanto ella lo mira a él. Luego él se le acerca y vuelven a hablar con los ojos, haciéndose preguntas, haciéndose respuestas, pero no sé ni qué preguntas, ni qué respuestas.

Policía: Tengo una idea. Vamos a hablar por aquí. Acabo de instalar un programa. Babel Paint Sense Translator.

Él le enseña el celular y ella mira el aparato. Se miran.

Policía: Comunicación, tú y yo.

Un fantástico cielo estrellado se despliega y el Policía y Myoung-Hee quedan colgados de ese cielo. Entre satélites y astros se dibujan en armados de constelaciones, todo aquello que tienen para contarse y no habían podido decirse.

© Babel Paint Sense Translator

Policía: Tú eres de muy lejos.

© Babel Paint Sense Translator

Myoung-Hee: Tú eres policía en una ciudad con mar.

© Babel Paint Sense Translator

Policía: Tú saliste de Corea del Norte por el desierto de Gobi y la brújula a mitad del desierto se dañó.

© Babel Paint Sense Translator

Myoung-Hee: Tu hermano Benjamín se metió en la bodega de un barco de bananos con un amigo de la infancia creyendo que iba a Estados Unidos, pero en realidad el barco iba para Alemania.

© Babel Paint Sense Translator

Policía: Cuando la brújula se dañó, sólo las estrellas guiaron el camino de hombres, mujeres, niños y tú.

© Babel Paint Sense Translator

Myoung-Hee: Lloraste mucho por tu hermano. No sabías que él se había ido de ilegal en un barco. Le habrías perdonado el dinero que te debía.

© Babel Paint Sense Translator

Policía: Llorabas mucho porque había soledad en medio de tantas estrellas y tanta arena, pensabas que nadie en el mundo podía escucharte.

© Babel Paint Sense Translator

Myoung-Hee: Tu hermano y su amigo murieron de asfixia por el hidrógeno con que fumigan el banano y de hipotermia. El viaje fue muy largo.

© Babel Paint Sense Translator

Policía: Cada persona y tú, tenían un cuchillo escondido para suicidarse si los encontraban. El padre debía matar a sus hijos y luego matarse. Y los jóvenes y mujeres a sí mismos. Si el régimen los encontraba, los regresaba a su país y las torturas serían tan infinitas que no tendría sentido vivir más.

© Babel Paint Sense Translator

Myoung-Hee: En Alemania encontraron bananos y dos hombres enredados en bananos. Nunca pudieron traer sus cadáveres a Colombia porque era demasiado dinero y tu familia no pudo juntarlo.

© Babel Paint Sense Translator

Policía: En China conociste a Chao, que había sido prisionero de conciencia por creer en Dios de una forma que el Estado castiga, él planeaba huir y te invitó a llegar a Perú como ilegales para trabajar haciendo arroz chino. Por eso sabes decir “arroz chino” en español. Pero las cosas en Perú no resultaron.

© Babel Paint Sense Translator

Myoung-Hee: Yo te recuerdo de alguna forma a tu hermano.

© Babel Paint Sense Translator

Policía: Estás embarazada de Chao, pero todavía no se te nota. En la última comunicación, supiste que él salía para la frontera de México. Tienen un contacto que se llama Maritza al cruzar la frontera.

© Babel Paint Sense Translator

Myoung-Hee: Tu país es un país violento y optimista. Siempre creen que pueden ganar en fútbol y siempre creen que la paz es posible en medio de la desigualdad y la corrupción.

© Babel Paint Sense Translator

Policía: Tu país tiene hambre y desinformación. Hay todo tipo de violaciones a los derechos humanos. Un solo canal de televisión. No hay internet. Hay campos de concentración. Todo lo que existe es para enaltecer al gobierno y a los dictadores Kim.

Escucho el sonido de una motocicleta que se acerca. Myoung-Hee y el Policía caen de las estrellas y al momento aparece un hombre asiático con uniforme de restaurante chino y una caja de arroz chino. El Policía rápidamente se acerca al hombre.

Policía: Dile que se va a ir contigo, que la vamos a ayudar.

El del arroz chino: Me dijiste que es de Corea, yo no se coreano.

Policía: No puede ser, entonces vamos a quedar en las mismas.

El del arroz chino: Hablo un poquito de chino, por mi abuelo.

Policía: Ella tiene un novio chino. ¿Será que habla algo de chino?

El del arroz chino: Yo sé poco chino. ¿Entiendes?

Myoung-Hee: Yo también poco chino.

Policía: Dile que aquí hay muchos chinos o así parecidos a ella.

El del arroz chino: Aquí hay muchos chinos en el Pacífico.

Myoung-Hee: Pacífico no, Colombia no, Estados Unidos.

El del arroz chino: Que ella necesita llegar a Estados Unidos.

Policía: Dile que voy a ayudarla a que salga legalmente de Colombia pero que nadie puede saber.

El del arroz chino: Debes guardar silencio, él te va a ayudar a ir a Estados Unidos.

