
La vida de Boon está a punto de cimbrarse por un terremoto de nostalgia y ficción. Él es un antropólogo forense, de niño soñaba con ser poeta, y un desafortunado día en su trabajo se encuentra de nuevo frente a la muerte: dos cuerpos abrazados con más de 15 años sin respiración son hallados en un río. El paso de los años los ha dejado casi irreconocibles. Sus pulmones, más que de agua, están cargados de hielo. Uno de los fallecidos es Murdok, un adolescente que desapreció el 6 de febrero, día de San Gastón, de 1991. Murdok y Boon comparten un pasado en común que ahora se revuelve ante el presente macabro.
Este es el argumento de la intrincada fábula de la obra Sedientos, original de Wajdi Mouawad, y que este pasado 5 de junio estrenó el director Enrique Aguilar en el Teatro La Capilla. El texto original fue traducido del francés por el prolífico dramaturgo políglota Humberto Pérez Mortera, quien ya cuenta con varias traducciones publicadas en los Textos de La Capilla. Esta nueva interpretación del texto de Mouawad cuenta con un elenco variopinto y atractivo: Antón Araiza, Mel Fuentes y Nabí Garibay.
El texto de Mouawad es complejo por su estructura, los juegos con el tiempo que atraviesan los universos de la realidad y la ficción, además de la fuerte psicología con la que recarga los extensos monólogos de sus personajes; parlamentos que resuenan como manifiestos de filosofía existencialista con chispazos sobre la cotidianidad. A pesar de su manufactura canadiense, el texto tiene un fuerte sabor a la narrativa del realismo mágico. En particular al escritor colombiano Gabriel García Márquez y sus textos Crónica de una muerte anunciada y El ahogado más bello del mundo.
La dramaturgia conserva ese estilo de narraturgia dosmilera que fue muy popular hace algunos lustros en las marquesinas del teatro independiente. Hoy sobreviven algunos especímenes de ese teatro que se niega a fallecer. El director define el texto en los acentos del melodrama, un género complejo, por la fuerza de las emociones que se contraponen en escena y que bien ejecutado (como es el caso) nada tiene que ver con las telenovelas, que muchos tienen en su imaginario como sinónimos de este género.
Boon, Murdok y Noruega, son los tres personajes centrales de esta historia y los ejes argumentales por donde se mueve la pieza. “Siento el futuro como mi tumba y no me voy a callar” son las primeras palabras que pronuncia Murdok (interpretado por Nabí Garibay) desnudo, con la respiración acelerada y la emoción a tope. “Hay tanta fealdad a nuestro alrededor, que eso hace que nos den ganas de desaparecer” así se cuestiona la estética de su realidad la voz infantil de Boon, un niño creativo con una pulsión poética que es interrumpida por su madre. Él comienza a escribir la historia de Noruega, una señorita que se encierra en su cuarto negándose a hablar con nadie que no sea su profesor de matemáticas, el maestro Voltansky. Ella no tiene palabras. Mientras los otros personajes siembran en los oídos del espectador resonadores de su propia poesía personal, Noruega nos permite escuchar solamente la fuerza de su silencio.
La puesta en escena es arriesgada y persigue la altura que demanda el relato de Mouawad. La escenografía es minimalista, apenas dos paneles de luz clara son los encargados de enmarcar todos los espacios por donde transitan los personajes. El proscenio es el espacio favorito para que los actores dialoguen esos grandes monólogos verborrágicos frente al público. A veces este espacio parece atender más a una querencia actoral que a una necesidad dramática. Al fondo una máquina de inagotable humo no descansa de exhalar su fuerte neblina durante toda la obra. La iluminación se apoya principalmente en colores azules y verdes, y se complementa con dos tiras de luces led que acotan el espacio de ficción en el piso donde se asienta el intrincado universo de Sedientos.
El elenco es abigarrado y atractivo. Antón Araiza destaca por su temple en el escenario, además de la fina prosodia con que sustenta sus diálogos que consigue transmitir en el público todas las imágenes narradas en detalle. Mel Fuentes se distingue por su gracilidad escénica y la precisión de sus movimientos. Es admirable su presencia silenciosa y contenida durante toda la puesta en escena. El joven Nabí Garibay se encuentra en las antípodas, es desbordado, grandilocuente y su voz resuena estrepitosamente igual en cada uno de sus cuadros.
El público que desee acercarse a esta puesta en escena ha de saber que está por encontrarse con un universo poético, nada sencillo, y que será mejor dejarse llevar de la mano de los actores para adentrarse minuto a minuto por este universo fantástico de Wajdi Mouawad. La obra se encuentra en temporada hasta el 7de agosto, todos los jueves a las 20:00 h en el Teatro La Capilla (Madrid 13, Coyoacán). Los boletos tienen un costo de $350 y están a la venta en el sitio boletopolis.com y en la taquilla del recinto.






