La obra dirigida y escrita por Gabriela Ochoa celebró 100 representaciones en el Julio Castillo

El pasado domingo 13 de julio se celebró en el teatro Julio Castillo del Centro Cultural del Bosque un acontecimiento extraordinario en los tiempos presentes de nuestro teatro: las 100 representaciones de la obra Algodón de azúcar. Quien escribe tuvo el honor de estar presente en dicho acontecimiento. La función, la consiguiente develación, el infaltable cóctel y el camino en metro de regreso a mi morada me dieron mucho qué pensar acerca de este evento.
Algodón de azúcar es la historia de Magenta, un hombre que en el camino a casa de sus padres se encuentra con un grupo de payasos que lo llevarán a un viaje en los recovecos de su conciencia materializada en un siniestro parque de diversiones de su infancia. El encuentro con un trauma que ha permanecido como una neblina sobre su vida se hace presente y el personaje deberá afrontar lo que de niño no pudo decir.
La dramaturgia de esta obra se atreve a encontrarse con uno de los problemas más duros y por desgracia más vigentes de nuestra nación. Brindar más detalles inherentemente llevaría a arruinar la experiencia. No obstante me gustaría agregar que es una obra que logra su cometido: abraza y arma de valor a quienes viven atrapados por el mismo monstruo que acecha en la obra. Una muy querida amiga con la que tuve oportunidad de verla por primera ocasión en su inicial recorrido por los teatros de la UNAM, encontró en ella la empatía y la compañía necesarias para atreverse a enfrentar su miedo siguiendo el ejemplo de Magenta.
Temo que a raíz de esta experiencia que comparto, las palabras que aquí aterrizo suenen imparciales para algunos. No me importa. No es solo una buena obra, es una obra con la que estoy profundamente agradecido.
Algodón de azúcar goza de una sólida dirección escénica que guía el camino de los espectadoros por un mundo escabroso. Es una obra única, repleta de estilo. Cada miembro del equipo tiene claro el universo que buscan proponer y triunfan en crear un espectáculo tan sensible como asombroso. El elenco conformado por Alejandro Morales, Romina Coccio, Carolina Garibay, Miguel Romero, Francisco Mena y el músico en escena Misha Marks sostienen una ficción con un estilo actoral poco explorado (aunque por fortuna cada vez más) en nuestro teatro nacional. Es un deleite ver a cada actriz y actor en escena, pues nos llevan
de la mano hacia la risa, el miedo, la indignación y el llanto. El equipo creativo aporta su ingenio para construir desde sus trincheras (escenografía, luz, vestuario, máscara, movimiento, video, etc.) un espectáculo digno de guardarse en el alma.
De antemano sé que algunas personas no estarán de acuerdo con lo que diré (me parece perfecto) pero creo que Algodón de azúcar se ha convertido en una de las obras mexicanas más importantes de la década en curso y el hecho de que hayan celebrado sus 100 funciones es una de las pruebas a las que me remito. Feliz síntoma, este logro da mucho qué pensar acerca de lo que como artistas escénicos hacemos con el teatro en nuestro país.
La primera vez que vi esta obra en el foro Sor Juana Inés de la Cruz del CCU, en compañía de algunos amigos del colegio de teatro, yo ni siquiera sospechaba que había presenciado los primeros pasos de lo que tiempo después se convirtió en todo un fenómeno. Corte a: temporadas con SOLD OUT en los mejores teatros de la Ciudad, diversas nominaciones y triunfos en premiaciones, presencia en la muestra nacional de teatro y la develación de placa en el monstruo que es el teatro Julio Castillo.
Porque además de los aciertos artísticos de este proyecto, el equipo que lo integra ha hecho por él lo que todos deberíamos: tratarlo como a un hijo. Acompañarlo, cuidarlo y alimentarlo para que crezca fuerte. Muchos maestros de la “vieja escuela” miran con terror las ya nada extrañas temporadas de “un fin de semana”, y palidecen cuando saben que a veces incluso esas temporadas terminan siendo la vida completa del proyecto. Aunque es cierto que las circunstancias actuales no son para nada las mismas, este proyecto es como un eco vivo de ese teatro que llenaba funciones y tenía una vida longeva.
