La ciudad de Almada se encuentra al otro lado del Puente 25 de Abril, el cual la une a la capital, Lisboa. Justo ahora se cumplen 50 años de aquel 25 de abril en el que sonó por la radio una consigna musical, “Grândola, Vila Morena”, que sirvió para acabar con la dictadura salazarista y que se produjera aquella hermosa revolución que ha pasado a conocerse como la Revolución de los Claveles, pues sus imágenes icónicas eran fusiles de militares que portaban un clavel en su bocacha, símbolo de un ejército que se colocaba al servicio de su pueblo.
Desde entonces hasta la fecha, la vida política, social, económica y cultural portuguesa ha pasado por muchas etapas. Nosotros somos asiduos al Festival Internacional de Teatro de Almada, organizado por la Cámara Municipal de Almada y la Companhia de Teatro de Almada, que celebró entre el 4 y el 8 de julio de este 2024 su cuadragésima primera edición, con todas sus dependencias engalanadas con portadas de medios de comunicación de la época revolucionaria, de exposiciones diversas sobre acontecimientos relacionados y con una programación que, como siempre, acostumbra a darnos una visión bastante avanzada de lo que sucede en la escena europea.
Este festival nació en una pequeña sala, caminó junto a un grupo de personas comandado durante muchos años Joaquim Benite, que acabaron, en connivencia con las autoridades, haciendo uno de los mejores festivales de la península ibérica. Construyeron un edificio teatral esencial, potente, emblemático, reconocible, con dos salas de exhibición bien dotadas, y allí germinó, creció y se hizo importante la Companhia de Teatro de Almada, con plantilla administrativa, técnica y actoral estable, que es la que, aunado a sus producciones propias tanto para adultos como para jóvenes, niños y niñas, hace diversas actividades en la ciudad además de este magnífico festival que tiene muchas singularidades, como realizarse en las noches en un espacio pegado al teatro, que fue una solución para poder ofrecer espectáculos de gran formato cuando no existía el edifico teatral, que es uno de los puntos álgidos de concurrencia de los espectadores que cada noche lo llenan. Es importante señalar que el público puede escuchar también, antes de las funciones, conciertos de diversos estilos musicales en una explanada donde se instala un restaurante, que es una extensión del que tiene el propio Teatro de Almada, hoy llamado Joaquim Benite, lugar donde se crea un ambiente particular, muy cálido, pues conviven artistas, programadores, periodistas y público.
Existen diversos premios otorgados por un jurado institucional a las narraciones de diversos medios o a periodistas que se han destacado por su relación con el Festival, y algo más importante: el premio que otorgan los espectadores, en votación popular, que consiste en que la obra seleccionada vuelve al año siguiente, siempre que sea posible acomodar las agendas del festival y los premiados.
Por muchas razones, este proyecto, edificio público con gestión privada, compañía estable, festival y otras muchas actividades que completan su razón de ser, me ayuda siempre a reflexionar sobre las posibilidades que tienen los edificios teatrales, su gestión y su proyección a futuro y, especialmente, para crear públicos y consolidar una acción teatral en su categoría cultural, que persista en el tiempo y repercuta de manera constatable en la ciudadanía.
El relato de lo visto en 2024
Paso a contarles, de manera sucinta, lo vivido en esta ocasión. No pude estar, debido a otros compromisos, todos los días, pero verán que tuve la oportunidad de acercarme a algunos de los espectáculos más significativos que se ofrecieron en esta edición, que volvió a tener un porcentaje de ocupación de sus salas realmente importante.
En 40 años, los públicos que siguen llenando los espacios donde se celebran las representaciones programadas, por lógica, han cambiado, o han evolucionado. Pero si se atiende a las programaciones, que es el único y fehaciente documento o manifiesto donde se establecen las ideas que concurren e inspiran cada edición, existe una fidelidad hacia un tipo de estéticas, se repiten nombres de grandes creadores que han representado avances innegables en los finales del siglo pasado y que han atravesado esta primera parte del siglo XXI con categoría de maestros incuestionables.
