Escribir a partir de una imagen es lo que todo autor intenta hacer antes de empezar a diagramar una obra. Una imagen que desencadenará en varias imágenes relacionadas o no, y que nos sentará definitivamente a escribir nuestra historia.
Pero la asociación de elementos antes no relacionados es lo que podemos fusionar a la hora de buscar un resultado. No es lo mismo empezar teniendo una gran improvisación imaginaria de la nada, que partir de elementos disociados que pueden empezarse a vincular.
Cuando junto esos elementos disociados, empiezo a entender que el proceso de creación se vale de muchísimos materiales venidos del teatro, de la literatura, del periodismo, de la fotografía, de la pintura, de la escultura, de la música y del cine. Diferentes textualidades que juegan un rol fundamental en su unidad para mi universo creativo.
No es lo mismo comenzar a escribir a partir de la imagen de una fotografía, que tener como disparador una fotografía, una pintura y un poema. Esos tres elementos que nunca se habían cruzado antes entre sí empiezan a cobrar sentido y forma, y la unión necesaria para empezar a tener un claro puerto de destino en mi obra.
En mis clases de dramaturgia suelo citar el ejemplo de cómo, para escribir una de mis tantas obras de teatro, partí de elementos no relacionados entre sí. Por ejemplo, en el monólogo de mí autoría Se despide el campeón, empecé a tener mis primeras imágenes a partir de la noticia de un diario que describía cómo velaban a un boxeador erguido y embalsamado sobre un cuadrilátero en un club de barrio. Me pareció inefable la noticia y la archivé rápidamente. Con el tiempo, recuerdo que buceaba en internet buscando distintos registros y materiales para otras obras y fue allí mismo, donde me topé, casi accidentalmente, con el relato de Roland Barthes: Fragmento de un discurso amoroso.
Archivé ese relato de Barthes, porque empezaba a darme cuenta de que lo podría utilizar para una de mis tantas obras en proceso. Y efectivamente, fue así. En la cruza de dos elementos tan lejanos y ajenos entre sí, apareció la obra. Era la noticia de un boxeador que velaban erguido y embalsamado sobre un cuadrilátero en un club de barrio, más el embalsamamiento amoroso del que hablaba descarnadamente Barthes, como metáfora del deseo, del dolor y de la pasión. Allí descubrí felizmente la asociación entre esos dos materiales y empecé a escribir mi obra.
Ahora bien, sé que puedo ligar elementos que no tienen parentesco alguno, que no se conectaron nunca entre sí, o que nunca se me ocurriría que se podrían mezclar, conjugar, como es el caso de mi obra que acabo de describir; pero cuidado, que aquí viene la trampa: tener todos estos elementos a disposición no significa que tenga la puerta de mi obra en la esquina de mi casa. Si no sé bien cómo emplear las imágenes que archivo, puede ser una colección infructuosa y lo suficientemente frustrante para desecharla o no saber qué hacer con ella.
Sostengo siempre en mis clases, y me la vivo diciendo a mis alumnos de dramaturgia, que las imágenes de las que parto siempre deben tener un conflicto o, por lo menos, la unión de esos elementos que asocio casi intuitivamente me debe conducir a un conflicto o a varios. Es decir, yo relaciono elementos escriturales, visuales, auditivos, pareidólicos, apofénicos, etc., con el fin de combinarlos y crear una posible configuración de mi nueva obra, pero siempre y cuando remitan a personajes conflictuados, a situaciones límite que tengan que atravesar los personajes de mi historia y así poder visualizar cómo crecen y se abren dramáticamente en el desenlace.
La mejor manera de que un dramaturgo transmita emociones y pueda conmover a su público es encontrando buenos conflictos y jugosas situaciones que saldrán seguramente de aquellas primeras imágenes intercaladas, y que terminarán por unirse a otras configuraciones posibles, para volver teatral y singular la historia de la que parte.
Escribir con imágenes frescas y combinadas es armar el entreverado y complejo rompecabezas de un dispositivo teatral, pero también es, sin lugar a dudas, escribir con la obra a mis espaldas.
Fernando Zabala. Profesor y dramaturgo.