Porque esta obra ha logrado conectar con el público mexicano y romper la barrera de “la gente de teatro”. Estamos ante un proyecto cuyo éxito comercial, recepción crítica y mérito artístico están muy bien equilibradas. Es lamentablemente aburrido ir al teatro y encontrarse con las mismas personas de siempre entre el público. Aquí lo que más se observa entre la butaquería es la diversidad. Al salir de la función, en el lobby, escuché a una persona preguntar “La señorita es la que salió en Roma pero ¿Y ese señor de chanclas en qué ha salido?”. Donde muchos ven con fastidio a una persona ignorante que no conoce al maestro Daniel Giménez Cacho yo prefiero decir: qué bueno. Qué bueno que alguien que no tiene idea de quién es este señor venga a ver una obra y salga contento. Eso es, en parte, lo que le ha hecho últimamente mucha falta a nuestros escenarios: dejar de querer que nos aplaudan nuestros amigos del oficio y tratar de conectar con la gente neta, con la gente que no sabe (ni tendría que saber) quién es Daniel Giménez Cacho.
Hablando con un director durante el cóctel, me platicaba lo rápido que se aburre de las obras en las que trabaja, por lo que constantemente busca proyectos nuevos. Me parece estupendo el enfoque, pues la práctica genera la maestría (el señor, en efecto, es todo un maestro) y la disciplina de la creación constante conduce a la innovación. Sin embargo me pregunto si no hay algo en tal razonamiento que pueda ser parte del problema. Resulta evidente que estamos en una era extraña de nuestro teatro. La tendencia (por lo menos lo que he podido apreciar hasta ahora) es la de generar muchos proyectos aunque tengan una vida corta en lugar de unos cuantos con longevidad. Son muchas las circunstancias que pueden atravesar este fenómeno pero es evidente que nos hemos vuelto una sociedad que se aburre rápido y ello ha impactado en nuestra labor, puesto que las obras no tienen tiempo de crecer.
Es legendaria la costumbre de Ludwik Margules de considerar que la obra no maduraba sino hasta la función (para él ensayo a público) número 50. Habrá quienes difieran, sin embargo para mí, que por fortuna he podido seguir la vida del proyecto de manera bastante interesante (en el Sor Juana, su regreso a la UNAM en el Juan Ruiz y ahora esta función 100), me parece oportuno decir que sí es tangible el paso del tiempo en este proyecto a través de la calidad de lo que se presencia. No solo eso, el público mismo madura. No es ningún secreto que, igual que yo, muchos espectadoros han repetido la experiencia un par de veces. Esa es la bendición de una vida teatral longeva. Aunque la experiencia escénica es algo inherentemente irrepetible, la oportunidad de que el público intente retornar a ella genera un diálogo similar al que se lleva a cabo cuando accedemos a un recuerdo. Tenemos otra perspectiva, apreciamos otros detalles.
Creo que esta obra ya aseguró su lugar en la historia de nuestro teatro. La relevancia de Algodón de azúcar no reside únicamente en su empática dramaturgia, en la extraordinaria dirección, en su magnífica escenografía, sus estupendos vestuarios, la genialidad de su elenco, la belleza de sus luces y proyecciones, la hermosura de su música; sino que también es una obra que ha sabido hacer dos de las cosas más difíciles (acaso las más difíciles) de esta profesión: dialogar con su público y mantenerse viva.
Algodón de azúcar. Teatro del Bosque Julio Castillo, CCB. Dramaturgia: Gabriela Ochoa.
Dirección: Gabriela Ochoa. Elenco: Alejandro Morales, Romina Coccio, Carolina Garibay, Miguel Romero y Francisco Mena. Músico en escena: Paco Castañeda / Misha Marks.
Del 24 al 27 de julio de 2025. Jueves y viernes 20:00 horas, sábados 19:00 horas y
domingos 18:00 horas. Duración aproximada: 2 horas. Boletos: De venta en taquilla y en la pagina: teatro.inba.gob.mx






