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El arte de la resonancia y Anne Bogart: la búsqueda de una ética escénica

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En su más reciente texto, enfatiza la importancia que tiene el público y su función como colaborador del trabajo teatral 

La maestra Anne Bogart. Foto Royal Central School of Speech and Drama (UK)

El arte de la resonancia es el libro más reciente de Anne Bogart, reconocida directora de teatro de los Estados Unidos. Su trabajo artístico, sus propuestas de entrenamiento –como los Puntos de Vista Escénicos– y sus libros sobre artes escénicas han sido de gran influencia tanto en nuestro país como en muchos otros.

Escrito en 2020, El arte de la resonancia surge como reacción a la pandemia de COVID-19 y a muchas de sus consecuencias: el aislamiento, la prohibición a la presentación de espectáculos en vivo, la proliferación de la actividad digital. Bogart reflexiona sobre cómo habitar el entorno en momentos de crisis, afirmando que las épocas de ruptura —social, política, cultural, personal— son oportunidades para generar resonancia a través del arte.

Mezclando experiencias autobiográficas, lecturas teóricas y referencias culturales, Bogart expone cómo las y los artistas pueden reafirmar su compromiso de crear conexiones que vibren en los cuerpos, las emociones y las memorias del público. Hacer teatro implica crear las condiciones propicias para que la resonancia entre las personas —entre la audiencia y los artistas— pueda surgir.

Bogart retoma la noción del “espacio vacío” de Peter Brook para explicar cómo el exceso de “ruido” en el ámbito teatral –exceso de escenografía y de efectos digitales, artilugios, vestuarios abigarrados— dificulta la comunicación y la convivencia entre actores y espectadores. En un entorno saturado de objetos y estímulos, las vibraciones se diluyen y se vuelve imposible escuchar. El teatro, por el contrario, exige presencia compartida, atención, quietud y empatía. No puede replicarse digitalmente ya que requiere cuerpo, tiempo, respiración y espacios físicos compartidos.

El teatro logra ser memorable no solamente por la historia que narra, sino porque modifica nuestra percepción y nuestros patrones de vida a través de la convivencia. Un encuentro artístico significativo —con una pintura, con un libro, en un concierto— deja huellas en el cuerpo. El arte nos modifica aún si no estamos conscientes de cómo nos afecta. La resonancia ocurre cuando una obra despierta una vibración en el espectador que trasciende el juicio racional. Es una experiencia física, emocional y espiritual.

El teatro es un espacio para la reflexión crítica que requiere de una práctica colaborativa. Trabajar en equipo y levantar un proyecto escénico es como armar una carpa: muchas personas deben ponerse de acuerdo para clavar las estacas que la han de sostener. Esas estacas son los principios éticos con lo que el grupo trabajará. Bogart se refiere a los valores del código Bushido de la cultura japonesa —la templanza, la compasión, la honestidad, la justicia, el valor, el respeto y la lealtad— como los fundamentos que sostienen toda creación escénica. El público participa como co-creador de sentido, no como receptor pasivo del acto escénico; para convivir con la audiencia, los hacedores de teatro requerimos escucha activa y apertura hacia el otro.

La directora estadounidense insiste en que el trabajo escénico es esencialmente colaborativo, lo que implica abrirse a la influencia de otras personas, responder a sus impulsos y construir sentido en conjunto. La imagen de levantar una carpa, donde cada estaca es colocada por distintos participantes en mutuo acuerdo, simboliza este ideal. La ética como fundamento artístico ya había aparecido en libros anteriores de Bogart. En La preparación del director, por ejemplo, subraya la responsabilidad del creador escénico. Tal vez una innovación en El arte de la resonancia es que se enfatiza la importancia que tiene el público y su función como colaborador del trabajo teatral.

Toda presentación teatral es un modelo de percepciones, sensaciones y emociones, por lo que, quienes integran al equipo (empezando por la directora o el director), deben hacerse responsables del mundo que presentan y promueven. Esto implica resistirse a simplificar o trivializar las experiencias humanas. Una obra artística debe abrazar la ambigüedad, las paradojas y las contradicciones del mundo. No se puede crear imponiendo mensajes moralistas. Aunque el teatro tiene el poder de conmocionarnos profundamente, Bogart condena el uso manipulador de técnicas que explotan al espectador y sus emociones sin ofrecerle verdaderos espacios de reflexión o transformación. Esto incluye tanto discursos comerciales banales como enunciados políticos maniqueos o simplistas.

