Un espectáculo que en homenaje, dirige los reflectores sobre los textos teatrales del Nobel peruano
La dramaturgia de Mario Vargas Llosa ha quedado, muchas veces, a la sombra de su monumental obra narrativa. Sin embargo, hace poco, un espectáculo llamado Vargas Llosa en escena, se ha propuesto dirigir los reflectores sobre ella. El resultado es un homenaje intenso, inteligente y conmovedor.
Aunque se presenta como un Work in Progress, dirigido por el también peruano Percy Encinas y con Maureen Llewellyn-Jones en la dirección adjunta, ha producido una experiencia impactante e inesperada. Sobre el escenario están Willy Gutiérrez, Yasmine Incháustegui, Renato Medina-Vassallo y Liz Navarro, quienes encarnan —en un admirable desafío actoral— a varios personajes cada uno, durante diez escenas extraídas de seis de las obras teatrales del Nobel peruano, cuidadosamente seleccionadas y curadas entre el director y jóvenes estudiantes de Dramaturgia de la Facultad de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Lima, Perú).
El espectáculo inicia con el regreso de Odiseo a Ítaca. Ha tardado veinte años, ha envejecido muchos más; pero en su boca aguarda un mar de aventuras que se dispone a derramar (a cantar, literalmente) sobre el oído de Penélope, la más fiel de las esposas quien en escena, dejando un momento de hilar el manto, lo ha convocado con su sentida voz. De pronto, la actriz sale y entra otra, el actor se queda; pero los personajes cambian. Los cíclopes se vuelven genios, el océano se convierte en un desierto y cada grano de arena es un relato en la memoria de Scherezade, recién casada con el más cornudo de los esposos, el curioso, misógino e implacable Schariar, sultán de Persia.
A estas dos isoméricas escenas de la Odisea y de Las mil y una noches, adaptadas por Mario Vargas Llosa, le siguen siete escenas de tres obras originales del célebre peruano: Ojos bonitos, cuadros feos; La Chunga; y Al pie del Támesis, las tres con personajes y tramas peruanos, también: un joven marino de civil, con un arma escondida, acepta acompañar a un despiadado crítico de arte a su apartamento, develando que se debate en el dilema de la venganza; el amor y el dolor de la dueña de un bar precario en Piura frente a la mercantilización de la inocencia; la aparición de una misteriosa mujer en la suite de un cosmopolita limeño en Londres que le actualiza recuerdos que no quisiera admitir. Las historias, intervenidas, redramatizadas por el director, cumplen con ser esenciales pero suficientes. Y contundentes, además.
Y como cierre, una décima escena que en lo simbólico juega con el número de la perfección pitagórica: así como diez son los cuentacuentos y diez los días en que transcurren los hechos del Decamerón, tercer clásico de la literatura universal adaptado por Vargas Llosa bajo el título de Los cuentos de la peste. Esta última escena escogida es también la última que el autor adaptó para el teatro. Se titula ¿Despedida?, y con ella cuestiona si es posible despedirse de uno de los narradores más prominentes de nuestro tiempo, pues esto es más bien la bienvenida, el estímulo a conocer el poco visitado teatro del prolífico creador de ficciones que estudió en San Marcos.
Desde luego, el orden de las escenas no es arbitrario. Replicando la obsesión narrativa de Vargas Llosa de entrelazar historias distantes entre sí, lo clásico y lo nacional se trenzan sobre el escenario y se funden como una sola cuerda en la que se puede escuchar, por ejemplo, a Penélope cantándole a su marido ausente, un popular tema del folklore contemporáneo andino, resignificándolo por completo y para siempre, verso por verso. Las pocas canciones, sensiblemente interpretadas por los actores, son una virtud que potencia la emoción que transmite el espectáculo.
La dirección de actores es otro punto alto. Como en Los cuentos de la peste, los actores representan a más de un personaje, distintos, opuestos, lejanos: De Scherezade en Persia a Meche en Piura o de un crítico limeño a un cuentacuentos florentino, por ejemplo. Pero siempre están precisos, convincentes, conmovedores.

La propuesta no está exenta de riesgos. La alternancia constante podría dispersar la atención de un espectador poco acostumbrado a los cambios bruscos de registro o a que historias desconocidas le lleguen en partes. Sin embargo, el montaje exhibe mucha coherencia simbólica. Y una autonomía por cada historia que no exige haber leído los textos para entenderlas, que, más bien, alienta el interés por ellos en un juego donde el espectador querrá interactuar con este puzzle para devolver cada pieza, cada escena, a su marco original y comprenderla nuevamente en toda su dimensión. Eso debe haber influido en la larga ovación que arrancaron al final de la función.
Percy Encinas, el director, firma de esta manera un tributo que no es mera repetición ni ilustración, sino una verdadera relectura. El espectador abandona la sala con la sensación de haber visto no solo una obra de teatro, sino un acontecimiento que sintetiza la trayectoria dramatúrgica de Vargas Llosa. Un recordatorio, además, de que su legado también palpita en los escenarios.
Ficha artística de Vargas Llosa en Escena
En escena: Willy Gutiérrez, Renato Medina-Vasallo, Liz Navarro, Yasmine Incháustegui.
Dirección: Percy Encinas. Dirección adjunta: Maureen Llewellyn-Jones.
Dramaturgia: Percy Encinas (a partir del universo teatral de Mario Vargas Llosa).
Musicalización y dramaturgia sonora: Estéfano Encinas y Rafael Arenas.
Diseño escénico: Arturo Vargas. Multimedia: Rafael Bautista. Fotografía y prensa: Leyla Colcas.
Diseño gráfico: Imagen Letras UNMSM. Producción Ejecutiva: Marilyn Allpas.
Investigación: Sofía Pacheco, Anahí Sosa, Pablo Arias, Jacqueline Mego, Luis Alberto Martínez, Álvaro Schwarz, Diana Valdiviezo, María Rosa Rupalla, Paloma Pillaca, Sayuri Julca, Alberto Asencios, Sazkya La Rosa, Marco Chávez.
Duración: 85 min. / Contacto: contacto@aibal.org / Informes al WhatsApp: +51 947 542 719
Producen: Asociación Iberoamericana de Artes y Letras (AIBAL) / Fac. Letras UNMSM.




