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Dramaturgia occidental /27

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J. B. Priestley: El tiempo y los Conway

Time and the Conways, dir. por Rebecca Taichman, Old Globe Theatre (2014). Foto: Jim Cox.

John Boynton Priestley es uno de los grandes dramaturgos británicos del siglo XX. Fue un escritor de gran fecundidad, con casi doscientas obras publicadas de muy variada temática y en diferentes géneros (novela, teatro, ensayo, crítica, periodismo, radio, cine); fecundidad —y facilidad— que a veces se ha contrapuesto al valor, supuestamente inferior, de sus logros formales. Lo cierto es que tuvo desde el principio una excelente relación con el éxito, o sea, con el público. Su primera novela, Benighted (1927), acogida con frialdad en su país, triunfó en Estados Unidos y tuvo una inmediata adaptación cinematográfica, por ejemplo. Y él alcanzó seguramente la cima de la popularidad, fuera de la literatura, con sus emisiones de Postscripts en la BBC durante la Segunda Guerra Mundial. Fue también periodista, polemista y activista político de izquierda, cercano al socialismo.

            He subrayado su conexión con el público por lo decisiva que resulta en el teatro. Un libro puede esperar pacientemente a sus lectores; una obra de teatro a su público, no (son muy raros los éxitos aplazados, como el de Valle-Inclán). El género más adecuado al talento artístico de Priestley fue el dramático y él lo advirtió pronto. Sintomático parece el entusiasmo que lo llevó a constituir una empresa de producción teatral o que su novela de mayor éxito, The Good Companions, narre las peripecias de una improvisada compañía de actores de variedades, argumento que se repetirá en Lost Empires, pero, sobre todo, el medio centenar de piezas que certifican su pericia como dramaturgo.

            La aportación más destacada de Priestley a la dramaturgia stricto sensu nace de su preocupación por el tiempo, influido por las teorías del filósofo John William Dunne que adaptó a piezas psicológicas que rozan lo fantástico. Autor del ensayo El hombre y el tiempo, editó en 1947 Tres piezas sobre el tiempo, que reúne Curva peligrosa, su primer gran éxito teatral, Yo he estado aquí antes y la que elijo por considerarla la más lograda y verosímil o menos extraña. Aunque la más conocida y quizás su obra maestra es Llama un inspector, que se nutre de sus ideas sociales, aunque introduce un efecto relacionado con el tiempo justo en el desenlace.

            La clave de la estructura dramática de El tiempo y los Conway (también conocida en español como La herida del tiempo) es un recurso relativamente normal, la anticipación o flash forward. El drama consta de tres bloques temporales, cada uno de tres actos: en el primero asistimos a la fiesta del vigésimo primer cumpleaños de Kay Conway una noche de otoño de 1919; el segundo tiene lugar diecinueve años después, la noche en que Kay cumple cuarenta; el tercero nos devuelve al momento mismo en que se interrumpe la acción del primero. Todo el acto segundo resulta ser una larga anticipación, que corresponde a la visión instantánea que tiene Kay, en un desvanecimiento, de los estragos que el paso del tiempo causará en su familia, ahora feliz; consecuencia, por tanto, de la explícita interiorización temporal en la protagonista.

            El efecto de la anticipación consiste en que el personaje que ha pre-visto el futuro y el público que ha compartido su prospección regresan al presente con un conocimiento que altera sustancialmente su punto de vista, su forma de valorar lo que sucede. Así, la amargura que destila el acto tercero, a pesar de representar el mismo ambiente que conocimos transido de alegría y optimismo en el primero, se deriva de que ahora sabemos el triste desenlace de cuanto se está fraguando esa noche de 1919.

            Esta no demasiado rara alteración del orden cronológico tiene consecuencias importantes, aunque discretas, en otros aspectos de la dramaturgia del tiempo. Por ejemplo, en la perspectiva, con la alternancia de objetividad y subjetividad en los contenidos, causa a su vez de la discordancia entre ritmo interior y exterior en la duración relativa (de la fábula y la escenificación). La visión interior que la protagonista, Kay, tiene —y el público con ella— de lo que ocurrirá una noche, diecinueve años después de aquella en que se desarrolla la acción objetiva, se supone que dura un segundo, pero la escenificación emplea un tercio de su tiempo en representarla.

            La pieza proporciona a la vez el retrato de la familia Conway una noche feliz de 1919 y su desdichada historia a lo largo de diecinueve años. Pero lo que redondea el acierto es que su tema central sea precisamente el tiempo, como adelanta el título.

José-Luis García Barrientos, doctor en Filología (UCM), Profesor de Investigación del CSIC, profesor de posgrado en la UC3M, es autor de libros, traducidos algunos al árabe y el francés, como Principios de dramatología, Cómo se analiza una obra de teatro, Teatro y ficción, La razón pertinaz, Drama y narración, Anatomía del drama o Siete dramaturgos, tres de ellos publicados por Paso de Gato. www.joseluisgarciabarrientos.com

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