Hablo sin remilgos de los públicos porque me parece importante ver el acompañamiento a lo ofrecido, pues significa un acierto en términos de comunicación no mercantilizada. La capacidad del contenido para convocar a un número importante de miembros de la sociedad a acudir a presenciar espectáculos, obras, coreografías de primer nivel, junto a propuestas que llevan en sí el desafío de la búsqueda o el rompimiento con lo más habitual y establecido es algo importante. Quiero insistir en que no es nada casual, se trata de mantener una idea básica de lo que debe ser este festival, a quiénes dirigirse, cómo atender los movimientos estéticos y políticos que suceden en su entorno y traer aquello que se hace en Europa y que mantiene, cuando menos, un rigor por encima de los usos menos exigentes.
Hay que señalar algunas experiencias sobre creadores con una edad avanzada que aparecen con nuevas propuestas o con alguna reconstruida para ajustarla mejor a los tiempos actuales. Por orden cronológico, Full Moon llega con bandera francesa, con la marca Bureau Plató, la última creación de Josef Nadj, perteneciente a esa generación de coreógrafos y bailarines que revolucionaron en el último tercio del siglo pasado la danza contemporánea, convirtiéndola en hegemónica en muchas programaciones de la Europa más moderna, creando un lenguaje significativo, pero que tuvo la buena idea de cambiar sus estructuras y dedicarse a hacer un viaje a lo esencial, que culminó con una nueva formación con bailarines de origen africano de diferentes culturas y países que logró convertirlos en un grupo creativo de primera magnitud.
En este montaje las claves escénicas y creativas son fantásticas. Sesenta minutos para inventarse el mundo, la vida, el cuerpo, los sueños, el alma, nueve cuerpos en una escena vacía, luces, máscaras, gestos, ritmos, una interpretación de la inmensidad de los orígenes del mundo, de los bípedos, de las culturas africanas, de la codificación artística, de la explosión de las energías canalizadas por la inteligencia y la fuerza comunicativa. Excelente montaje. Nadj se reinventó hace poco, ahora es mejor que nunca y siempre ha sido de los más grandes. Toda la historia de la humanidad contada con libertad y sabiduría en sesenta intensos minutos de movimiento escénico con ocho cuerpos de varones africanos que cautivan junto a un demiurgo enmascarado, el propio Nadj. Puede parecer un espectáculo hipnótico, pero es mucho más.
Llegó con bandera italiana, de Change Performing Arts, Relative Calm, una creación total de Robert Wilson con coreografía de su siempre fiel colaboradora e inspiradora Lucinda Childs, cuyo montaje original es de 1981 y cuya más reciente versión se estrenó en junio de 2022, en Roma. Se trata de un tríptico con varias uniones ligeras para no dejar las transiciones sin mediación, donde las músicas, las imágenes generadas digitalmente que se proyectan en la pantalla gigante que preside el espacio, una iluminación absolutamente intervencionista y unas coreografías obsesivas, complicadas hasta el límite en lo técnico y lo espacial, van configurando un trabajo que se podría definir como psicótico, ya que estamos en una suerte de reiteración infinita, de unos cambios estéticos que simplemente reafirman lo ofrecido, dando unas vueltas transicionales, sin más importancia que su categoría formal realmente formidable para volver a un principio, a dar la vuelta entera, cerrar una suerte de círculo o una vuelta al globo, siempre recordándonos que en todo cuanto hacemos en la vida existe una relativa calma, que puede ser el aviso de alguna tormenta.
La última experiencia que relato de estos días almadenses es sobre esas obras breves de Chéjov que tantas veces hemos visto en los escenarios desde hace décadas, en formatos y pretensiones diversas, una suerte de prueba actoral, una esencialidad de un prototipo de un teatro naturalista, El oso, Del mal que hace el tabaco y Petición de mano, a cargo de la compañía italiana Tieffe Teatro Milano, con la dirección de Peter Stein, un anciano vitalista, que nos propone un montaje sencillo, esencial, casi diría que museístico; una plasmación de un teatro de texto y actores, con un acompañamiento sencillo de una dirección ordenadora y una iluminación sin pretensiones, que logran en su conjunto un espectáculo amable, aunque uno hubiera deseado un nuevo punto de vista sobre las partes más misóginas de los textos chejovianos.
