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El detonante, ese otro clic para que haya conflicto

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Parietal, de Fernando Zabala. Foto: Marcos Allende.

A menudo, en un texto teatral analizamos el conflicto y su progresión hacia el desenlace, pero pocas veces hablamos del detonante como origen y progresión del mismo.

El detonante es un punto medular para cualquier obra teatral, e incluso para cualquier obra literaria, no importa el formato que tenga. De este aspecto y de otros depende que el conflicto tome dimensión a lo largo de la obra y que su protagonista se sienta lo suficientemente motivado para dar el primer paso.

Si el detonante de mi historia no está claro, no podemos pensar en un conflicto lo suficientemente orgánico para que la historia crezca de manera dramática no sólo hacia el final de la obra, sino también en el comienzo y su posterior desarrollo.

Si pensamos en un detonante que quiebre los vínculos de los personajes y los tuerza hasta volverlos imprevisibles en sus comportamientos, habrá que tener claro que ese detonante debe ocasionar la tormenta perfecta para que el protagonista de mi obra dé pelea hasta el final por lo que desea.

Sin embargo, el detonante de una buena obra teatral no siempre es fácil de reconocer. Por ejemplo, si analizamos Hamlet de William Shakespeare, el detonante es más que claro cuando el espíritu de su padre se le aparece al joven príncipe y le encomienda la misión de vengarlo. De allí en adelante, todos sabemos que Hamlet pondrá en riesgo su propia vida para lograr un único objetivo, que será la muerte y aniquilación de su tío, pero, por sobre todo, el desenmascaramiento público de su vil asesinato.

Pero a veces el detonante de una obra teatral puede estar implícitamente oculto o puede descubrirse al final. Por ejemplo, cuando nos encontramos con un personaje que revela un secreto que su víctima y el espectador no sabían hasta el momento de su confesión.

Si nos centramos en la obra Un instante sin Dios del dramaturgo argentino Daniel Dalmaroni, la historia trata de un poderoso empresario que visita a un sacerdote de una humilde parroquia de frontera para ofrecerle una importantísima donación para su iglesia. Pero la oferta tiene una condición: una confesión. El detonante natural de la historia lo descubrimos al final de la obra tras la confesión del empresario, donde narra la violación de su abusador (el sacerdote al que supuestamente quiere donar una importante suma de dinero). Allí entendemos el motivo que lo ha llevado al encuentro con el cura y por qué, además de envenenarlo, decide también beber de la misma copa. Este detonante ha sido creado por fuera de la obra como un recurso externo que antecede a la historia y constituye así el verdadero objetivo que tiene el empresario para lograr un acto de venganza, pero también de justicia.

En el caso de la obra La persistencia, de la dramaturga y novelista argentina Griselda Gámbaro, el detonante sucede cuando el único hijo de Zaida es acribillado en manos de un grupo de terroristas. A partir de ese episodio, la mujer se encierra en sí misma, no habla, casi no come y abandona prácticamente toda vida activa. Durante un largo tiempo, su esposo, Enzo, no encuentra la forma de lograr que ella salga de ese estado. Finalmente, lo consigue: le exige que se enfrente con sus sentimientos y le propone como única vía para sobrellevarlos que profundice su odio; ese odio será el detonante para que Zaida decida enfrentar a sus enemigos con la misma dureza con que ella ha sido tratada. Torturará y matará también a sus niños porque sabe que es la mejor manera de minar la moral de los contrarios.

Otro ejemplo claro que podemos analizar como detonante externo en una obra es lo que sucede en El acompañamiento, del dramaturgo y director argentino Carlos Gorostiza, donde Tuco, trabajador de una fábrica y jefe de familia, se encierra en un cuarto de su casa tras una broma de un compañero de trabajo que le hace creer que vendrá el acompañamiento a buscarlo para triunfar en la televisión. Sebastián, amigo de Tuco, se entera de que éste ha entrado en la locura del encierro y siente una urgencia desmedida por ir a convencerlo de que todo ha sido una broma pesada del Mingo. En esta obra, el detonante aparece aludido por completo y, a diferencia de Un instante sin Dios, conocemos este procedimientoal comienzo de la obra, donde nos enteramos de que Sebastián ha sido llamado por la familia de Tuco para que lo haga entrar en razón y lo saque de su porfiada obsesión.

Como vemos, el detonante de una obra es el fósforo encendido para que vuele todo por los aires. Es el que pone de manifiesto el conflicto y lo echa a andar sobre ruedas durante toda la trama. Pero también es el que coloca al protagonista en una situación de crisis irremediable. Por lo tanto, el detonante es la carótida de la obra.


Fernando Zabala. Docente y dramaturgo.

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