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Horacio Salinas. La esencia de la flor

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Koomote, el rostro de una divinidad femenina, era la máscara a la que Horacio Salinas (1938-2016) le prestaba su cuerpo bajo una depurada técnica de teatro Noh. Con una energía envidiable en un hombre de setenta y siete años, Lacho interpretaba a La larva, se paraba de cabeza y aguantaba colgado dentro de un capullo antes de entrar a escena.

Hacia el final de la obra que montamos en 2015, a decir verdad, en un segundo final o remate propuesto por él, se levantaba del piso llevando la máscara de Koomote y después de hacer algunos movimientos con las manos y chocar sus pies contra el escenario decía: 

“La esencia de la flor te será transmitida, el teatro es como una montaña, muy amplia en su base y estrecha en su cima, dulce como el Satori”. 

Horacio Salinas, cuyo nombre de monje era Ennen, tuvo su primer encuentro con Koomote gracias a su maestro Weda San, en Osaka, Japón. La máscara había sido labrada en el siglo XIV por un artesano llamado Shakusuru. Lacho me contó que al principio no tenía permitido ver las máscaras, él era el conserje del teatro, ya que sólo así, trabajando desde abajo, fue que le permitieron tener acceso a la técnica Noh. También me contó que antes de llevarla puesta la estuvo observando durante varios días y varias horas, hasta que la máscara le habló: 

“Ponme sobre tu cara, entonces tendré un cuerpo, danzaré y haré que la luz del sol brille de nuevo”. 

A partir de ese momento Lacho portó a Koomote y estudió sus codificados movimientos. 

En 1973 protagonizó La Montaña Sagrada de rebote, porque el papel era para George Harrison, quien originalmente sería el vagabundo, pero se negó rotundamente a dejarse embadurnar de miel para ser expuesto a las moscas y sobre todo a que su ano fuera filmado. 

Pero diez mil dólares y sobre todo volver a trabajar con uno de los creadores del Teatro Pánico, bien valieron la pena para Lacho. 

La Montaña Sagrada se convirtió en una de las  películas más icónicas de Jodorowski, entre otras cosas por el hecho, nada menor, de que la produjo John Lennon.

Gracias a lo que ganó en el film Lacho pudo vivir en Japón. También vivió en Europa y en Canadá. Después de cuarenta años de ausencia y tan sólo con su querida máscara Koomote entre las manos, –su único patrimonio-, el vagabundo de Jodorowsky regresó a tierras norteñas en 2014. 

Era un actor disciplinado y muy bien entrenado. Practicaba yoga y meditaciones avanzadas. Se movía con suavidad y su cálida voz estremecía al público. Su gran calidad se dejaba ver en el manejo de la energía y el control de su cuerpo, tenía ese equilibrio entre movimiento y emoción, eso a lo que los actores de teatro Noh llaman “La Flor”, la esencia del actor que no se pierde con la edad. La Flor siempre estuvo viva en él.

Aunque es oriundo de Monterrey, esta tierra nunca se rindió a sus pies, quizá por disidente, por rebelde, o por haber hecho su carrera en otro lado. 

Sin homenajes ni reconocimientos públicos pasó sus últimos días y los años posteriores a su muerte el gran actor Horacio Salinas.

Pero nunca es tarde para recordar al amigo ausente y además, la memoria es el único antídoto contra el ingrato olvido.

Por eso bien vale la pena recordar que Horacio Salinas inició su carrera en Monterrey a principios de los años sesenta; actuó en Panorama desde el puente de Arthur Miller, dirigida por Humberto Duarte; obra por la que recibió el premio al actor revelación en 1962. Hizo el papel de Bruto en Julio Cesar de Shakespeare al lado de Rubén González Garza, bajo la dirección de Marilú Salinas. Por esta obra recibió el Premio al mejor actor, entregado por Marga López en 1964. 

Se va a vivir a la ciudad de México y trabajó en la compañía de teatro de Rafael Banquells. En esos años hizo mucho cine: El asesino se embarca, bajo la dirección de Miguel M. Delgado en 1967; El criado malcriado, con Mauricio Garcés. Dirigido por Francisco del Villar en 1969; Al fin solos, con César Costa, con dirección de Rogelio Gonzalez en 1969, y Con licencia para matar, bajo la batuta de Rafael Baldeón en 1969. 

Hizo telenovelas como Corona de lágrimas, con Jorge Lavat, Evita Muñoz Chachita y Prudencia Grifell y Casa de huéspedes, con Ofelia Guilmain, en 1964; y en teatro actuó en El simio, bajo la dirección de Abraham, obra que inauguró el Teatro el Galeón en 1972; Así hablaba Zaratustra, dirigida por Alejandro Jodorowski, en 1972; y Acto de amor, con Luisa Muriel. Dirigida por Abraham Oceransky en 1986.

Su regreso a Monterrey en 2014 también significó su vuelta al teatro y al cine. Su última película, Piérdete entre los muertos (PELM), dirigida por Rubén Gutiérrez y estrenada en 2018, se filmó entre Monterrey e Icamole en 2016.

Ese mismo año estuvimos en temporada varios meses seguidos. Si mal no recuerdo, dimos 25 funciones. 

En la ficción Lacho era La larva, el hombre sometido a un experimento en busca de la trascendencia, en la relectura del texto, con Lacho actuando, La larva era en escena un hombre al borde de la muerte en busca de la trascendencia. Y yo creo que lo logró. La gente aún recuerda su extraordinaria performance en la que fue su última obra y que hicimos juntos.  

Había intenciones de viajar a la Ciudad de México. Lacho deseaba volver al Galeón y saludar a su amigo Abraham Oceransky, pero su avanzado cáncer de estómago ya no lo permitió.

No le gustaban los doctores, ni la clínica, porque hasta en eso era un disidente. Pasó sus últimos días en casa de su hermana a donde fui a visitarlo y a despedirme de él. Lo que hablamos aquella tarde me lo quedo conmigo, pero sirvan estas palabras para honrar la memoria del gran actor, maestro y queridísimo amigo, Horacio Salinas, visitante de monasterios y portador de Koomote, quien ha transmutado su cuerpo en luz y la flor de su esencia en memoria viva.

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