Hay que remarcar que el de Almada es un modelo de festival convivencial, donde se da la circunstancia de que nos concentramos un buen número de periodistas, críticos e informadores de las artes escénicas de diversos medios de comunicación, tanto generalistas como especializados. La mayoría somos peninsulares, pero nos encontramos siempre con compañeros y compañeras de diversos lugares de Europa. Con algunos de ellos coincido a lo largo del año en estrenos, ferias y otras efemérides; pero con catalanes, gallegos, italianos o eslovenos, nos vemos anualmente en estos días.
Existen muchos detalles que hacen que los festivales sean un mero acto de programación y venta de entradas, o que respondan a una política de largo alcance, que se incardina con lo que, en este caso, hace la Compañía Estable, con sus producciones y todas sus acciones, lo que significa que, alrededor de lo que se ofrece en los escenarios, hay muchos más motivos para participar de este encuentro cultural con el teatro como vehículo que además se complementa con actuaciones musicales, debates, charlas, exposiciones y talleres de formación. Algo muy completo.
Y dentro de la programación, aunque por razones del propio sistema al que pertenecemos, nos fijamos de manera prioritaria en los espectáculos internacionales, en los grandes nombres, históricos como reflejé en la entrega anterior, ahora quisiera recordar algunas de las propuestas que también convocaron a los públicos y que en su inmensa mayoría pertenecen a grupos y compañías portuguesas, una coproducción entre el Centro Dramático Gallego, varias instituciones portuguesas y un espectáculo inglés: la coproducción entre instituciones de ambos lados de la raya es Manuela Rey Is in da House, con dramaturgia y dirección de Fran Núñez, un homenaje a Manuela Lopes Rey, actriz nacida en un pueblo gallego que llegó a ser muy importante en el Teatro Nacional Dona Maria, y que falleció con 23 años en Lisboa en 1866. Una propuesta cargada de emocionalidad, que parte de datos biográficos tangibles, comprobables, a los que se les une en una dramaturgia algo ligera, ideas y proyecciones sobre lo que pudo haber sido, lo que nos sitúa en un espacio narrativo lleno de agujeros históricos, con mucho metateatro, sin que logre convertirse en un punto de apoyo, y con un esfuerzo notable en dibujar a Manuela con diversos cuerpos y voces, como en un retrato coral que no alcanza un valor definitivo.
Y si bien estas flaquezas dramatúrgicas tienen el beneficio de la duda, al tener que tejer esa biografía con muy pocos mimbres reales, lo que queda claro es que la puesta en escena, los elementos escenográficos, el vestuario y otros rasgos hacen que se resquebraje el proyecto y que el equipo actoral deba luchar con un texto muy poco elaborado, unos movimientos escénicos lastrantes y muy poca ayuda de la dirección, que busca lo exterior y nunca profundiza en lo interior.
Estrenada en 2022 por la Companhia de Teatro de Almada, Alem da dor es la primera obra de Alexander Zeldin, autor británico que irrumpió de manera espectacular en el panorama teatral y que, con dirección eficiente de Rodrigo Francisco, se sitúa en un realismo social que refleja la vida de trabadores temporales, en un turno de noche, sus condiciones laborales estresantes, la alienación de sus trabajos y esos momentos de las pausas como posibilidad de humanizar las relaciones entre ellos. Destaca la forma de mostrar estas situaciones: una suerte de economía textual, debido a las características de cada personaje, el tiempo escénico, muy bien medido, que ayuda a la creación de un ambiente denso y que se sustenta en la buena interpretación de todo el equipo actoral para poder transmitir el tedio, los abusos, la sinrazón de un sistema laboral deshumanizado, que se aprovecha especialmente de los más desfavorecidos, especialmente inmigrantes. Una propuesta de un teatro político actual.
