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Cuando despertó, los teatros del IMSS todavía seguían allí…

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Breve entrevista con Mario Espinosa

En este artículo José Ramírez recoge algunas reflexiones de uno de los interlocutores más importantes del devenir del teatro en México en las últimas décadas, el director, gestor y promotor cultural Mario Espinosa, sobre las vicisitudes de los espacios teatrales creados por el IMSS.

El tiempo pasa y los teatros del Instituto Mexicano del Seguro Social siguen ahí, envejeciendo mientras la efervescente y numerosa comunidad teatral del país busca foros para escenificar sus obras y las buenas voluntades no terminan de “cuajar” un esfuerzo para aprovecharlos antes de que se conviertan en cines, bodegas o estacionamientos. Sólo unos cuantos se utilizan parcialmente para lo que fueron creados, pues el tipo de teatro que ofrecen es comercial; los demás siguen utilizándose para eventos de diversa índole.

Hablamos con el director de escena Mario Espinosa, quien, en los noventa, estuvo a cargo de la programación de estos recintos, en los que se aplicó un programa de “comodatos” a través de una convocatoria para grupos teatrales: Teatros para la Comunidad Teatral.

Estos teatros, junto con todas las instalaciones deportivas del IMSS fueron concebidos como parte de una idea integral de salud que incluía la prevención, el bienestar, la práctica y el consumo del arte, para eso se hicieron. Cuando ese propósito cambia y la salud se ve como un asunto más enfocado en la cura y prevención de enfermedades, la idea original ya no fue prioritaria. Después hubo varios proyectos de distintos tipos para la utilización de esta infraestructura del IMSS. 

Los comodatos

Uno de esos proyectos fue el de los comodatos, que consistían en compartir y dejar el usufructo del espacio a proyectos escénicos que tuvieran un propósito social, no sólo el de obtener ganancias. Pero tal proyecto enfrentó dos situaciones. Una, cuando se deshizo el proyecto, pues las altas autoridades del IMSS pensaron que los comodatos debían ser redituables. Sin embargo, la infraestructura de estos recintos es muy variada, son más de 60 teatros, buena parte de ellos al aire libre, mientras que otros se ubican en barrios que no son los más comerciales; además de que algunos tienen dimensiones no adecuadas para una actividad comercial; hay teatros de 300 y hasta de 3 000 butacas, es decir, no pueden dar cabida a grandes espectáculos.

Cuando Mario Espinosa trabajó en la Coordinación Nacional de Teatro, lanzó la convocatoria Teatros para la Comunidad Teatral, con el IMSS y el INBA, a través del Fonca (Fondo Nacional para la Cultura y las Artes). “Lo novedoso de este programa fue que el apoyo no se destinaría de manera discrecional, sino a través de un jurado, con lo que se introdujo la posibilidad de la evaluación”,[1] comentó el director a Luz Emilia Aguilar Zinser. “Se destinaron a través de este programa recursos para proyectos de mediano y largo plazo. Hubo compañías y grupos que funcionaron muy bien, como Mexicali a Secas, El Rinoceronte Enamorado, el Tatuas, Perro Teatro, y otros que encontraron que no era lo que querían o que no tuvieron suficiente capacidad de organización”, narró en aquel entonces.[2]

El programa de comodatos cambió

En junio de 2002, al lanzarse la cuarta convocatoria de Teatros para la Comunidad Teatral, el IMSS advirtió que sólo proveería los teatros y los gastos de mantenimiento y personal, porque el encargado de la actividad teatral era el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, hoy Secretaría de Cultura, “consecuentemente, éste tiene los recursos para apoyar el desarrollo y las actividades teatrales, y por eso ellos se encargan de los recursos”.[3] En esa licitación en comodato de los teatros del Instituto se aclaró a los grupos artísticos “comodatarios”, que éstos “no podían subarrendar el teatro a terceras personas…” y que los responsables de los teatros estaban obligados a entregar 20 % más IVA de los ingresos por taquilla, ya no el 4 % establecido anteriormente. De ese porcentaje, el Fonca pagaba el 10 %.