Lo primero que debe hacer una o un artista que quiere provocar resonancia, especialmente al iniciar su carrera, es aprender a trabajar con lo que tiene, donde está. Las circunstancias ideales —el financiamiento perfecto, el espacio soñado, el elenco idóneo— no existen. Se hace lo que se puede con lo que se tiene. En lugar de perseguir un paraíso lejano, las y los artistas deben esforzarse para transformar su entorno inmediato en un campo de resonancia.

Bogart relata sus propios inicios. Cuando comenzó a dirigir, según cuenta, había poco lugar para mujeres en el teatro de Nueva York. Ella entró a la escena por lo que denomina “la puerta de atrás”, trabajando en las calles, espacios alternativos y sitios abandonados, en vez de buscar ser aceptada por los espacios de renombre de la ciudad. Si bien no contaba con recursos ni con apoyo institucional, gracias al deseo de conectarse y de resonar logró desarrollarse de manera más auténtica.

Para dirigir, advierte, no es ni posible ni necesario tener todas las respuestas, sino construir las condiciones para que pueda surgir algo genuino. Resonar no es imponer, sino abrir canales para que el eco del mundo nos atraviese. El teatro, como espacio de creación conjunta, requiere de entornos donde las ideas puedan aflorar y en los que el público pueda colaborar con las y los artistas. Si tenemos todas las respuestas, no dejamos espacio para las intervenciones, dudas, contribuciones o preocupaciones de otras personas. Para crear con los espectadores es necesario darles espacios para que respiren, piensen y participen.

Bogart retoma la distinción de Martin Buber entre el “Yo-Ello” y el “Yo-tú”. La relación entre el “yo-ello” es aquella entre un sujeto y un objeto, como resultado se desarrolla una experiencia; la relación entre el “yo–tú” es un encuentro, que es el caso del teatro.

El teatro resonante involucra activamente al público: le pide que imagine, que complete vacíos, que construya imágenes y que busque significados. Cuando el arte plantea un mensaje demasiado obvio, el público pierde interés. Las pausas en la poesía o los espacios negativos en la pintura, por ejemplo, proveen territorios para respirar. Okakura Kakuzo, en el Libro del té, propone buscar el vacío como lugar donde se activa la emoción estética. Como señala Colin Martindale, una obra de arte que tiene un solo sentido deja de ser una obra de arte.

Para levantar un proyecto nuevo, para montar una nueva obra, necesitamos tener fe en nuestro proyecto, en nosotros mismos y en nuestro equipo. La fe se cultiva buscando el vacío más que el volumen. En nuestras vidas cotidianas hacemos lo posible por evitar la incertidumbre, pero según diversas investigaciones psicológicas, en ciertas circunstancias como el teatro, los deportes, las artes visuales y las novelas, la gente busca la excitación de la ambigüedad. De hecho, en esa incertidumbre reside la fuente de placer del público.

Bogart utiliza el concepto de temenos para denominar al espacio seguro donde puede desarrollarse la resonancia. El temenos era un terreno sagrado junto al templo en la antigua Grecia; Carl Jung lo retoma para denominar un espacio emocional en el que se protege la vulnerabilidad del paciente en terapia. En el teatro, temenos es el espacio para desarrollar la creatividad, jugar, arriesgarse, plantear dudas, expresar disonancias y negociar desacuerdos. Todas las personas involucradas en una obra son responsables de crear un entorno seguro en el cual puedan sentirse libres sin temor a ser vulnerados. Por eso, el grupo debe proteger la confianza de sus integrantes: para que las ideas y las emociones auténticas surjan y se compartan.

El periodo de ensayos es un temenos para acumular energía, jugar, probar, experimentar y perderse. Cuando somos adultos, y al pasar de los años, tendemos a buscar los caminos conocidos en vez de tomar rutas menos predecibles, sin embargo, la curiosidad y el riesgo son cruciales para cultivar la técnica. Según Raymond Belle, si dos caminos se abren frente a nosotros debemos tomar el más difícil, porque ya sabemos que podemos viajar por el fácil.

