
Escrito por: Jorge Arturo Tovar
Siempre cuento esta anécdota: llegué al teatro por puro azar. A mis dieciocho años, sin saber qué hacer con mi vida, un día abrí un periódico y encontré el anuncio de una obra de títeres. Decidí ir, quizá el teatro pudiera sacarme de la rutina. Fue un domingo de marzo del 2015 que me cambió la vida porque a partir de ese momento me volví creador pero sobre todo espectador.
Esa misma semana busqué obras con la esperanza de ir a tanto como pudiera. Busqué en internet “Teatro en Guadalajara” y los resultados fueron nulos. “Teatro en Jalisco”, lo mismo. No encontraba cartelera. Ese día aprendí una cosa, que el teatro existía pero era difícil acceder a él, como si se tuviera que cruzar una barrera invisible. Eventualmente entré al medio y ahora no necesito buscar: mis redes sociales están repletas de creadores que anuncian sus obras en sus perfiles, ¿pero por qué hay que pertenecer al medio para estar bien informado?
Consciente de lo difícil que era enterarse del teatro en Guadalajara, durante mi época de universitario (estudié negocios), me daba a la tarea de invitar a mis compañeros cada que veía una buena obra. La mayoría, escépticos, no aceptaba la invitación. Algunos pocos lo hacían y siempre salían agradecidos, y es que el Teatro en Guadalajara está lleno de creadores talentosos, de diferentes y amplias trayectorias y que pueden impresionar a todo tipo de público. Lo de esa época me parece importante contarlo porque siempre me pareció inverosímil lo que ocurría en el campus: frente a la facultad de Negocios (que está a un lado de la de Ciencias Sociales) se encuentra el ahora llamado Conjunto Santander de Artes Escénicas, perteneciente también a la UDG. Cuatro salas de teatro de primer nivel en las que se presentan artistas locales, nacionales e internacionales. Esas salas, a pesar de ser universitarias, eran un misterio para los alumnos. Ignoraban su existencia, de lo que se presentaba ahí o de cómo acceder a ellas. Si algo en cartelera les llamaba la atención, el precio los disuadía de ir.
Hoy existen iniciativas como Voy al Teatro o Teatreca, páginas de apasionados por este arte que reúnen cartelera y generan contenido sin otro propósito más que hacer que el público en Guadalajara crezca y se consolide. Es importante señalar que estas iniciativas son de particulares. Las instituciones también tienen sus carteleras y redes, pero no están ni cerca de tener el alcance de las primeras.
¿Qué nos dice del esfuerzo de las instituciones el hecho de que sean los ciudadanos los que hagan el trabajo de difusión cultural con mayor eficacia? La discusión de la falta de público es tristemente eterna y sería injusto decir que no lo hay (pues si no lo hubiera, no habría teatro tampoco), pero ojalá pudiéramos facilitarles las cosas con tal de que ninguna persona tenga que cruzar esa barrera invisible solo para ocupar una butaca.
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