Esas modificaciones implicaban que el Fonca pagara, además del 10 %, el presupuesto anual de los teatros que había sido cubierto por el Fideicomiso Teatros de la Nación, es decir, por el IMSS.

Deshicieron los comodatos para intentar sacar dinero de esta infraestructura y no lo consiguieron más que parcialmente. Los teatros más comerciales, ya sea por sus dimensiones o su ubicación, se siguen rentando; los otros se rentan, pero para eventos de escuelas o pequeños espectáculos, entre otras cosas.

Los teatros del IMSS

Teatro Hidalgo del IMSS, Ciudad de México. Foto: Fideicomiso de Teatros del IMSS. 

El Instituto Mexicano del Seguro Social cuenta con 38 teatros cubiertos y 30 al aire libre, entre ellos, en la CDMX: el Teatro Hidalgo, el Santa Fe, el Julio Prieto (antes Xola), el Tepeyac, el Legaria, el Morelos, el Cuauhtémoc y el Independencia. Están ahí desde que, en 1960, la institución puso en marcha el Proyecto Integral de Seguridad Social, a través del cual se edificaron instituciones dedicadas a la salud, el arte, el deporte, la recreación y la cultura, y del que formó parte esta red de teatros que dio fama a los primeros actores de la época. Recordando la fundación de esta red de teatros, Zoe Robledo, director general del IMSS, señaló recientemente:

en 1953, con la construcción del primer teatro del IMSS, hoy “Juan Moisés Calleja”, ubicado en Paseo de la Reforma y Burdeos, en la Ciudad de México, el Seguro Social ha fomentado en los escenarios un mensaje de conciencia social enfocado en la promoción de la salud y la recreación. [… Son] teatros que surgieron de la política de seguridad social y desarrollo estabilizador del expresidente Adolfo López Mateos y fueron impulsados por las gestiones de Antonio Ortiz Mena y Benito Coquet.[4]

El teatro como negocio

Entonces —señala Mario Espinosa— no se consiguió el propósito: lograr que el IMSS se capitalizara a partir de sus teatros. Hubo la idea de pronto de sacar recursos de ellos, lo que parcialmente se cumplió. Pensaron que esos recursos estaban siendo obtenidos por compañías de teatro, como si fuera un gran negocio. Pero no lo era, porque dependían de las gestiones y no eran capaces de mantener su proyecto artístico con ese tipo de dimensiones, con el precio del boletaje y el tipo de obra que proponían.

Sin embargo —continúa—, las altas autoridades no lo consideraron así en su momento. También había una presión interna: los espacios eran controlados usualmente por las delegaciones locales del Instituto donde se ubican las instalaciones escénicas, y a los funcionarios de cada delegación no les gustaba perder el control de esos espacios. Aunque no fuera un gran negocio, representaban ingresos que se obtendrían nuevamente al desaparecer los comodatos. Volverían, así, a tener el control de los inmuebles. Significaban recursos para Instituto, que es muy grande y los necesita.

Ahora bien, esto fue hace mucho tiempo. Cuando se hicieron estos teatros, el Estado hacía directamente todo, producía artes escénicas, organizaba las temporadas, al igual que hacía con el deporte; eso ha cambiado mucho con los años. Y esa facultad que tenía el Estado dejó de ejercerla cada vez más, sobre todo en lo referente al IMSS y cambió el concepto de salud integral, donde el arte y la cultura tenían un propósito. Ése fue el motivo principal, y el más concreto: querían sacar dinero de los teatros.

Los iba a absorber Conaculta

Hubo un intento —comenta Mario Espinosa— de pasar toda esta infraestructura a lo que entonces era el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, pero no se ejecutó porque de nada sirve tener espacios si no tienes recursos económicos para hacerlos funcionar, aunque sean pocos. 

La última propuesta por parte del actual director del IMSS fue convertirlos en cinetecas, pensando que hacerlos cines sería más barato que mantenerlos como teatros; pero no es así, también implican costos de personal, conseguir una buena pantalla, un buen proyector y difusión. Fue lo último que se propuso, pero no se hizo.