El juego nos enseña a adaptarnos, una habilidad imprescindible para que el teatro resuene: vivir implica ajustarse constantemente, y en el teatro como en la vida, se requiere una completa apertura a lo inesperado. Bogart explica que, aunque ella quisiera controlar su entorno, su trabajo artístico la ha llevado a desorientarse, perder el control y abrirse a lo imprevisible. Al perdernos nos topamos con hallazgos genuinos. La apertura a las equivocaciones es lo que denomina el “accidente feliz” en What’s the Story, donde aboga por ver el error como parte constitutiva del proceso creativo.

Para tomar decisiones conjuntas, es necesario aprender a leer y escribir efectivamente en el entorno. Se leen los rostros, el lenguaje corporal y los miles de cambios que toman lugar en cada momento. Se escribe tomando decisiones legibles y realizando acciones instantáneas con base en lo que se lee. Crear con el grupo requiere escuchar con atención y tomar micro decisiones constantemente. Una actriz o un actor no puede solo esperar instrucciones.

Uno de los referentes constantes de Bogart es el compositor John Cage. Ella, en los momentos en los que no sabe qué hacer en un ensayo, decide “hacer un Cage/Cunningham con la escena”, es decir, trabajar por separado el trazo y el texto para después yuxtaponerlos esperando descubrir nuevos significados y posibilidades. Esto implica abandonar el control y abrirse al descubrimiento.

Elizabeth Streb, coreógrafa de acción extrema, afirma que la curiosidad debe ser mayor que el miedo. El miedo, la incomodidad y la fragilidad no deben detenernos. Bogart advierte que mantener la ecuanimidad a toda costa puede ser un error: a veces hay que dejar que tiemble el suelo.

Una acción es lo que hace una actriz o un actor mientras interpreta a un personaje para alcanzar un objetivo. Para que sea efectiva, la acción debe estar cargada de intención, concentración y claridad. Bogart cuenta cómo, en una clase de actuación, la actriz Ellen Lauren pidió a su estudiante que se colocara en cuclillas y se incorporara lentamente mientras recitaba su texto. Al ejecutarlo, algunos movimientos de la estudiante eran automáticos, inconscientes y borrosos, mientras que otros eran claros y definidos. Ellen enseñaba dos habilidades fundamentales para actuar y para hablar: conciencia y diferenciación. La diferenciación es la capacidad del actor o la actriz de distinguir un momento de otro, una palabra de otra o una acción de la siguiente. Un intérprete debe separar el movimiento y el habla, mostrar su particularidad y distinguirlos a partir de milisegundos entre cada uno.

El tiempo se acelera cuando nos divertimos y se ralentiza en momentos aburridos. Pero el aburrimiento puede ser engañoso. Si estamos en el momento presente creamos las circunstancias para una penetración más profunda del tiempo.El arte genera la experiencia de un tiempo vertical: un presente cargado de capas de memorias, emociones, imágenes y experiencias. Como una estaca que se clava lentamente en la tierra, el tiempo vertical no avanza, se hunde, a diferencia del tiempo lineal que se rige por una consecución de eventos en el pasado y en el futuro.

Bogart entiende la contención —la capacidad de modular la energía y de no derramarse emocionalmente— como un principio fundamental para la creación artística que permite a la actriz o al director mantener su centro aun en situaciones de gran intensidad.La contención es fundamental para crear un espacio de escucha, generar nuevas ideas y permitir que el público participe consciente o inconscientemente. En entrevista preguntaron a Leonard Cohen qué le enseñaron sus años de prácticas budistas. Cohen respondió: “aprendí a no quejarme”.

El entusiasmo y la pasión adquieren forma a través de la técnica. Sin ella, la expresión artística es caótica y difícil de aprehender. La técnica promueve la intuición y le permite expresarse para que el accidente creativo pueda desplegarse. En el libro Outliers, el periodista Malcolm Gladwell popularizó la regla de las 10,000 horas de práctica que se requieren para volverse experto en algo. Bogart agrega que la práctica debe hacerse con intención: para una meta particular, con la ayuda de un experto y con concentración.