Myoung-Hee muestra todos los dientes en señal de alegría.

Policía: Dile que muerde muy duro.

El del arroz chino: Dice que muerdes muy duro.

Myoung-Hee se toca los dientes.

Myoung-Hee saca de en medio de sus piernas la pistola del Policía y se la devuelve. El Policía se manda la mano a su cinto y descubre que no tiene el arma. En ese idioma que es ninguno, se nota que él se llena de sorpresa y decepción.

Myoung-Hee: Yo no iba a hacerle daño. Quería usarla en mi cabeza. No volveré a mi país.

El del arroz chino: Que no le iba a disparar a usted. Que iba a matarse.

Myoung-Hee se acerca y besa la mano del policía. La que no está mordida. Luego lo abraza y no se quiere desprender. El Policía, con mucho esfuerzo, logra desprenderla. Ella también usa, en ese idioma que es ninguno, un agradecimiento infinito.

Myoung-Hee se va en la moto con ese hombre del uniforme y queda por un instante sólo el sonido del motor de una moto que se aleja y un Policía que sostiene una caja de arroz. El Policía destapa la caja y come mientras sus pensamientos se atragantan con raíces chinas.

Voz en radioteléfono: ¿Estás ahí, Barragán? Todavía no han dado ninguna orden sobre los civiles. La verdad es que nadie sabe qué hacer con esa gente.

El sigue comiendo su arroz y atragantando pensamientos en raíces chinas.

Tal vez un día todos regresen a casa.

El Policía algún día quizás encuentre a su hermano, jugando con una perra Shaina y un niño que no sabe nadar.

Myoung-Hee quizás vuelva a darle un beso a Chao.

Y a su vez Chao encuentre a Maritza.

Y Oula pueda ser rescatada por Ghanim para que se case con alguien que no le pegue.

Y Ollah esté en otro planeta jugando con juguetes que sólo funcionan con helio 3.

Y los padres de Yusuf hayan salido por una de las puertas de piedra.

Y las historias de Soly y Birham hoy estén siendo cantadas en una canción famosa.

Y Abdelhay haya sido abrazado por su madre en algún lugar.

Tal vez un día todos regresen a casa.

Y coman un postre de banano al acabar el plato fuerte de la vida.

II. Lego de containers

El planchón cada vez más cerca.

He dejado atrás mi vida, mi pasado. He dejado atrás estas visiones que han acompañado mi viaje.

Containers llenos de personas de otros lugares del mundo, que han sufrido de una u otra forma lo mismo que yo.

Una lancha se acerca por uno de los costados. Debe ser una lancha humanitaria. Es difícil siquiera mirar hacia otro lado que no sea el frente.

Aquí no vamos pobres. ¡Aquí vamos valientes!

Veo que las linternas siguen alumbrándonos y escucho que los perros siguen ladrando y siento la lancha al lado de nuestro bote.

Una nueva patria nos recibe, lo logramos. ¡Lo logramos!

Se respira en el ambiente de quienes estamos aquí. ¡Lo logramos!

Aquí vamos eritreos, somalíes, sirios, yemeníes.

¡Lo logramos!

Y me parece escuchar el arirang acompañado con Kalimba.

Y me parece escuchar cantos polifónicos de pigmeos acompañados de castañuelas.

Todo el patrimonio inmaterial de la humanidad unido para fundar un nuevo mundo.

Imagino globos rojos frente al congreso de diputados de un país, imagino globos rojos frente a todos los congresos de diputados y gobernaciones de todos los países, firmando un pacto de la frontera.

Y mientras mi cabeza es locura y utopía, distingo a uno de los hombres con linterna que lleva un arma terciada. Parece una ametralladora. En general todos están armados.

Escucho una voz de alguien que grita en la lancha que está casi al lado de nuestro bote.

—¡Hay un bote hinchable aquí con varios! ¿Qué hacemos?

Veo al hombre del arma terciada que la toma y la levanta hacia mí. O justo al lugar donde estoy, hacia donde estamos como espectadores. Tengo los ojos y el corazón al tope.

El que lleva el arma nos sigue apuntando, entonces le grita al que le habló:

—¡Aléjate de ahí, Darwin… aléjate de ellos, sólo aléjate!

Y se trata de tan sólo unos segundos… tan sólo unos segundos.

Para que todo acabe.

Apagón

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Martha Isabel Márquez Quintero
Martha Isabel Márquez Quintero
Martha Isabel Márquez Quintero, nació en Cali-Colombia, escritora, directora y actriz egresada de Arte Dramático de la Universidad del Valle, Publicista y con un Máster en Psicoanálisis de la Universidad de León (España). Se destacan sus obras premiadas: El Dictador de Copenhague, El Bastardo Soler, Blanco totalmente Blanco, Souvenir Asiático y Vaselina. Su dramaturgia se compone de diálogos exquisitos, fábulas graves, manuales de conversaciones inauditas y escenas impensables para públicos impensables.

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