Así pues, esos teatros permanecen subutilizados desde hace mucho tiempo y sólo algunos funcionan bien como espacios escénicos. Son normalmente usados por el teatro comercial, y dan recursos a través de rentas y porcentajes de taquilla al IMSS, como el Xola, el Hidalgo, el que está en San Jerónimo, y en Monterrey hay otros. Pero son contados, los demás tienen otro tipo de programación, más relacionada con la renta para eventos de escuelas en cierres de cursos y entrega de diplomas. Ése es el destino que tienen ahora. 

¿Podrían tener otro uso? Sin duda, pero se necesita un cambio en la política cultural y en la inversión. Y pienso que en esta época no tiene que hacerlo el Estado, sino que éste debe coadyuvar a que sean los grupos artísticos, los productores y los gestores quienes se hagan cargo del funcionamiento de esos teatros, pero hasta ahora esto no ha ocurrido.

Sin embargo, uno de los casos exitosos del programa Teatros para la Comunidad Teatral fue el de El Rinoceronte Enamorado, que administró un teatro del IMSS en San Luis Potosí durante ocho años, y que después, con ayuda de otro programa federal, el Programa de Apoyo a la Infraestructura Cultural en los Estados (PAICE), logró construir un espacio propio.

José Ramírez: ¿Cuáles consideras que fueron las debilidades y fortalezas de este programa de comodatos?

Mario Espinosa: Me parece que es un buen programa. No todos los grupos estaban en condiciones en cuanto a capacidad, conocimientos y recursos para echarlos a andar, pero hubo otros que sí. Hay muchos casos exitosos, uno de ellos fue El Rinoceronte Enamorado, de San Luis Potosí, que ahora tiene su teatro propio. Fueron corridos del espacio en comodato y ellos gestionaron en su momento con el gobierno estatal su propio foro, y es un espacio independiente que funciona muy bien, es generador de un movimiento importante en ese estado. El caso de la compañía La Trouppe fue exitoso también.

Otros intentos

Hubo también un intento bastante interesante de Ceprodanza en el Teatro Legaría, desarrollado por Bellas Artes. Se acabó, sin embargo, porque este tipo de proyectos requieren recursos y si las instituciones no tienen dinero, terminan cerrando. El Teatro Legaria es pequeño, precioso, enclavado en una colonia que es más bien un barrio popular, donde se podría hacer un proyecto interesantísimo, ahora no sé para qué lo usen. Pero ese proyecto ya no existe.

J. R.: Desde tu punto de vista, ¿qué papel tendría que jugar la autoridad cultural para gestionar y posibilitar el uso de estos teatros para los fines que fueron construidos?

M. E.: Se trataba de montar y presentar obras de teatro como un proyecto social, como parte de la salud integral de la población; ésa era la visión de Benito Coquet. Ahora tendrían que darse, no sé si a través de convocatorias o de otros mecanismos, a proyectos artísticos culturales que contemplaran no sólo un proyecto artístico y económico, sino también social, para que esos espacios fueran usados en plenitud. El asunto es que ni el Estado ni el IMSS quieren dar esos espacios a grupos independientes. Han intentado varias formas y lo han conseguido con teatro comercial, pero tienen que formar parte de un proyecto que piense más en el bienestar de la población y de la comunidad a la que sirven.

J. R.: ¿La iniciativa privada no podría ser un nuevo actor en esto?

M. E.: Ha habido casos en que lo ha sido, pero se trata de proyectos que quieren recuperar su inversión, tener una ganancia. El Teatro Legaria, por ejemplo, que es de 300 butacas y está enclavado en una colonia popular, no resulta adecuado para esos fines, pues no alcanzan a pagar los gastos, a menos que se trate de monólogos, y aún así, quién sabe. 

La participación de la iniciativa privada sería posible en el caso de los teatros que le pueden funcionar, como el Xola, el Hidalgo, el San Jerónimo, hablando de los que se encuentran en la Ciudad de México. En los otros no, porque van a tener pérdidas.

Habría que pensar para esos foros, que son fantásticos porque están en lugares donde dan un servicio a una población normalmente desatendida, en proyectos para las características propias de tales espacios, y para las características de la población que está alrededor de ellos.