Los humanos somos imitadores. La técnica la adquirimos repitiendo, lo que también nos permite transformar y reinventar. Al repetir, damos un nuevo sentido a las ideas, a los símbolos y a las prácticas. Toda obra de arte contiene referencias de otras obras. Aprendemos copiando. Luego transformamos, que es modificación gradual: nos distanciamos, creamos variaciones y experimentamos. En este proceso es esencial darle la bienvenida a los procesos asociativos y a los saltos creativos. La innovación es el resultado de la imitación, la modificación gradual y la fusión de múltiples ideas sin relación en formas nuevas. La arena pública se ha vuelto, en gran medida, un espacio para que los detonadores de la cultura de la indignación y de las quejas estén listos. El filósofo alemán Peter Sloterdijkutilizó el término “bancos de ira” para describir la forma en la que nuestros diferentes reclamos pueden ser organizados en grandes reservas de capital político. Pero la ira y el desenfreno no hacen ningún bien, porque en vez de canalizarlos hacia acciones positivas y expresiones creativas, se vuelcan contra otros y contra nosotros mismos. 

La colaboración no se trata solamente de llegar a acuerdos. Las mejores decisiones tomadas grupalmente exhortan distintos puntos de vista, desacuerdos creativos y mucha contención cívica.Tomar decisiones que le ayuden al público a ver y a escuchar claramente. La resonancia auténtica no surgeen la armonía ni en el acuerdo pleno, sino en la fricción, la paradoja y la ambigüedad. La disonancia no solo es inevitable sino deseable. La resonancia auténtica surge de la tensión entre diferencias, no de la comodidad de la consonancia. La disonancia no debe evitarse, ya que es un elemento vital en el proceso artístico. Las disonancias y los desacuerdos son oportunidades para problematizar nuestras suposiciones, y buscar alternativas que conduzcan a una convivencia más profunda y efectiva con el público. El arte que solo busca agradar o confirmar prejuicios —sin dejar espacio para el conflicto y para la diferencia de opiniones— se vuelve opaco, como un sonido sin fuerza; no transforma. El teatro debe invitarnos a reconocer otras voces y a aceptar desacuerdos como en cualquier comunidad.

El arte de la resonancia es una invitación a revisar el teatro como espacio de encuentro y transformación. En tiempos marcados por la distracción digital y la fragmentación social, Anne Bogart propone una práctica artística fundada en la escucha, la colaboración, la contención y el intercambio del convidio. Para que una obra escénica resuene, es necesario construir con atención, con ética y con técnica, espacios donde el público pueda imaginar, pensar, sentir y transformarse. Frente a una cultura que premia lo inmediato y lo estridente, El arte de la resonancia es una apuesta por la profundidad, la paciencia y el trabajo colectivo. Un recordatorio de que hacer teatro —como vivir— es construir resonancia con el mundo y con los otros.

BIBLIOGRAFÍA

Biemann, Asher D., The Martin Buber Reader: Essential writings, Palgrave Macmillan, Nueva York, 2002.

Bogart, Anne, The Art of Resonance, Methuen, Great Britain, 2021, https://a.co/8hfJxPM (Kindle)

——— What’s the Story: Essays about art, theater and storytelling, Routledge, New York, 2014 (Kindle)

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——— y Tina Landau, The Viewpoints Book: A Practical Guide to Viewpoints and Composition, TCG, New York, 2005 (Kindle)

Han, Byung-Chul, The Burnout Society, traducción al ingés de The Board of Trustees of the Leland Stanford Junior University, 2015 .https://a.co/3GADMQy (Kindle)

———, Por favor, cierra los ojos, a la búsqueda de otro tiempo diferente, traducción de Raúl Gabás, Herder, Barcelona, 2016 (PDF)

Shakespeare, Hamlet, traducción de Luis Astrana Marín, Alianza Editorial, Madrid, 2005

Sloterdijk, Peter. La crítica de la razón cínica. Traducción de María del Carmen Bueso. Ediciones Paidós, 2017


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