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Cuenta regresiva, el humor no es más negro que la noche

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Dirigida por Talía Marcela y Boris Schoemann, en la Sala Novo

Fernando Mazano, Valentina Bouchot y de espaldas Ana Belén. Foto: Edsel Rivera.

Entre penumbras se escucha la respiración acelerada de una chica que lleva una cuenta vertiginosa. Después de unos segundos la luz desciende sobre el espacio y al espectador se le revela un vagón de tren donde una mujer sostiene un bebé en brazos. Al poco tiempo llega un hombre con pinta de pachucho trasnochado. Él viste un sombrero fedora bastante maltratado y una corbata roja mal anudada al cuello de la camisa. El hombre saca de su chaqueta un periódico de nota roja y comienza a leer una noticia sobre un abusador, quien ha violado a una menor de 8 años con el palo de una escoba.

En ese momento el público duda entre la risa o el desagrado. El actor Fernando Manzano ha realizado una pausa precisa para rematar con un «¡Qué imaginación!» Solamente al fondo de la sala se escucha una risita reprimida. Posteriormente la comedia avanza por los derroteros del humor negro, pero siempre con duda y chocarrera seriedad por algunos momentos. Ese caminar dubitativo por el sendero del humor negro es una constante desafortunada que transmite en su público un coto a la risa liberadora y una incomodidad ambivalente que nunca se diluye.

Cuenta regresiva es una farsa oscura de la dramaturga rumana Saviana Stănescu donde explora los limites de la violencia parental y materna. En esta obra se hacen patentes temas universales como la pérdida, el abuso, el amor y la muerte. Los directores Talía Marcela y Boris Schoemann han sorteado la bravura de este texto y actualmente presentan su particular interpretación en la Sala Novo. Esta producción lleva la rúbrica de Los Endebles y es una puesta escena producto del taller En cadena de montajes que produjo la compañía en el Teatro La Capilla durante el segundo tercio del 2024.

Es posible encontrar en esta pieza ecos cinematográficos de grandes películas del siglo pasado. La atmósfera de la primera escena, cuando el hombre con el periódico comienza a charlar con la mujer que arrulla al fantasmagórico niño  y enseguida son sorprendidos por una mujer encopetada que rivaliza con ellos; nos recrea el sabor de Extraños en un tren o La dama desaparece, ambas piezas del maestro del suspense, Alfred Hitchcock. El tren como escenario servido para el crimen o para los encuentros fortuitos que desencadenarán el caos. El tren también, como pretexto para que los personajes develen sus oscuros comportamientos. Es imposible pasar por el alto al máximo referente del humor negro en el cine mexicano: El esqueleto de la señora Morales, una comedia dirigida por Rogelio A. González, que en su momento fue bien recibida por el público gracias a las estrellas de su cartel (Arturo de Córdova y Amparo Rivelles) pero que hoy ha envejecido con bastante dignidad gracias a la firmeza de su guión, granjeándose un respetable lugar entre los referentes del humor negro, quizás junto a algunos otros ejemplos notables del dramaturgo veracruzano Hugo Argüelles que se materializaron en teatro y también en el cine.

El humor negro es posiblemente uno de los tonos más difíciles de consolidar en la dramaturgia y en la escena, pues limita con la farsa disparata, con la didáctica melodramática y con la crítica paródica. El humor negro es una tonalidad de la comedia difícil de habitar pues precisa de un universo perfectamente bien construido y de actores con una capacidad interpretativa arriesgada y madura.

Valentina Bouchot y Fernando Manzano construyen una hermosa relación escénica. En la tónica de La Familia Monster, ellos interpretan a una pareja de cursis enamorados que han cimentado su matrimonio gracias a sus compartidos fetiches funerarios. Él es el mejor enterrador que se conoce, es capaz de construir unas tumbas trapezoidales perfectas con todos sus ángulos pitagóricamente rectos. Ella es una extraordinaria plañidera que con sus duelos y llantos engalana los mejores funerales, es una diva histriónica de la opereta lacrimosa y eso le ha valido estar en funerales de postín y que su nombre resuene hasta en los célebres entierros europeos.  Ambos se aman con macabro delirio, con ese «lenguaje del amor» que solo les pertenece a ellos, los hablantes de una lengua muerta. 

El minuto de oro de la puesta en escena ocurre en manos de esta pareja. La plañidera regala una muestra de su virtuosismo escénico, (capacidad que comparten personaje y actriz) al llorar con gran compromiso cuál si fuese la discípula  más aventajada de Libertad Lamarque o la pupila favorita de Victoria Ruffo, enseguida canta en tonos operísticos, por todo lo alto, esa tragedia que la penetra, y se  rompe en delirante risa lastimera como si el muerto en turno fuese «el torito» para rematar el número con una vuelta de carro de un extremo a otro del escenario que culmina en perfecto split para sostener la cabeza del difunto y continuar llorando por su partida. Ese momento no solo se ganó la risa de los asistentes, sino también las onomatopeyas de admiración y sorpresa que resonaron en la estrechez del recinto. 

Se presenta todos los domingos hasta el 27 de abril a las 18:00 h en la Sala Novo.

Este sui géneris matrimonio tiene por hija a Zozo, «la niña que sobrevive en un mundo que la devora» quien vive enajenada en la ensoñación de su maternidad. Dibuja un goyesco rostro en un globo rojo e imagina que este es su hijo, lo mira con cariño y con solemnidad se despide de él al reventarse su guajira imagen. Arrulla al viento y se consuela con el quijotesco anhelo por concretar su maternidad. Zozo es interpretada por la actriz jalisciense Ana Belén (alterna algunas funciones con María Thistle) quien se distingue por la sobriedad y el silencio que imprime en su personaje, la parquedad de formas y el minimalismo corporal. Ella es el ancla realista de la disparata familia macabra. 

El sabor de boca que permea entre los asistentes al caer la oscuridad final es de desconcierto. Implícita queda flotando en el aire la pregunta ¿Esto ya terminó? No queda más que contar, las líneas dramáticas han concluido y, sin embargo, la incomodidad se eleva como el humo de cigarro, molesta y cancerígena, extraña e inoportuna. La vacilación entre el melodrama que viven Zozo y su novio (interpretado por David Barrera) en contraste con la macabra comedia de los padres ha instalado al público en un extrañamiento que nada tiene de brechtiano y sí un poco de desencanto. 

El tono vacilante de la puesta en escena impide la descongestión fársica en el espectador, así como también la total empatía con la tragedia materna de Zozo. Esta conclusión no es solo una opinión particular, sino también la síntesis de los murmullos que resonaron entre los espectadores que comentaban  la obra a la salida del teatro. 

Cuenta regresiva se presenta todos los domingos hasta el 27 de abril a las 18:00 h en la Sala Novo, ubicada en Madrid 13 en la colonia del Carmen, Coyoacán. Se recomienda consultar las redes sociales del Teatro La Capilla y la Compañía Los Endebles para consultar promociones y descuentos además  del rol de elenco de cada función.

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