Foto cortesía: Mariano Campetella
Mauricio Kartun (San Martín, 1946). Dramaturgo, director y maestro de dramaturgia, ha escrito más de treinta obras teatrales entre originales y adaptaciones en las que mezcla cultura, política, humor, filosofía e ideología. Ha recibido incontables premios y galardones en su extensa carrera.
Ha sido profesor universitario en diversas escuelas teatrales en su país yha extendido su actividad pedagógica impartiendo numerosos talleres y seminarios en España, Bolivia, Brasil, Cuba, Colombia, Chile, México, Uruguay, Perú, Puerto Rico y Venezuela. En 2014, la Universidad de Buenos Aires lo galardonó con el Profesorado Honoris Causa.
Entre sus obras más conocidas están Chau Misterix, La casita de los viejos, Pericones, Sacco y Vanzetti, El partener, Desde la lona y Rápido Nocturno, aire de foxtrot en su primera época. Después vendrían La Madonnita, El niño argentino, Ala de criados, Salomé de Chacra, Terrenal y La vis cómica, un texto escrito a partir de El coloquio de los perros de Miguel de Cervantes, que gira en torno a una compañía teatral española en plena época del Virreinato del Río de la Plata.
Sabemos lo que somos: ¿sabe Mauricio Kartun quién es?
Durante muchos años, cuando en algún trámite me pedían la profesión escribía por defecto “Docente”. Era más fácil. Era uno más y no te miraban raro. Me llevó mucho tiempo decidirme a poner otra cosa. Sentía que me faltaba vaya a saber qué. Un día miré para atrás y me animé tímidamente a poner “Dramaturgo”. Y como siempre, gracias a esa ley nunca escrita, aquello que puede nombrarse al fin puede aparecer. Me asumí en este oficio extraño, mezcla de artesano y brujo insensato. Y en esta profesión, más extraña todavía, de la que los padres sospechan siempre: “Está bien, pero ¿de qué vas a vivir?”. Soy dramaturgo. Mi cabeza funciona así. Escuchando voces. Incluso cuando escribo narrativa. Incluso cuando dirijo. Insisto siempre: no soy director, soy un dramaturgo que dirige. Y no me ha ido tan mal.
¿Cuál es esa hipótesis del lugar incorrecto que los actores han ocupado en la historia del teatro?
Hasta hace menos de dos siglos a los actores se los enterraba en los bordes de los cementerios. Y de ser posible, del borde para afuera. Así como mencionaba recién respecto al pensamiento narrativo del autor, el actor tiene el don de la inteligencia mimética. La capacidad de crear, merced a un sistema de signos, un discurso con su cuerpo. La misteriosa “presencia de una ausencia” con la que se hace entender y es entendido. Una verdadera posesión. ¿Cómo no iba a ser visto en su origen como diabólico? Se le temía, se lo marginaba, la iglesia lo mantenía en anatema, y así, siempre del borde para afuera vivía en ese margen, la serpiente se mordía la cola, y se volvía en consecuencia más temible aún.
¿Tiene monstruos Kartun y le da terror reconocerlos?
Así como al lobo lo hemos vuelto perro, en este mundo posfreudiano a los demonios los hemos domesticado como manías. Gastamos dinero y lágrimas para superarlas hasta que comprendemos que a veces lo mejor es aliarse con ellas y dedicarse a satisfacerlas sin hacerle daño a nadie. Vivo bastante feliz con las mías.
¿Hay que tener humor para escribir?
No es requisito, pero cómo ayuda… El humor es una curiosa especie del género de la poesía, y una forma más de esa sorpresa de la que hablaba antes. Hoy que el espectador ha perdido parte de su paciencia y es cada vez más difícil sostenerlo en estado de contacto franco con la obra, se vuelve un atributo precioso en el teatro. Mantiene al espectador extático y expectante, que son sus mejores estados.
¿Lo académico destruye la escritura?
Dice la fábula que la rana le preguntó al ciempiés con cuál pie empezaba a andar; el bicho intenta pensarlo mientras camina, se enreda y se cae. No hay manera de fluir analizando, y la creación es un hecho fluvial. Lo académico es un aporte precioso a la escritura, pero aplicado siempre después, nunca durante.
La escritura es por naturaleza un hecho contracultural, necesita siempre destruir caminos para construir unos nuevos, no se lleva bien con las rutas, enseguida se le vuelven rutinas.
¿Siempre vuelves a los clásicos? ¿Por qué?
No siempre. Más bien poco en relación a toda mi producción. He hecho algunas versiones por encargo, pero son las menos en mi repertorio. Me interesan, no obstante, como portadores de algún mito trascendente. No es sólo por mérito estético que un texto se vuelve clásico. Hay algo en su relato, pensamiento narrativo, que atrapa una idea teatro y la mantiene viva allí. Cómo no íbamos a observarlos con curiosidad.
¿Cuáles son esos desafíos que se plantea el teatro hoy en día?
El verbo que sintetiza el atractivo que produce el teatro es sorprender. El teatro atrae porque sorprende. Sorprende con artilugios dramáticos, con belleza poética y lírica, con el humor, belleza plástica, ritmo y, sobre todo, con esos dones miméticos del actor, del que hablábamos antes.
Hoy que la tecnología se ha desarrollado tanto que hasta la inteligencia artificial ha dejado de sorprendernos, se valoran muchísimo más todavía las sorpresas que guarda un cuerpo. “Nadie sabe lo que puede un cuerpo”, dijo alguna vez Baruch Spinoza. El teatro es el arte de demostrarlo. Y es un hecho paradójico: cuanto más allá vaya esa tecnología, más sorprendente resultarán sus recursos, paradito acá, tranquilo, en su tablado.
¿Consideras qué Terrenal. Pequeño misterio ácrata es tu mejor obra hasta la fecha?
Tal vez lo sea, pero en la perspectiva del autor es imposible congelarlo en un podio. Para escribir hay que enamorarse (casi literalmente) de los proyectos. Poner en ellos todo el erotismo. Mal podríamos tener pasiones como ésas extrañando a la que ya pasó. En estos días estoy escribiendo un cuento breve; al lado de Terrenal, podría decirse que es un proyecto muy menor. Sin embargo, mi cabeza está en ese universo y todo lo demás desaparece. Esos sueños en vigilia son parte preciosa de este oficio.
¿Vendrán más aventuras de Salo solo?
Salo solo se publicó hace un año y ya lleva seis reediciones. Ha resultado curiosamente un libro muy “regalable”. Seguramente por su humor. Por ahora circula como material fresco. Pero vaya a saber dentro de un tiempo, con los libros nunca se sabe. No tengo, no obstante, tanto entusiasmo de zambullirme de nuevo mucho tiempo en ese universo.
Aquello fue parte de la lógica de la pandemia. Escribir historias con las que reírnos, aprovechando a ese lector cautivo que fuimos durante meses. Pero nunca digas nunca. Tengo en archivo al menos diez detonantes nuevos para esas aventuras, y la cabeza es loca, nunca se sabe muy bien para dónde va a agarrar.