“Para producir como él lo hace, se necesita ser tan ingenuo, tan temerario y tan soñador como sea posible. En los casi 30 años que he tenido el enorme placer y honor de trabajar y teatrar con él, lo he visto defender cada función y cada temporada…”
Escrito por: Jaime Matarredona
Conocí a Morris a mediados de los noventa. En ese entonces yo era actor de teatro universitario, y frecuentemente trabajaba en el Palacio de Bellas Artes haciendo producción y asistencia de dirección en óperas.
Él ya era el famoso productor; yo, un imberbe hacedor de teatro intenso.
La vida me llevó a trabajar en la producción de una obra de Morris: De gira con los López, dirigida por José Solé, con Marga López e Ignacio López Tarso.
Desde los primeros ensayos comenzaron mis clases magistrales sobre producción. Aprendí muchísimo y, como el mismo Morris podría decir, “encima me pagaban”.
Uno de los movimientos más bonitos y mejor pensado de la escenografía, que incluía unos carros enormes cerrados al centro, sucedía cuando se abrían para desvelar un pequeño escenario, un teatro dentro del teatro. Por supuesto, el movimiento de esos carros era manual, eran jalados por los técnicos.
En el ensayo general el movimiento fluyó bastante bien, pero en el ensayo con público, ese movimiento se sintió pesado y lento. Terminando el ensayo Morris pidió hablar con el jefe de foro para pedirle una explicación. Nunca voy a olvidar esa intensa reunión, cuando Morris le preguntó al técnico qué había pasado: Y la respuesta del técnico fue “No lo sé, señor, creo que ayer alguien me ayudó”.
Lo que más me sorprendió fue la insistencia de Morris en entender exactamente qué había pasado, cualquiera hubiera pensado que era suficiente con decir “que no vuelva a suceder”, pero no, Morris no era así, él tenía que entender exactamente qué había pasado para que no se volviera a repetir. Y ante la ambigüedad de la respuesta, sus cuestionamientos fueron vehementes, implacables y muy incisivos. Y ésa ha sido una de las más importantes lecciones en mi carrera.
Hay dos frases heredadas de él que he aprendido a aplicar en cualquier producción, desde la más chiquita hasta la más grandota: “Alguien no existe” y “La suposición es la madre de todas las cagadas”.
Pasaron un par de años, me integré al primer equipo de producción de Ocesa Teatro, con aquella legendaria puesta en escena de La Bella y la Bestia. Y después tuve la fortuna de ser el responsable de ese montaje en Argentina; mi jefe directo en ese momento era otra leyenda viviente, Federico González Compeán.
Viviendo yo en Buenos Aires, un día me busca Fede y me dice “Jaime, necesito que te regreses cuanto antes a México, ahora tu jefe va a ser Morris Gilbert”.
Ciertamente, cuando uno va a cambiar de jefe se llena de miedos e inseguridades, pero en ese caso, al saber que Morris iba a ser mi jefe me dio una gran seguridad y confianza. Ya lo conocía, ya sabía cómo era, confiaba en él, y sobre todo sabía que nos íbamos a entender muy bien. Y así fue desde el primer día de nuestro viaje en Ocesa.
Podría llenar un libro de anécdotas y aventuras que hemos vivido juntos. Compartiré un par de ellas:
Recién estrenada Los monólogos de la vagina en la Sala Chopin, Morris se había ido al estreno de Los miserables en Buenos Aires. Estábamos en el primer fin de semana de funciones, con el teatro lleno y a una hora del comienzo de la función, se va la luz. No había manera de saber por qué, ni a qué hora regresaría. Le llamé a Morris por teléfono y simplemente me dijo: “Haz lo que tengas que hacer para no suspender la función”.
En ese momento me crucé con Elizabeth Flores, la gerente de producción, al supermercado que estaba enfrente. Compramos todas las velas y veladoras que había, y llenamos el escenario con ellas. Se veía realmente hermoso. Hicimos las funciones, ¡no se suspendieron! Quizá es uno de los factores energéticos que han acompañado a Los monólogos… desde entonces.

Galindo y Claudio Carrera. Foto cortesía de M. G.
Ése es Morris, un hombre que no permite que se suspenda una sola función, y que confía en su equipo plenamente para lograrlo.
“Cada función es única e irrepetible” nos dice constantemente, y sí, el público que asiste a cada función sólo verá esa función en particular, y esa función que se va a llevar en su corazón tiene que ser la mejor función posible, siempre.
En esa aún joven temporada de Los monólogos de la vagina, un día estábamos con el teatro totalmente lleno, sin tener lugar para sentarnos, y los dos veíamos la función desde el lobby, por unas pequeñas ventanitas que había al fondo de la sala, de repente Morris se voltea conmigo con una ingenuidad tremenda y me dice “Oye, Jaime, ¿tú crees que nos vayamos a quedar un año aquí?”. Bueno, acabamos de cumplir 8 000 representaciones de Los monólogos de la vagina en agosto pasado.
Para producir como él lo hace, se necesita ser tan ingenuo, tan temerario y tan soñador como sea posible.
En los casi 30 años que he tenido el enorme placer y honor de trabajar y teatrar con él, lo he visto defender cada función y cada temporada, sea exitosa o no, como un auténtico gato boca arriba. Hace todo lo que haya que hacer para mantener vivo el teatro.
Es un incansable teatrero y eso mismo espera de los que lo rodeamos.
Gracias, Morris, por ser mi maestro, mentor y amigo.