
A menudo cuando pensamos en un personaje que tiene el rol de protagonista en el teatro, pensamos en el sujeto que va a dinamizar la acción, es decir, el sujeto que llevará el conflicto por enfrentar problemas ante una situación en particular.
En mis clases de dramaturgia repito hasta el hartazgo que sin esa urgencia que conmueve, moviliza y lleva al protagonista a su máxima transformación emocional, no puede haber conflicto posible, por lo menos, en estas estructuras de las que hablamos.
Es la urgencia la que va a definir el enfrentamiento y le dará el carácter al conflicto de “ahora o nunca”. Esto ocurre porque la urgencia calienta el deseo en el protagonista, incendia las motivaciones por las que luego tendrá que enfrentar a sus antagonistas y allí tratar, como sea, de sobreponerse a cualquier obstáculo.
Si el protagonista no está urgido por alguna razón importante para llegar a una situación límite determinada, no tendrá la fortaleza necesaria para desplegar una línea de acción que esté a la altura de la circunstancia. Por ende, la urgencia es el motor del conflicto de una obra, es la urgencia la que genera un verdadero campo de batalla frente a los ojos del espectador.
Es la urgencia, también, la que terminará creando efectivamente la crisis que estaba dormida en la primera unidad de la obra. Por lo tanto, en este tipo de estructuras a las que llamamos conflicto de agón, la urgencia pasa a ser un vehículo altamente medular para la modificación emocional de nuestros personajes, y también para favorecer la lucha tanto interna como externa para conseguir sus objetivos. Sin urgencia, no hay obra.
En Hamlet, de William Shakespeare, por ejemplo, el padre del joven príncipe se le aparece a Hamlet una noche y allí le cuenta que ha sido asesinado por su propio hermano. El padre de Hamlet le encomienda la misión de vengarlo para poder descansar en paz. Desde esa confesión, Hamlet, no dormirá un solo sueño y se sentirá urgido de vengar el buen nombre de su padre ante la traición de su propio tío, pero también sentirá el deseo indisimulable de acabar con los que se complotaron en favor del homicida. Hamlet se siente obligado a hacer justicia por sus propios medios, y ésa será la urgencia que lo llevará a tener comportamientos insospechados y lo que lo dejará tendido y muerto hacia el final de la obra.
Es la urgencia la que hace fabular a nuestro protagonista y crear una serie de actitudes para poder satisfacer su deseo. Por ejemplo, en Un enemigo del pueblo, de Henrik Ibsen, el coctor Stockmann manda analizar las aguas de la ciudad balnearia donde reside junto a su familia. Al encontrarse con la oposición de su hermano (el alcalde de la ciudad) y posteriormente con la negativa de La Voz del Pueblo para publicar su artículo, Stockmann se verá empujado por una urgencia mucho mayor que la contaminación de las aguas del río: “la moral”. Stockmann siente una urgencia desmedida por limpiar la mentira y la corrupción en la que vive su pueblo natal.
En una buena obra de teatro, a veces nos encontramos con una primera urgencia que aparenta ser la más importante, pero conforme avanzamos en la trama, aparece una nueva, mucho más profunda y, por lo tanto, más metafórica. Allí empezamos a ingresar a un campo más semántico y dador de sentido, un campo con una profusa revelación que antes estaba bajo tierra y donde los personajes se nos empiezan a revelar de otra manera en sus comportamientos.
Ahora bien, no es el protagonista el único que puede estar urgido en cumplir con sus objetivos. El antagonista también tiene sus motivaciones y deseos, y también puede sentirse atosigado ante un hecho en particular; aunque siempre pongamos la lupa sobre las motivaciones y deseos del protagonista, su oponente también tiene sus propios estímulos y necesidades.
Así pues, la urgencia ha de entenderse como lo que va a desatar el enfrentamiento entre personajes y, por lo tanto, lo que va a generar el suspenso y la tensión necesaria para que la historia crezca hacia lugares impensados; es decir, la urgencia es como la soga de un espinel, y si no hay una urgencia genuina y lo suficientemente potente en mi historia, la cuerda se corta y los anzuelos caen al agua.
Fernando Zabala. Docente y dramaturgo.