Por otro lado, habría que acabar con los intereses de la gente local (del IMSS), que no quiere perder el control burocrático de “su” espacio, cambiar la mentalidad de los directivos, que piensen que esos teatros están para cumplir una función social importante. Que entiendan que el teatro es un asunto de interés público. Yo espero que tengan visión.

Lo han intentado en el último año, pero no tienen recursos. Trataron de rehacer el proyecto de los teatros, pero como no les salió, intentaron el de los cines, y no les ha salido porque todo implica poner dinero o dejar que otros lo pongan, y por eso la mayoría de los teatros están parados.

J. R.: Y entonces, ¿qué futuro le ves a los teatros del IMSS?, porque están envejeciendo y en lo que la burocracia crece y el tiempo pasa…

M. E.: Yo creo que es un momento de definiciones. En efecto, fueron construidos en los sesenta y envejecen. Y no creo que sus equipos sean contemporáneos, o por lo menos no los de todos los teatros. Si no hay una política diferente, esos espacios van a seguir como están, subutilizados. 

J. R.: En este necesario rescate del diálogo entre la comunidad artística con las autoridades, ahora que entra un “nuevo” gobierno, ¿crees que sea posible?, ¿tienes algún indicio?

M. E.: No tengo indicios, pero espero que sea posible. También se requiere de un cambio por parte de los propios grupos artísticos de todo el país. Yo recuerdo que, en tiempos de los comodatos, El Rinoceronte Enamorado había hecho un trabajo estupendo en un teatro del IMSS, y los mismos grupos de teatro locales protestaban porque lo tenían ellos, y cuando ellos salieron del inmueble del Instituto, nadie lo tomó.

Tenemos que ser más generosos por el interés de las artes escénicas. Algo similar a lo que sucedió con El Rinoceronte Enamorado en San Luis Potosi, pasó en el teatro de Guadalajara. Es decir que, cuando se gana para la comunidad, pues se gana para todos, aunque lo obtenga una agrupación en ese momento; al final es un espacio ganado para el teatro como actividad. Es preciso que los pleitos internos no hagan difícil que se abran estos espacios. También, como comunidad, tenemos que plantear proyectos y formas de convivencia entre nosotros, aunque la responsabilidad mayor sea del Estado y sus instituciones.

J. R.: Parece que el problema es principalmente burocrático y económico…

M. E.: Es económico y de organización, se necesita una política nueva, porque no puedes hacer lo mismo que se hizo en los noventa.

J. R.: Había más dinero, ¿no?

M. E.: No sólo había más dinero, la sociedad cambió por completo y hay que pensarlo de otra manera, pero considero que hay capacidad para pensar de otro modo y recuperar estos espacios para el uso para el que fueron hechos.


[1] En Luz Emilia Aguilar Zinser, “Comunidad artística y medios de producción”, Paso de Gato, núm. 49, abril-junio de 2012, p. 11.

[2] Idem.

[3] Carlos Paul, “IMSS y CNCA acuerdan garantizar la continuidad del programa Teatros para la Comunidad Teatral”, La Jornada [en línea], 24 de junio de 2002. Disponible en: <https://www.jornada.com.mx/2002/06/24/12an1cul.php?printver=1>.

[4] “Celebra el IMSS el Día Mundial del Teatro con exposiciones y puestas en escena”, Instituto Mexicano del Seguro Social [en línea], marzo de 2024. Disponible en: <https://www.imss.gob.mx/prensa/archivo/202403/149>.



Mario Espinosa Ricalde es director de más de 40 puestas en escena de teatro y ópera. Es egresado del Centro Universitario de Teatro (CUT) de la UNAM y ha sido coordinador Nacional de Teatro, secretario ejecutivo del Fonca, director del Sistema de Teatros de la CDMX y director del CUT. Actualmente es director artístico de la Organización Teatral de la Universidad Veracruzana.

José Ramírez Gurrusquieta. Periodista especializado en temas culturales. Ha trabajado para el Uno Más Uno, CDMX, Monitor, Festival Internacional Cervantino e Instituto Politécnico Nacional, entre otros.

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