Vimos Entrelinheas, texto de Thiago Rodrigues que, junto al actor Tónan Quito, elaboran un juguete escénico que, con apariencia de sencillez e inmediatez, se va convirtiendo en una filigrana dramatúrgica que se va endiablando. Metateatro directo, pero con una carga de profundidad, ya que dicen se trata de un ejemplar de un Edipo encontrado en una celda, donde el preso había escrito una carta a su madre a mano, en el entrelineado del texto, pero que, para mayor abundamiento existe otra tercera lectura. Otro tercer texto. Este juego escénico tiene momentos brillantes, pero en la representación presenciada no se logró una comunión total con el público, como si esas vueltas de tuerca alejaran y el actor no lograra con su actuación elevar la capacidad comunicativa. Es, no obstante, un ejercicio magnífico de lo imposible de lo posible e imaginado.
La obra Remédio, la octava del escritor irlandés Enda Walsh, que monta la compañía lisboeta Artistas Unidos, que es una desquiciada, alucinada, divertida, espitosa, absurda, en ocasiones muy oscura, que se acerca de una manera directa a la salud mental o a personajes con algún signo de tener alguna de esas dolencias, lo que nos coloca ante una situación cuyo desarrollo se va calmando, como si los primeros treinta minutos de un ritmo delirante fueran imposibles de sostener y acaban conduciendo a una reflexión sobre la incidencia social en los dolores mentales de una creciente parte de la población. Esa denuncia queda implícita y se vindica lo normal de esas vidas estigmatizadas.
Uno de los platos fuertes de este 41 Festival de Almada fue Mãe Coragem, el texto de Bertolt Brecht que ha dirigido António Pires para Teatro do Barrio. Es un ambicioso montaje. Un coro de decenas de personas presentes en escena durante las dos horas del espectáculo, cantando poemas de José Saramago, lo cual es un apunte peculiar que le dota de un aire trascendental, pero que debido a muchos otros motivos, no le da fluidez, sino que se nos antoja que establece un bloque que ancla las acciones, que fija la estética y pese, al trabajo de los actores y especialmente la actriz que da vida a la Madre, Maria João Luis, que defiende con solidez toda la historia, esa masa de cuerpos presentes, la propia estética de módulos fijos que forman la escenografía, impiden que fluya con soltura la propia obra, ya que los lugares referenciales siempre parecen el mismo y eso que la famosa carreta tiene un valor en sí misma. Es un gran espectáculo, se escucha el texto de Brecht, se acompaña de esos poemas cantados de Saramago, pero en su conjunto tanto esfuerzo no logra el nivel que parece anunciar.
El último espectáculo que pude presenciar en esta edición fue LIFE Event No. 3 de la compañía inglesa Gandini Juggling, malabares, mazas, aros, balones, una creación de circo historiado, creado por Sean Gandini y Kati Ylá-Hokkala, con la participación estelar de Jennifer Goggnas y un equipo de excelentes ejecutores que logran uno de esos momentos escénicos en donde solamente cabe la alegría y el sentirse partícipe de un acto de mucha imaginación, muchas horas de trabajo, unas coreografías entremezcladas, además siempre bailando los ritmos propuestos, es decir, un regalo para todos los públicos.
Éste es un relato sucinto de una edición muy equilibrada e importante.
Carlos Gil Zamora, director de teatro y dramaturgo, ejerce desde 1982 la crítica teatral en diversos medios de comunicación del País Vasco y desde 1997 dirige la revista ARTEZ de Artes Escénicas. Ha colaborado con diversas revistas especializadas de España, Europa y Latinoamérica. Ha impartido diversos cursos y talleres y participado como ponente en multitud de congresos, encuentros y debates, además de realizar las crónicas de multitud de ferias, festivales, muestras, jornadas y eventos por todo el mundo.