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«Las actrices, siempre ellas»

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Eran olas que celosas lamían la arena

 Pequeños Zorros, de Lillian Hellman, dirigida por Luis De Tavira. En ella participé como actor. La escenografía fue de Alejandro Luna. Félix Arroyo, quien tomó la foto era su asistente escenográfico. Hoy Félix es escenógrafo de nuestro teatro: Raúl Adalid.

Dicen que el arte de la actuación es de mujeres. De las diosas actrices. Yo digo que sí. Hoy desperté reviviéndolas en la playa de mi memoria. Eran olas que celosas lamían la arena, y caprichosas retornaban al origen.

Veo a Julieta Egurrola oculta en aquella radiante actriz lograda en Después del Ensayo, de Bergman. Se me aparecen decididas en el Foro Shakespeare: Margarita Sanz, Delia Casanova y Ana Ofelia Murguía, en La Señora Klein. ¡Qué tercia de diosas actorales! Pero también se me revela Blanca Guerra, en toda su sensibilidad de belleza honda con su Electra, en aquellos Secretos de Familia, de Mendoza. Recuerdo a Ana Bertha Espín, en No es Cordero que es Cordera, monumental en aquel muchacho llamado Cesario. Dirección lúcida del querido Néstor López Aldeco. La barca va en el mar de la memoria, y ve a Angelina  Peláez, y su Damiana Cisneros, en aquel Contrabando norteño, de Rascón Banda. Donde Lourdes Villarreal, y Angélica Aragón, engañaban mi realidad de espectador por la ficción. Así entre la bruma aparece Ángeles Marín, con su Fiera del Ajusco, una sinfonía que creó al lado de su directora Marta Luna. Luisa Huertas querida, te grito en el cine de tus personajes y en el claro azul de tus grandes manifestaciones teatrales. Me Enseñaste a Querer, me digo. Así en el turquesa de sus ojos veo la calidad de Rosa María Bianchi en aquel desfile de emociones que era «De la Vida de las Marionetas», en dirección de humo de una pipa de Ludwik Margules.

Ahí está como una diosa silente de «Séptima Morada» y «Muerte de Doncella», una pléyade llamada Arcelia Ramírez.

Mi linda musa del cine, llamada Marta Navarro, una Berenice en pasión según mi querido Jaime Humberto Hermosillo. Ofelia Medina es una Dama Boba, hermosa de caireles en aquel montaje del director y maestro de las diosas, llamado Héctor Mendoza; me es inolvidable ese montaje de obra de Lope De Vega.

Y veo a mi querida Marina De Tavira en Blanche Dubois, pidiendo un asilo de Tranvía Llamado Deseo. Laura Almela pide redención absoluta de vida, en aquel «Cuarteto» excepcional de Muller y Margules. Sin olvidar la piedad que me provoca Lucero Trejo en Una Especie de Alaska, a dirección de Pepe Caballero. Veo quebrarse en estrellas rotas de Juárez, y de «Cuatro Últimas Cosas», a Itari Marta. Adriana Roel, mi madre de ficción, me es caricia al verla, en Sucedió Mañana, de Fo, en sinfonía escénica del gran Julio Castillo. Stefanie Weiss y esa su Regina, de Pequeños Zorros, sin olvidar aquella Birdie, de mi querida Yulenni Vertti. Todo en una dirección brillante de Luis De Tavira, en luz escenográfica de Alejandro Luna, en el entrañable teatro Santa Catarina.

Lisa Owen se quiebra en hondo dolor en David  Mamet, o en  Escenas de un Matrimonio, mi Virginia Valdivieso Lagunera, es arcoíris de «

Novedad de la Patria, de Ramón López Velarde. Y queriendo detenerse, está la pasión de Tina French, en su Regania, de Rey Lear, y viendo la belleza de Tina Romero me quedo un rato, en su rechazo de aquel Alan Strang en Equus. Sublime Tina. Rindo saludo en homenaje por mi Paty Reyes Spíndola y su andar esplendoroso por el cine. Su Lucha Reyes y su Elvira Luz Cruz, son una admiración por su talento.

Son mis musas del cine y del teatro, a todas les he compuesto líneas de mi historia en libro que les da vida, esta no es más que una historia de actores, hoy llamada: «página de memoria en hechizo con actrices». El arte de Dioniso se cubre de vida en su lado femenino. Dicen que el arte de la actuación es de mujeres. Así lo dice el encanto en fascinación de Stanislavski por la revolucionaria en actuación, esa llamada Eleonora Duse. ¿Qué hace esta actriz?, se dijo maravillado al verla en el teatro.

Se van ellas un momento de mi puerto al mar de mi memoria. Disculpen el olvido de muchas más de las ninfas que han cautivado a este contemplante marinero. Hoy busqué la absoluta libertad de mis recuerdos. Sólo  soy un Odiseo que va de regreso al Ítaca de origen. Cierro las letras, para que vivan ahora con la terminación de memoria por parte del lector.

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