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Los nueve conflictos capitales

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Dispositivo B, de Fernando Zabala. Foto: Marcos Allende.

A menudo me pregunto cuántos tipos de conflictos podemos hallar en una obra teatral. Por lo pronto, me pongo obsesivo y trato de encontrar algunos de los que se utilizan con menos frecuencia en el teatro.

Lo primero que debemos entender es que los conflictos en el teatro están lejos de ser discusiones, como muchas veces se interpreta erróneamente. El conflicto es algo mucho más complejo que una pelea pasajera, inclusive es más dinámico que un torbellino de ideas, o de ciertas acciones con bellas palabras. Aunque también el conflicto puede estar expresado en un lenguaje apolíneo, poético o en un subtexto. Pero vayamos describiendo uno a uno estos conflictos que buscamos.

El primero y el más conocido es el conflicto de Agón. El conflicto de Agón es el enfrentamiento entre personajes por un objeto de deseo determinado. Allí se enfrentan protagonistas versus antagonistas. Diríase que es el conflicto más utilizado en el teatro occidental y el más empleado por el cine estadounidense.

El conflicto del dilema. Es aquel que trata sobre una opción a elegir entre dos posibilidades que son inconciliables. Posiblemente éste sea uno de los conflictos más angustiosos para quienes atraviesan una elección que puede acabarlos por completo. Se trata de determinaciones extremas que mantienen la intriga en alto y la tensión necesaria para que los protagonistas sufran las consecuencias finales y estalle la crisis interna entre ellos.

El conflicto del mal entendido. Es el conflicto que trata sobre el déficit de información o conocimiento y que, por ende, produce un desenlace gracioso o fatal por equivocación. Ese conflicto cambiará decididamente las conductas de los personajes; suele aparecer en la mitad de la obra o cuando se revela lo que verdaderamente se interpretaba de otra manera. El malentendido puede ocasionar que la mejor pareja del mundo se separe, que los grandes amigos se peleen o que la vecina termine por matar a su yerno pensando que quería aniquilarla.

El conflicto del enigma. Se caracteriza por ser un conflicto difícil de resolver, en el que se intenta descubrir algo que no se termina por develar o en el que la incertidumbre puede ahogar hondamente a uno o a varios personajes. En pocas palabras, vivir con la duda y tal vez morir con ella. Sin embargo, el enigma también puede ser de índole metafórica y estar sujeto a la ambigüedad que presente el personaje en su intrincado mundo interno.

El conflicto de la desmemoria. Cuando el personaje no recuerda desde lo literal o lo simbólico, cuando pierde toda noción de la realidad y lo abruma ciertamente el extrañamiento. Diríase que, si este conflicto es utilizado en una obra realista, podría ser de carácter psicológico; pero si en cambio el procedimiento lo hallamos en una pieza surrealista o absurda, estaremos hablando de un conflicto alegórico.

El conflicto del no ser alude al drama interno de personajes que son inducidos a vivir (la obligación de existir por existir), que viven porque están allí, pero lo hacen por mandato más que por voluntad propia. Los personajes que presentan estos conflictos no pueden esperar más que la muerte y, por lo tanto, el rechazo del espectador es absoluto. Es un conflicto que posee cierto sinsentido de la vida y le caben los diferentes géneros en cuanto a sus posibilidades semánticas.

El conflicto con el medio es el que tiene el personaje o los personajes con la sociedad. Alguien que es rechazado socialmente o que acusa o enfrenta a una sociedad en su conjunto por no ser entendido, escuchado, recibido o acusado. Diríase que es uno de los conflictos más utilizados cuando el héroe o el antihéroe de la historia fracasa frente a la masa que lo oprime.

El conflicto del autoengaño, donde el personaje no quiere escuchar la verdad que otros quieren revelarle, o al revés, es la sociedad la que no quiere oír ciertas revelaciones que la pueden contradecir. La negación como primer puente de salvataje y como salvavidas de ladrillos después. También puede ser un personaje que no quiere escuchar su voz interna o que niega su pasado, sus penurias, sus desamores o sus muertos.

Por último, el conflicto del interrogatorio, donde preguntas y preguntas que no se resuelven terminan por convertir al receptor en lo que yo llamo un espectaturgo dinámico: alguien que debe responder las preguntas que no pudo responderse el protagonista de la obra, alguien que va escribiendo su propia trama en la cabeza. Este conflicto es uno de los más interesantes, pues genera una actitud de búsqueda lúdica en el público y una conducta indescifrable en el personaje.

Hasta aquí los nueve conflictos capitales que yo podría enumerar para decodificar las diferentes conductas humanas en el mundo actual. Pero seguramente haya otros conflictos que no figuren en esta lista, y esto se debe a que vivimos en una civilización con persistentes cambios tecnológicos, climáticos, bélicos y virtuales.

A medida que la civilización se expanda en el territorio seguramente habrá nuevos conflictos que emerjan en un mundo que está en constante crisis con la especie y en permanentes desasosiego con la evolución.


Fernando Zabala. Docente y dramaturgo.

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